martes, 8 de julio de 2008
El asedio
Por: Juan Pablo Vitali - Llegamos a ser lo que somos, por un traspaso, por una sucesión ininterrumpida de valores, desde el pasado hacia el presente, los que generan determinadas conductas. Las motivaciones de esas conductas, se gestan en lo más profundo del espíritu. Esa herencia compleja, crea barreras culturales, que nos alejan de lo que consideramos erróneo, y nos inspiran ha hacer lo que consideramos correcto. Cuando esas barreras, cuando esos límites caen, las personas se alejan de lo que les transmitieron sus mayores, cambian sus criterios, y ya no ven tan mal, lo que para sus padres hubiera sido degradante o equivocado. Pasa a ser normal, lo que hasta poco, era nefasto. Vivimos rodeados de un materialismo satánico. ¿De qué otro modo podría denominarse lo que cada día sufrimos y enfrentamos? El consumismo vacío, la prostitución de todo tipo, la homosexualidad, la pedofilia, la pornografía, la entrega de nuestros bienes comunes a las empresas multinacionales y a la finanza, la degradación constante de las personas y de las comunidades. Eso es lo que nos rige. Más allá de nuestra firme voluntad de resistir, solemos quedar aislados, solos, fuera de contexto, en una actitud de resistencia, contra un sistema que trata de ridiculizarnos, si es posible ante nuestros propios hijos. Entonces, nos puede vencer la impotencia, la desazón; nos paralizamos, abrumados, sin saber qué hacer, ante semejante embestida. Nos rodean, en una desproporción de fuerzas enorme. La ruptura cultural con las nuevas generaciones, se consuma por medio de una artillería tecnológica poderosa. Todo es útil a sus fines: computadoras, televisión, teléfonos celulares, sexualidad, droga, abulia. Las barreras caen, y los lazos finalmente se cortan. Entonces nuestros hijos, nos quieren, nos respetan, pero ya no son como nosotros. No han recibido el legado, la traditio. Quizá no quieren quedar aislados. Sufrir lo que nosotros hemos sufrido. Es comprensible. La cruel podredumbre nos pone sitio, como a una ciudadela que poco a poco, va consumiendo su voluntad y sus víveres. La historia nos enseña que en estos casos, lo peor es dudar. La lealtad se fortalece, durante un asedio. Es nuestro deber, dentro de la soledad que nos impone el sistema, establecer la más abierta solidaridad entre nosotros, los que defendemos todavía viejos valores. Fortalezcamos los muros interiores. Que nuestros hijos tengan un lugar donde sentirse protegidos. Un lugar, donde ellos y nosotros, podamos ser lo que debemos ser. Para hacer efectiva la traditio, en condiciones tan desfavorables, la palabra es un instrumento fundamental del espíritu, pero también lo son la acción, la solidaridad, la política, la lucha, porque nadie puede resistir, hablando o escribiendo solamente. Fortalezcamos nuestra ciudadela. No será fácil, porquen casi todos los puentes están cortados. Fortalezcamos nuestra solidaridad, que sea esa nuestra prioridad, aunque debamos andar con estigmas en las manos. La lucha es desigual, pero si consiguen separarnos de nuestra descendencia, la soledad va a resultar insoportable. Nuestro arsenal es fuerte: la sangre, la estética, el arte, la historia, la religión, la militancia. La sangre, que no es materialismo racial, sino estirpe. La estética, que no es formalismo, sino filosofía de lo bello. El arte, que no es repetición hasta el cansancio, sino creación original. La historia, que no es un recuerdo entrelazado, sino un proceso. La religión, que no es clericalismo, sino cristo crucificado y combatiente. Que cuando salgamos fortalecidos de nuestra ciudadela, el enemigo deba retener el aliento, ante nosotros.
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