Por: Alberto Rodríguez Barrera - Ya más asentado con sus compinches en el Purgatorium Sabanetacius, la mente díscola del Rey Cotorra satrapeaba y se congelaba en espasmos súbitos deapatrás y deapalante, debido a la fría inconstancia del hervor purgante, pero involuntariamente encontraba tiempo para regurgitar hechos pasados y presentes que lo tenían sudando la gota gorda y atascado en un arrepentimiento que su ignorancia magna y su orgullo tétrico no le permitían exteriorizar. Estas eran cosas, por supuesto, de un Rey Cotorrocuica, nada que ver con menudencias existenciales del común de los mortales, quienes se evidenciaban en instantáneas de Polaroid, mientras que él era todo inmortalidades de Buonarroti. Pero también era un collage en nota de ácido lisérgico o de cocaína en momia egipcia, absurdos de la psicodelia o chopo enmotilonado viajando en cocos transatlánticos, así como atemporalidades de los carritos chocones de la infancia que pululaban en su supuesta madurez, donde -por ejemplo- se cruzaban síntesis curriculares de gestas autobiográficas inolvidables: ya había logrado impregnar de ilusiones a los más pobres, que ahora eran más y de más pelandinidumbre, y ya había debilitado ídem a los más potentes, humillando de paso a unos y otros sin las pesadeces de alguna razón o justificación coherente, todo a sabiendas de que no podía admitirse ni permitirse la supervivencia de cualquier otro más poderoso o que estuviese por encima de él, El Único, el hombre que habría de ser Rey. Sólo había dejado medio ser a los menos potentes, escasos de moral y luces, de autoridad y fuerza, que eran tan de tan poco en la mayoría, que hasta su chácara chancletúa y vacía parecía de más, alzándose en el desierto. Era el combo ideal para no prevenir los males presentes ni los mayores del futuro que él crearía regiamente, ya que tampoco tendría la capacidad para reparar los otros tantos que ellos mismos irían generando con tan multifacética productividad, males que cuando más llegaran a apremiar lograrían tan sólo entumercerlos ipsofactamente y consagrar otra enfermedad de las aptamente calificadas como incurables, sin remedios diferentes a la muerte súbita. Para ellos, qué maravilla, "gozar de los beneficios del tiempo" era simplemente "confiar en que el tiempo oculta todas las cosas", y de ahí que estudiaran y aplicaran las técnicas de las garrapatas dispuestas a morir succionando sin soltar presa, a lo pegoste maligno. Pero luego el Rey Cotorrocuica descubrió que tratar con el pueblo, ese gentío que desconocía y que para él era sólo simbólico o parche indispensable de la cotorrinolaringologí a, resultaba algo respondón y deshacía sus planes de sumisión psicotrópica para todos y cada uno de los involucrados, lo cual lo impulsó a la compra de un lindo avión igual al que trajo un jeque ricachonazo en visita turística para ver si lograba ampliar su harén con las tan comentadas más lindas venezolanitas. De tal manera, la ambición Cotorrocuica de confundir con zambullidas en otros Reinos, exacerbando también la egolatría materialista de adquirir y dividir en todo realengamente, descontrolando el mingo y las bolas fláccidas, además de multiplicar los errores que habían decidido vivir en él, optó por lanzar boches locos que hacían daños multilaterales, tanto en su mente como en las ajenas. Tan alto volaba con su collar de bolas al cuello que descartó a los servidores honestos prefiriendo siervos-esclavos superiores sólo a los gusanos, que eran tentados y arrastrados por el botín en regalías, fáciles de corromper, acomplejados del servilismo, posibles cuñetes para el descontento interno, todos sin fuerza para el triunfo de honor. Con las leyes cortadas por tajos en sus yugulares y las libertades condicionadas al gusto de las conveniencias, que se rechazaban por los muy diversos rincones de los caminos en subyugación, la conservación del Reino que ya no era República se hizo un fin en sí mismo, un fin decidido por la lectura rápida de Maquiavelo, donde éste recomienda la destrucción del pasado, pero que persuade así: "Quien se adueña de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la deshace, debe esperar ser deshecho por ella, porque siempre la tal tendrá por amparo en sus rebeldías la palabra libertad y sus antiguas instituciones, las cuales nunca se olvidan, ni por mucho tiempo transcurrido ni por los beneficios que se reciban." Y el arma del deshacer para conservar y sobrevivir fue y es el dinero, que para el caso era el dinero de Bimbita y de los suyos, dueños de lo que se birlaba a todo dar, que fue sonsacándose y desviándose introduciéndose acomodaticias leyes y estratagemas para el beneficio casi exclusivo de una forajida banda uniformada que primero rogó llorando y luego forzó cantando, haciendo vencer a los armados y arruinando a los desarmados, engañándose al creer que la fe y