Por: Luis Marin - 30-01-08. El 4 de febrero se realizará una movilización mundial de protesta contra las FARC, para manifestar el rechazo al secuestro, narcotráfico y terrorismo en general, que ellas encarnan. Esta fecha es de particular significación para los venezolanos, porque coincide con la conmemoración del luctuoso intento de golpe de estado de 1992, que no solo costó la vida a más de un centenar de compatriotas, sino que hizo emerger ante la vista horrorizada del público el período más vergonzoso y sombrío de toda nuestra historia. Siendo que la iniciativa proviene de Colombia, bien puede tratarse de una mera coincidencia, pero sumamente oportuna porque permite poner en conexión dos corrientes que marchan en la misma dirección, la narco guerrilla de las FARC y la llamada revolución bolivariana, ambas de inspiración cubana y guevarista. Durante medio siglo el régimen cubano ha patrocinado la guerrilla colombiana, o más exactamente, las guerrillas en toda Latinoamérica, África y Asia, pero sin tanto aspaviento como lo hace el régimen imperante en Venezuela, país que no solo nunca había apoyado estos movimientos, sino que incluso los combatía. De manera que todo esto luce como una gran temeridad, sino una provocación para propiciar una intervención de la policía internacional en que han devenido los EEUU, de manera de reprimir a la oposición interna bajo la acusación de "traición a la patria". Ciertamente es incómodo sostener las críticas al régimen en el marco de un conflicto internacional, cuando se pulsan las fibras de la solidaridad automática frente a un supuesto enemigo exterior. En este mismo contexto se inscriben las declaraciones de apoyo al narcotráfico que practican el régimen boliviano, cubano y las FARC; frente al enemigo común representado por los gobiernos colombiano y estadounidense. No cabe ninguna duda de que la hoja de coca es un narcótico, de los previstos en las leyes y tratados contra sustancias estupefacientes y psicotrópicas en todo el mundo, que induce estados mentales alterados y produce adicción. El hecho de que sea consumido por algunos indígenas desde hace siglos no le otorga ni un átomo de dignidad, como tampoco se lo otorgaría al canibalismo, los sacrificios humanos a los dioses y la práctica de la esclavitud. Este manejo ideológico según el cual "si lo hacen los indios, entonces está bien", no sólo es obviamente falso, sino que remite a otras taras mentales igualmente desatinadas como el obrerismo y últimamente el "pobrismo", que le atribuye a ciertas colectividades humanas un dechado de virtudes que nunca han tenido, a la par que se le transfieren a otras colectividades el monopolio de la iniquidad, como a los burgueses, los judíos o simplemente a "los ricos". Hay que decirlo una vez más: los indios no son buenos en sí, como tampoco lo son pobres, negros, homosexuales, marginales o cualquier minoría que se encuentre dentro de esos sectores que se quieran considerar como "excluidos". Tampoco son intrínsecamente malos los americanos, los blancos, los sionistas o cualquier minoría que se quiera considerar "dominante", dentro de las que, por cierto, rara vez se incluye a la nomenklatura de los países socialistas, ni a los miembros del comité central de los partidos comunistas. Se quiere hacer ver que la coca no les hace daño a los indígenas que la consumen, como si no les deformara la boca y les tumbara los dientes, ignorando que es un factor del brutal subdesarrollo mental y físico en que se encuentran, de su pésimo nivel socio económico, de la bajísima expectativa de vida y la insondable miseria que también han arrastrado por siglos. Como si la cocaína sólo se consumiera en los EEUU, en Europa y no en nuestros propios países, como si no se asociara a los vertiginosos índices de criminalidad, inseguridad, corrupción, inmoralidad, crueldad inaudita de las mafias de narcotraficantes, la desorientació n de los jóvenes y la destrucción de las familias, que nos azotan como las 7 plagas de Egipto. La verdad sea dicha, "sin coca no hay cocaína" y desde las guerras del opio que devastaron la población de Asia en siglos pasados, la guerra de la coca es el desafío más grave que enfrenta occidente en este siglo, no solo por sus implicaciones de salud pública sino por sus ramificaciones en el terrorismo internacional, el lavado de dinero, la corrupción y politiquería local en cada país afectado por el flagelo. Otro crimen que le ha dado notoriedad a las FARC es la práctica generalizada del secuestro, uno de los más abominables de nuestro tiempo. Además del delito de privación ilegítima de libertad, con el agravante del fin de lucro, algo de lo que casi no se habla es del problema moral planteado por la utilización de personas como escudos humanos y su reducción a mercancía que se compra, vende o intercambia por guerrilleros presos. Como la mayoría de las tácticas guerrilleras, ésta también tiene su origen en Fidel Castro, que la inició en 1958 con el secuestro de Juan Manuel Fangio, un famoso corredor de Formula 1, durante un rally en La Habana. El objetivo era meramente propagandístico y Fangio fue liberado sano y salvo, en apenas 24 horas, una vez lograda la primera plana mundial por el Movimiento 26 de Julio. La guerrilla venezolana, comandada por Teodoro Petkoff, entre otros dirigentes comunistas, imitando también en esto a Castro, en 1961 secuestró al futbolista Alfredo Di Stefano, líder del Real Madrid, para soltarlo 72 horas después, una vez conseguido el objetivo propagandístico. Menos risueños fueron los secuestros de James Chenault y Michael Smolen, jefes de la misión militar de la embajada de EEUU en Caracas y finalmente trágico fue el desenlace del secuestro del hermano del Canciller Ignacio Iribarren Borges, el doctor Julio Iribarren Borges, asesinado por sus captores en 