Por: Manuel Hinds - Mucha gente cree que los gobiernos populistas no pueden hacer daños permanentes si el pueblo reacciona racionalmente y los sustituye al final de sus mandatos. Esta gente también tiende a creer que los costos del populismo los cargan los inversionistas mientras que los trabajadores reciben beneficios. La gráfica adjunta desmiente estas dos suposiciones con tres casos muy claros en Latinoamérica- Nicaragua durante el primer régimen Sandinista, Perú bajo los gobiernos populistas de los años ochenta, y Venezuela durante los gobiernos populistas de los años noventa. La gráfica muestra los salarios reales promedio de los trabajadores de estos países (reales significando ajustados por la inflación), tomando como 100 el nivel que tenían en el año 2000. Note usted que como resultado del régimen Sandinista el salario real en Nicaragua cayó de 362 en 1980 a 47 en 1989, el último año de la primera vuelta del Sandinismo. Como se ve en la gráfica, Nicaragua ya no pudo recuperar ni siquiera la mitad de los salarios reales que tenía antes del Sandinismo. Un ejemplo similar es el de Perú, en donde los salarios reales también cayeron de una manera espectacular y en donde éstos no se han podido recuperar en los años siguientes a pesar del crecimiento fuerte de la economía peruana en los últimos años. Finalmente, puede verse cómo los salarios cayeron durante los años populistas de Carlos Andrés Pérez en Venezuela y no se han recuperado durante los años del aún más populista Hugo Chávez, a pesar del enorme boom que han experimentado los precios del petróleo, que aunque han bajado recientemente, aún así son mucho más altos que lo que eran a fines de los noventas. ¿Qué es lo que pasa en estos países? El problema es que el populismo afecta la economía negativamente de dos maneras. Primero, reduce la actividad económica en general. Segundo, tiende a deprimir los salarios reales porque los inversionistas, asustados por las amenazas y las agresiones reales de los gobiernos populistas, invierten sólo en aquellos negocios que les puedan dar retornos rápidos y altos para compensar por el alto riesgo de pérdidas que existe en regímenes demagógicos. Esto naturalmente resulta en salarios bajos. El tratar de forzar alzas de salarios sólo resulta en desempleo, ya que los inversionistas prefieren no invertir a hacerlo con salarios más altos que les pueden llevar a pérdidas si las amenazas del gobierno se concretan en expropiaciones, o en los abusos de autoridad que son tan característicos de los gobiernos populistas. En esta situación, los inversionistas ganan menos aunque ganen más por dólar invertido, ya que invierten una proporción menor de su capital. ¿Quién gana de esto? Nadie. El riesgo creado por el populismo y la agresividad contra los inversionistas es un costo inútil —sólo le baja los salarios a los trabajadores, las utilidades a los inversionistas y el desarrollo a la población en general. El gobierno está no sólo tratando de incrementar la carga tributaria en un momento de crisis —que es lo último que debe hacerse en una recesión— y está asustando a los inversionistas pasando medidas que introducen arbitrariedad en el cobro de los impuestos. Además, está usando un lenguaje agresivo contra los inversionistas. Todo esto crea costos a la economía, reduce aún más la inversión en un momento en el que se necesita urgentemente, y tiende a reducir tanto el empleo como los salarios reales de la población. Todo pareciera diseñado para causar una crisis económica y social todavía más grave que la que existe en este momento. Y la gente todavía parecer no darse cuenta de que el ataque a la inversión resulta en mayor desempleo y menores salarios reales. Y menos todavía de que si en este proceso de desorden el caos se apodera del país, como sucedió en los países en la gráfica, la economía y los salarios reales no se recuperarán por muchos años.
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