las creencias de verdadero valor pueden obtenerse a la fuerza y conjugando torcedumbres de léxico pluscuanperfecto, que no fue léxico ni plus ni cuan ni perfecto.Así, bajo la ilusión de superar escollos por vía de la adulación rapiña mareándole todos los sentidos, el Desaforado Psíquico comenzó a creer que era envidiado por alguna excelsa calidad que nadie más descubría, e instalóse en su mesita de noche el ansia de la veneración perpetua, que buscaba exprimirla de los oprimidos y de las milicias mercenarias arreadas a troche y moche y con ejercicios de calistenia en las plazas públicas. Se volvió empírica la conclusión de que todo puede ser comprado, y el imperio en construcción se hizo oligarca en corrupción. La falta de raíces y sus correspondencias implica también la ausencia de virtud y razón, y hasta de ingenio y belleza. Porque quien aun sin virtud no puso los cimientos primero, podría ponerlos después, aun cuando fuese con desasosiego del arquitecto y peligro del edificio. Pero lo que nace de saberes recogidos a lazo y crece a saltos de potro salvaje, no obtiene la fuerza de la lealtad y vive extinguiéndose. Es una conquista de pérdidas continuadas, donde lo conquistado huye. Y la rebelión y los tumultos son inevitables, pese a la astucia, las armas, el dinero y la cotorra. Un Reino gobernado por señores impotentes, que más se dan a expoliar a los súbditos que a corregirlos, producen más desunión que unión, y llenan los predios de latrocinios, riñas, intrigas y exceso de desmanes. La autoridad descocada e indigna se volvió odiosa, aunque el Rey alimente la falsía de que el descalabro no procede de él, porque la sangre corriendo por las calles hace imposible recuperar el respeto, y queda la evidencia de que ofende por odio y temor. Fue por tales caminos malvados y pérfidos el ascenso al Reinado, apoyándose en una violencia cuidadosamente encubierta con florescencias sutiles, execrando la crítica y la controversia civil, perdiéndose en una gloria de traición, sin fe y sin piedad, cruel e inhumano, cuchillo en mano, sin confianza en los súbditos injuriados, deshonrándose en el mal. Todo lo cual fue empeorando con la designación de sus Príncipes Apócrifos y Amañados, puestos a su sombra para desahogar sus apetitos fraudulentos. Esos Pusilánimes, siguiendo su ejemplo en sumisión, adoptaron también la opresión mientras les daban y quitaban los bozales, los hacían y deshacían, a placer, obedientes a los incentivos de la rapacidad y la mezquindad del alma, de lo cual surgen los mejores ayudantes de la ruina. Este declive comenzó al pasar del orden civil al absoluto, que lleva a crear y controlar a los magistrados idóneos para robarse el Estado, incluyendo el robo en cuerpo y alma de los mismos ciudadanos. Pero la defensa de tantos desaguisados, cuando buscan sostenerse por medio de la abundancia de dinero ajeno y la creación de un ejército propio y personalizado, intentó armarse con la muerte cercana y a distancia, ganando francotiradores foráneos y perdiendo conciudadanos, con éstos ya sin defensa de Estado e incitados a la delación mutua, cierta o tracaleada, cual GestSapo. Evidenciada la incapacidad para mantenerse solo, se esclarece igual la intención de fortificar el territorio en expugnación difícil, afectándose exacerbadamente el Erario público, que escapa y desaparece por caminos verde oliva en osados asaltos que multiplican el odio hacia los ejércitos de papier maché. Y los ánimos del ciudadano en asedio de enfrían, más con la ausencia de remedios, sin Estado que los gobierne y una situación general insegura e infeliz, gracias a la exaltación de una realidad mercenaria de auxiliares inútiles y peligrosos, tropas desunidas, indisciplinadas, ambiciosas, desleales, arrogantes y cobardes, sin fe en los hombres ni en Dios. Sin amor ni razón, adictos sólo al recibo de estipendios, la mediocridad incapaz no les permite moverse a la guerra, aunque se escucha el ruido sólo huyen y abandonan, sin trazo de valentía, que es diferente a la ostentación del abuso, el daño sin excelencia ni grandeza. Ya tampoco salvan los lujosos vuelos para echarse en los brazos foráneos, desde los más amados que se han amamantado hasta lo máximo que aun es insuficiente, hasta los que ya han mordido todos los trucos de insubstancialidad del Mago de Esquina. Así la "guerra bullanguera" se hizo repetición de viejos clichés y se mantiene, pero gira como amenaza letal y último recurso de supervivencia hacia los propios ciudadanos, enfocando los cañones hacia el control totalitario, reclamando a las guerrillas y las bandas urbanas, prefiriendo sin ganancia las pérdidas de la esclavitud, la opresión, la vituperación, y otra vez la cotorra. El Rey va quedando así como presa de los mercenarios, en cuyas manos se puso y con quienes se consumaría la ruina habilitada, sin fuerza propia ni ajena. Entre tantas