1967. El secuestro más prolongado ocurrido en Venezuela fue el de William Frank Niehous, ejecutivo de la Owen Illinois, perpetrado en 1976 por la Organización de Revolucionarios (OR) de Jorge Rodríguez, que fue la causa de su muerte y de la prisión de Carlos Lanz, por lo que el caso no pudo resolverse sino hasta 1979, en que WFN fue rescatado en muy confusas circunstancias. De manera que los funcionarios de este régimen sí que saben de la utilización propagandística de secuestros, porque esa es su especialidad, así que no debería causar tanta perplejidad presenciar la manipulación realizada alrededor de la supuesta liberación de rehenes por las FARC. Esta nueva modalidad bien pudiera denominarse "entrega controlada de seres humanos", para emular las entregas controladas de droga, que se hacen para ocultar otros fines, generalmente inconfesables. ¿Qué explicación puede tener que unas personas cautivas en Colombia tengan que ser entregadas en otro país, bajo estrictísimas medidas de seguridad, cuando bastaría liberarlas en cualquier sitio, para que vayan ellas mismas al encuentro de sus familias?. Toda esta puesta en escena tan artificial, carente por completo de la más mínima espontaneidad, lo que pone en evidencia es la existencia de un tinglado, de una vasta operación propagandística que apenas disimula los acuerdos que están detrás de bastidores. Primeras planas y protagonismo para uno, a cambio de reconocimiento político para los otros y las víctimas en el medio, como tontos útiles al terrorismo. Los secuestros de las FARC hace tiempo que rebasaron el límite del plagio de celebridades para dar publicidad al movimiento o del cobro de rescate para recaudar fondos para la causa. Ahora se trata de secuestros masivos y extremadamente prolongados en el tiempo, lo que los hace completamente anti propagandísticos y antieconómicos. El fin es instrumentalizar a las personas, reducirlas a objetos de negociación y obligar a sus familiares a convertirse en agentes forzados de los fines de la guerrilla, para ejercer presión sobre sus gobiernos y la opinión pública. Lo cierto es que los rehenes y sus familiares en vista de las circunstancias aterradoras que les toca vivir, se revisten de una suerte de coraza moral que les permite decir y hacer cosas que serían inaceptables en cualquier persona en una situación normal. El caso de necesidad excusa cualquier colaboración, que a veces raya en la complicidad, con el argumento de que se hace para salvar a las víctimas. A nadie puede dejar de llamarle la atención, por ejemplo, la licencia con que la madre y el ex esposo de Ingrid Betancourt arremeten contra el gobierno de Colombia, como si fuera el culpable del secuestro. Se le permite llamar "inhumano" al Presidente Alvaro Uribe, al que "no le importa la vida de los rehenes"; pero no dice lo mismo de Marulanda, que al fin y al cabo puede hacerle más daños a su hija, por lo que lo trata con gran comedimiento. Sería horripilante o al menos de muy mal gusto recordar que Ingrid Betancourt y Clara Rojas se metieron en la zona de El Cagüan por propia voluntad, después de unos resultados desastrosos en su campaña presidencial de 2002. Otro ejemplo es la general oposición a las operaciones de rescate, porque ello podría poner en peligro la vida de los rehenes, de donde se pasa a la oposición a cualquier operación militar contra la guerrilla. Los familiares de los secuestrados incluso evitan solidarizarse con las movilizaciones que se hacen contra el terrorismo, porque esto no contribuiría, en su opinión, al llamado intercambio humanitario, sino que podría "endurecer" la actitud de las guerrillas, que no soltarían a más nadie. Los guerrilleros pueden decidir asesinar a sus víctimas en la seguridad de que la culpa se la van a endosar completa al gobierno, por acción o por omisión, como ya lo han hecho en otras oportunidades, pretendiendo librarse de toda responsabilidad con el viejo argumento del "fuego cruzado". Es verdaderamente desalentador lo comprensible que resultan estas actitudes y la forma cínica y descarada con que las guerrillas y sus secuaces se aprovechan de esta extraña lógica del terror. Las víctimas, sus familiares y simpatizantes terminan sirviendo a sus captores como cooperadores involuntarios y esta situación excepcional los libra de toda responsabilidad porque otra conducta no es razonablemente exigible. De manera que terminan presionando a sus gobiernos y a la opinión pública nacional e internacional, creando situaciones políticas insostenibles y convirtiéndose en agentes forzados de sus victimarios, con lo que actúan en sentido contrario a sus propios intereses y a los de la sociedad, pero sin que hasta ahora se haya podido encontrar una respuesta satisfactoria a este gravísimo dilema moral. Los gobiernos tienen que responder a la seguridad pública, no pueden ceder a las demandas de los terroristas y deben impedir por todos los medios a su alcance que estos criminales logren sus objetivos; pero enfrente tienen el chantaje sentimental de las victimas inocentes, que hace aparecer al Estado como insensible y quien debe sacrificar a unos para salvar a otros, contando con la incomprensión de todos y pagando un altísimo precio político. Los cónyuges, padres y demás familiares tienen, sobre todas las cosas, la obligación moral de velar por los suyos. El Estado también debe cumplir con su deber. ¿Qué respuesta se le puede dar a este dilema? Quizás sea uno de los grandes problemas de nuestro tiempo y de su solución quizás se desprenda alguna respuesta para nuestro mayor desafío político: los terroristas no pueden convertirnos en malvados, porque eso sería el triunfo del Mal sobre el Bien. Digamos no al narcotráfico, al secuestro, al terrorismo: no a las FARC.
Luis Marín
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