Cuentos revolucionarios
A las aulas del Instituto deEducaciòn Integral acudieron muchos de los hijos de dirigentes, militantes, o simples simpatizantes del Partido Comunista. Entre ellos se contaban los niños Mujica y Laya.
La madre del niño Laya, la Negra Argelia, como todo el mundo la conocìa, fue una presencia en mi niñez que màs tarde se propagò a mi tiempo de militancia en la Juventud Comunista y posteriormente en el MAS. El colegio desapareciò fìsicamente en el deslave de 1999, y su fundadora Beln San Juan muriò convencida de que las Escuelas Bolivarianas eran las herederas de lo que ella habìa intentado hacer durante toda su vida, primero en las Escuelas Experimentales y luego en el Instituto. Quiso la providencia, en la cual Beln no creìa, ahorrarle el travestismo en que se ha convertido la revoluciòn bolivariana. No me la imagino defendiendo el delirio irresponsable del proyecto de currìculo que determinò la salida de Adàn Chàvez del Ministerio de Educaciòn. Pero es otra historia, màs personal, la que me mueve hoy a escribir. Quienes pasamos por las aulas del colegio de Beln, supimos de calidad de educaciòn y de solidaridad. La del colegio, que dejaba de cobrar las mensualidades a los hijos de padres perseguidos por los gobiernos de turno, y la de los padres que ocultaban en sus casas a hijos de otros padres. De ambas se beneficiò el niño Mujica, quien era, a la sazòn, muy cercano al niño Laya. Quiere
el destino inescrutable que otro niño, un bisnieto de Argelia Laya, de nombre Daniel, me haya dado la oportunidad excepcional de ayudar a que él continúe estudiando. La circunstancia insòlita en que esto se produce se le debe al trabajo de hormiguita por los presos polìticos de estos tiempos y por sus hijos que lleva adelante la Fundaciòn Venezuela Vigilante, que dignamente dirige Patricia Andrade desde Miami. Cerrando un periplo de muchos años, el ahora adulto Mujica, puede devolver algo de la solidaridad que, en su momento, a èl le permitió seguir estudiando.
Termina la historia personal.Queda la reflexiòn màs amplia de hasta què punto estos son tiempos de traiciòn de ideales. Quienes en sus tiempos de prisioneros por el golpe de febrero del 92, vieron respetados sus derechos, pensiones y familias actùan hoy sin compasiòn contra sus adversarios. La lista es muy larga, y a las vicisitudes de Daniel y su familia se les unen las de los perseguidos y desterrados ex trabajadores de
Pdvsa, las del general Usòn, las de Nixon Moreno, y las de decenas de venezolanos y sus familias que han visto conculcados sus derechos y libertad por unos poderes ajustados a los deseos del señor de turno.
La confiscaciòn y politizaciòn de la justicia son, quizás, el daño más importante que se le ha hecho a la maltrecha institucionalidad que le queda al paìs. Organizaciones como las que dirige Patricia insisten en recordarnos que las injusticias no son hechos abstractos y que sus víctimas son seres humanos. Cosas que no pueden caer en el vacìo, so pena de parecernos a quienes violentan la justicia.
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