nuevas delicadezas se anuncia el fin de "su" Estado, cubriéndolo el menosprecio y la infamia. Porque del armado al desarmado no hay proporción alguna, es desorden en cacerías, desconocimiento de la naturaleza del hombre, falta de ejercicio de la mente sobre la historia y los hombres insignes, sobre la razón de las victorias y las derrotas. En vez de la verdad de las cosas, se buscó la imaginación de ellas. Muchos se imaginan Reinos jamás vistos, ni verdaderos, porque es mucha la distancia entre cómo se vive y cómo se debiera vivir, y quien deja lo que se hace por lo que debiera ser, antes procura su ruina que su conservación, sin hacer lo que es esencia del ser.Entonces el mísero se torna un cúmulo de contradicciones cultivando medios de rapiña, absteniéndose más de usar de lo suyo y haciendo más suyo lo ajeno, haciéndose más rapaz para sus donaciones, haciendo de la piedad crueldad, una fidelidad que no cumple su palabra y que cambia lo humano por soberbia, la castidad por lascivia, la entereza por astucia, la gravedad por ligereza, la creación por incredulidad. Porque la liberalidad sin cautela es dañina, se transforma en una suntuosidad que grava a los pueblos y gasta en lo superfluo de los vicios sin frutos, sosteniéndose con presas, saqueos y botines, ofendiendo a la humanidad toda con su irracionalidad. Porque el Rey que se ha fundado del todo en sus palabras, encontrándose horro de todo otro preparativo, se arruina. Y el temor es un miedo al castigo que nunca abandona, menos a quien se funda en lo que no es suyo. Vivir sin integridad, a favor de la astucia, es hurtar los cerebros de los hombres, sustituir las leyes por la fuerza, criando a lo bestia el Centauro Quirón, que no es bestia ni es hombre. El Rey que anula las paces y las promesas por la vanidad infiel, que es zorra y simuladora, pierde hasta el saber engañar, y todo es parecer, no ser, girando en vientos y variaciones, con la boca sin cualidades, los pocos opuestos a los muchos que no tienen ocasión de reclamar; y se hace voluble, irresoluto, ligero, afeminado, pusilánime, creyéndolas grandezas, tramando conjuras, rodeándose de armas e intrigas secretas, descontento de ánimo entre las comodidades, en conspiración constante que divide en partidos a los sometidos con el odio del temor viviendo egregiamente, alimentando enemistades entre sí mismos, soportado sólo por el ánimo militar gustoso de la insolencia, la rapacidad y la crueldad que expolia satisfaciendo a la avaricia, que añade desprecio e injuria, mengua de la dignidad, fortaleza nociva que desarma al pueblo. Y otra vez Maquiavelo apareciendo con sus consejas de "desarmar el Estado adquirido, con excepción de aquellos de sus miembros que al conquistarlo se han pronunciado por tí, y aun a estos es menester en tiempo y ocasión oportunos, tornarlos afeminados y muelles, ingeniándote de modo que todas las armas de tus estados estén en manos de tus soldados propios". Esto se recuerda, mas no: "…las ciudades divididas se pierden muy luego…"; o "La mejor fortaleza que puede existir es no ser odiado por el pueblo."Y cuando lo que se predica no tiene anexo el ejemplo, la sinceridad desaparece del todo, y no hay defensa que valga; se vive recostado a la sombra de la falsedad y la injusticia, porque la honestidad huye y permanecen sólo quienes son comprados con riquezas, y subsisten como peste de aduladores con consejos adulterados por el interés, donde uno destruye al otro y las contradicciones se hacen norma, y en el Rey caos e inepcia, hartando con sus insolencias viles, gobernando por la suerte, arrullando como río desbordado, anegando, derrumbando y arrastrando, todo nocivo, perdida la prudencia, como quien toma a la fortuna -que es mujer- para avasallarla, forzarla y herirla, arrebatado en frialdad y coqueteando con jóvenes fieros que la dominan con más facilidad; y también la fortuna se hace esclava, servidumbre, batida, despojada, lacerada, corrida en ruinas por depredaciones, saqueos, expoliaciones y destrozos, abierta al vacío de la barbaridad. Y la defensa de esta Casa Caótica y Rapiña, donde la virtud falta en las cabezas, carentes de fuerzas, destrezas e ingenio, termina por recurrir a las armas, armando a los pocos fieles contra los muchos hermanos de la misma tierra, nacionales que pasan a ser tratados como enemigos extranjeros invasores. Este es el colmo que pesa en el Purgatorio de la Traición, porque ya no hay amor sino sed de venganza por el propio fracaso, obstinación que suplanta a las lágrimas, puertas que se cierran y tumbas que se abren para quienes se niegan a la obediencia repugnante del dominio bárbaro. Así, pues, el Rey Cotorra escucha más el furor de las armas contra la virtud del valor, aprestándose a acometer la empresa de la deshonra sobre una patria noble que se niega a morir.
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