martes, 3 de junio de 2008

Esquina CRISTO AL REVES

A mediados del siglo XIX vivió en Caracas un hombre cuyo trabajo era coser media-suelas a los zapatos de los vecinos. Este zapatero se dedicaba día y noche a clavetear y coser artísticamente zapatillas de tacón Luis XV o botas de los soldados del cuartel cercano; era un buen trabajador que contaba con gran clientela. Este hombre tenía particulares creencias religiosas, estaba seguro de que castigando al santo de su devoción obtendría más rápido sus favores. Este personaje le tenía mucha fe a Cristo, por lo que en lo más alto de su cuarto de trabajo ostentaba una imagen de madera de éste, con el fin de que fuera testigo de sus buenos y malos momentos.Un día comenzó a bajar el trabajo porque un competidor se instaló a pocas casas. Entonces, nuestro zapatero colocó cabeza a bajo la figura de Cristo para castigarlo por no proporcionarle clientela. Desde ese día, los habitantes de nuestra capital denominaron de este curioso modo la esquina en la que se encontraba el negocio.
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Hay también sorpresas entre las esquinas caraqueñas; esquinas que han tomado sus nombres de cualquier chiste o frase ingeniosa, pronunciada por algún caminante o vecino, o alguna costumbre inveterada o alguna creencia absurda. Vamos a remontarnos a mediados del pasado siglo. Caracas todavía es un pueblo con pujos de capital. Fuera del centro de la ciudad, con su Plaza Bolívar rodeada de árboles y barandales, su Iglesia Catedral Metropolitana y su aspecto de pueblo grande, con sólo recorrer tres o cuatro manzanas más hacia el norte o hacia el este, nos tropezábamos con quebradas cubiertas de yerbazales, con peladeros y tres o cuatro casas de tejas con grandes solares, donde sobresalían las ramas de los árboles que adornaban los corrales. A mediados del siglo XIX vivía en aquel sitio, que no tenía nombre alguno conocido, un hombre que practicaba el arte tan útil de coser medias suelas a los zapatos de los vecinos pobres. El día entero y parte de la noche, permanecía el zapatero sentado en su banco de madera claveteando o cosiendo artísticamente las finas zapatillas de tacón Luis XV de la señorita del barrio. Era aquel lugar un sitio desolado. Tres o cuatro casas de tejas -lo que era considerado entonces un lujo- cuatro o cinco ranchos miserables y calles de tierra pisoneada, era el vecindario del humilde zapatero. En los corrales, árboles frutales, en los jardines particulares, el jazmín real y una que otra siembrita de maíz o de caraotas... El maestro zapatero tenía muy buenas relaciones en el barrio y una clientela que cada día crecía más, porque era un artista en colocar medias suelas a los zapatos de los gendarmes y en coser las botas de los artistas trasnochadores del lugar. Y entre 3 reales que cobrara por dos medias suelas y un cosido que costaba dos, sacaba el diario sustento de sus familiares. Hombre de curiosas creencias religiosas, nuestro héroe era de los que sustentaban la idea de que, castigando al santo de la devoción, era probable que se acordara de él y la suerte se "compusiera" cuando estaba en aprietos económicos. Así él, que era fanático de Cristo, ostentaba en su cuartucho de trabajo, al lado de un viejo almanaque y una Virgen del Carmen, un gran Cristo de madera burdamente labrado en un palo por un artista desconocido, le dirigía miradas suplicatorias cuando no llegaban los clientes a encargarle algún trabajo. El zapatero había hecho bendecir el Cristo por el cura de la parroquia y lo había colocado en lo alto de la habitación, para que presenciara desde allí las horas buenas y malas que le deparara el destino. Llegaron las horas buenas y un día se presentaba un amigo con media docena de botas viejas para su composición, enviadas por el cuartel vecino. Tenía fama de buen trabajador, porque clavo que metiera el maestro zapatero, no se volvía a salir, costura que remataba no se zafaba tan fácilmente. Y los reales llegaban por cantidades considerables a sus manos maltratadas y ávidas. Pero llegó un día en que la clientela se fue alejando y el maestro zapatero pasaba semanas enteras en que sólo había ganado real y medio por unas tapitas de tacón colocadas con urgencia en los zapatos de una vecina, o remendando unos zapatos que el cliente olvidaba....Tiempos duros, aquellos... Cercano al sitio de la casa del zapatero remendón se había establecido un competidor que para hacerse clientela remontaba los zapatos más barato que el viejo maestro. Un vecino lo alertó: "Pele el ojo, maestro, porque su clientela se la está quitando un rival..." Y al zapatero que estaba más abajo, le decía: "Qué va m'hijo, usted no levantará cabeza, porque el maestro de la esquina se lleva toda la clientela..." ---"¿Qué esquina'?"---interrogaba el zapatero. ---"Guá, el que tiene el Cristo al revés..." Era que el pobre maestro, en vista de que el santo de su devoción no le proporcionaba clientela, lo había colocado con la cabeza para abajo, "para castigarlo"... La Esquina fue conocida desde aquella fecha, por "Cristo al revés", hasta nuestros días, en que la gente se pregunta con curiosidad: ¿Cuál es el origen de la Esquina de Cristo al revés? No nos legaron el nombre del maestro zapatero de la ocurrencia, pero perduró la esquina con el nombre de una costumbre muy común entre las personas fanáticas e ignorantes: castigar a los santos de su devoción porque no remediaban a tiempo sus necesidades.

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