Por: Ricardo Bello aracal@gmail.com - Cuando escucho a los analistas comentar el triunfo de la oposición en los comicios del domingo, no sé si me dan ganas de reir o de salir corriendo, matar la arrechera en el entrenamiento digno de un atleta suicida, que se esfuerza más allá de su capacidad, con tal de superar sus angustias. El haber conquistado alc orredor económico más importante del país – Caracas, Carabobo y el Zulia – donde se producen las tres cuartas partes del PIB nacional, puede ser considerado un logro. Pero el triunfo le dejó a la sociedad civil un amargo sabor en la boca; quizás así son los triunfos en la política, tanto como en la antipolítica: arbitrarios y caóticos. Valencia es la ciudad industrial por excelencia, el centro neurálgico de nuestra economía, cercana al principal puerto de la nación y ubicada en una encrucijada que la comunica fácilmente con el resto de Venezuela. Perder ese bastión por la pugna de tres candidatos opositores, dos de los cuales sabían desde un principio que no tenían chance, fue un acto demencial. Los pretendientes al cargo, hijos de Proyecto Venezuela y Paco Cabrera siguieron hasta el final, empeñados en la destrucción de la candidatura unitaria con el sólo objetivo de crear obstáculos a sus adversarios políticos, a sabiendas del daño provocado a un proyecto de reconciliación nacional. La Parroquia San José de Valencia, donde vive la clase media, algo así como Chacao o Baruta en Caracas, derrotó la abstención y fue decisiva en el triunfo de Salas pero votó a través de la tarjeta de AD, PJ y UNT. Proyecto apenas sacó el 6% de los votos, castigada severamente su afición por la soledad. El Pollo le debe su triunfo a estos partidos, por eso debe apoyar, desde su condición de Gobernador, la justa impugnación del triunfo del candidato del PSUV a la Alcaldía de Valencia. Tal actitud permitiría una reconciliación de los carabobeños. No fue el único caso. En Bolívar pasó lo mismo, así como en pequeños Municipios, tan chiquitos que nadie los conoce, tan sólo habitantes desconcertados por las ambiciones de los partidos. La lucha electoral que finalizó, afortunadamente – eso fue lo mejor, que terminó - nos dio un año de descanso. La esquizofrenia de un gobierno decidido a acabar con la empresa privada con la excusa de crear mayor justicia, es un juego de niños al lado de la enfermedad mental dealgunos dirigentes. Los ciudadanos pagan los platos rotos, incapaces de reclamar, sin voz y sin voto; son los grandes olvidados, los invisibles. El CNE debería elegir como su tema musical a la banda sonora de la última película de Christopher Nolan: The Dark Knight, El caballero oscuro, esa gótica interpretación de Batman, estereotipo de una ciudad atormentada por el crimen y la locura que alimenta el poder. El actor Heath Ledger, que falleció en enero de este año al automedicarse, sin tomar en cuenta su nivel de tolerancia ante los ansiolíticos, es el retrato fiel de nuestra cultura política. No existen códigos de conducta, ni decencia alguna, para combatir al gobierno, al menos eso asumen los que sacrifican el espíritu unitario y la reminiscencia del 23 de enero como momento emblemática, cuando la sociedad logró superar sus diferencias y encausar sus energías en una misma dirección, con una sola voz. El caos no se combate con el caos. Si peleas conun enemigo que no tiene código de conducta, ni reconoce reglas o norma alguna, no puedes destruir tu propio código moral con la excusa de triunfar. No puedes dejarte llevar por la embriaguez del poder, corres el riesgo de transformarte en un agente encubierto del gobierno, consciente o peor aún, inconscientemente. El Guasón no murió, vive en Venezuela.
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