Por: Luis Vicente León - lvleron@cantv.net - El problema es que a pesar de los nefastos resultados en el país, el tipo sigue siendo popular - Estamos metidos, como país, en un problema mucho más relevante de lo que pensamos. No me refiero a la crisis internacional, que no son conchas de ajo, ni tampoco a Chávez, que ya es bastante, sino a lo que él representa: el reflejo en el espejo de una sociedad que hemos creado durante años y que ahora no nos gusta como piensa o actúa. El país se ha vuelto primitivo, o a lo mejor siempre lo fue. El tema es que no hicimos nada para cambiarlo, porque no hemos sido capaces de ver más allá de nuestras narices. Y no me refiero sólo a las elites tradicionales, que en gran parte son cómplices de lo que vivimos, al no haber cumplido su responsabilidad, con el país y con ellos mismos, de manera inteligente. Me refiero también a nosotros, ese grupo de personas que tuvimos el privilegio de escalar, académica y socialmente, en un país lleno de recursos petroleros, pero al que poco devolvimos en términos de ampliar las posibilidades de otros, muchísimos, que se quedaban ahí, de donde nosotros venimos, y que una vez afuera tratamos de evitar a toda costa, como si de una enfermedad contagiosa se tratara. Muchos se sorprendieron hace diez años cuando un demagogo, populista y agresivo, convenció a la mayoría de que él era el salvador. Y me pregunto: ¿cuál sería la sorpresa si nadie moderno les estaba (ni está) ofreciendo algo inteligente para atenderlos? Al menos este líder les hablaba en sus mismas claves, aunque fuera tan inútil para resolver sus problemas como cualquiera del pasado. Muchos pensaron que sería algo pasajero, porque después de todo: "los resultados nefastos de su ineficiencia y sus propuestas arcaicas se verían, tarde o temprano, en términos de pérdida de calidad de vida para todos, incluyendo aquellos a quienes engañó". Los resultados en efecto están ahí: inseguridad desbordada, infraestructura destruida, total desconfianza empresarial, desaparición de las inversiones extranjeras, relaciones internacionales deterioradas, amenazas a la propiedad, centralismo y autoritarismo, abuso de poder, irrespeto al derecho de las minorías, agresividad, chantaje político, corrupción y más pobreza. El problema es que a pesar de esos nefastos resultados, el tipo sigue siendo popular. ¿Por qué? Quizás porque no hay nadie más que les haya convencido de que hay ofertas alternativas, modernas e inteligentes, que podrían conducirlos a un estado superior de calidad de vida y felicidad. Pero la razón de fondo puede no ser la ausencia de liderazgos opositores para hacer eso, sino algo mucho más profundo: la demanda de la sociedad. Parece que hay un abismo entre lo que sería bueno y prudente hacer para resolver los problemas del país y lo que la gente quiere que se haga. Esto nos coloca en un gran aprieto, porque nadie que ofrezca soluciones de fondo podría ser popular a menos que logre cambiar primero la demanda de esa sociedad. El reto está en educarla, en trabajar con ella de la mano, en demostrarle que si se puede, sin agresividad, sin discursos cavernícolas y sin plantear conflictos existenciales que parecen indicar que en Venezuela no cabemos todos. Cuando me convencí de esto me aterroricé, porque es mucho más fácil buscar un líder opositor que cambiar la sociedad, pero luego me di cuenta que el gran logro de estos años es que hay mucho más gente inteligente dándose cuenta del problema y comenzando a trabajar en consecuencia. Que las masas pueden estar equivocadas en muchos aspectos, pero comienzan a ser selectivas y a pedir soluciones que no encuentran en su líder actual. Que ya no son irrestrictos y que eso abre espacios para el cambio. Es por eso que a pesar de apreciar a Chávez, no lo quieren para siempre. El solo hecho de entender el problema multiplica las posibilidades de resolverlo, porque nada en la vida es para ser temido, sino para ser entendido.
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