Los
alquimistas verbales que hoy nos desgobiernan insisten con “el sacudón”
y ahora nos vienen con “la revolución fiscal”. Como siempre, disfrazan y
adornan con retórica sus terribles manejos. La gran mayoría no sabe a
qué se refieren con ellas, pero le aconsejo que vaya preparando el
bolsillo… ¡o las maletas!
Para los que dicen que aquí no va a pasar nada nuevo, “el sacudón” es un
intento de profundización de la cubanización en curso desde hace tiempo
-bastante avanzada, por cierto- y en búsqueda de su inflexión
definitiva. Por ejemplo: a los que creen que los impagos en dólares o
las dificultades para la repatriación de dividendos de las líneas aéreas
es por falta de divisas, les sugiero que se pregunten si lo que pasa no
es, más bien, una amañada forma de presidio, como en Cuba, aunque sin
decírnoslo claramente. Al modo del “Socialismo del Siglo XXI”, pero
presos.
Por su lado, la “revolución fiscal” no es otra cosa que lo que hemos
venido denunciando todo el año: más dinero nuestro para que el Estado
siga derrochando y dejando colar dinero a sus amigos a su antojo. Y,
claro, profundizando la miseria, el caos, el colapso, la recesión y
tantos otros resultados del “modelo económico exitoso” de Maduro y
Ramírez. Es la pretensión, como tanto hemos denunciado, de un ajuste
fiscalista –devaluación; alzas de tarifas, precios e impuestos y deuda
externa cara- lo cual profundizará el “Camino a Cuba” que desde años
hemos definido como la modalidad principal del “modelo económico
chavista”.
Esta semana han seguido “el sacudón” y “la revolución fiscal”. En su
programa semanal, basado en esos pivotes retóricos, aunque solo fue,
como lo llamé en declaraciones a la prensa, una “sopita aguada”, sin
embargo se dio rienda suelta –corta, por ahora- al tipo de manejos que
pasan de las fases de referir un supuesto “modelo exitoso” y preparar a
la opinión pública para cambios que la afectarán, a ponderar supuestos
méritos del diseño que se traen entre manos.
En el momento de escribir este artículo, observo no solo un cierto
adelanto de lo que tanto hemos señalado: el propósito de alzas
tributarias, previas a un ajuste serio del gasto estatal, sino la
ponderación favorable de esas medidas, incluso por un notorio
representante de la oposición partidista agrupada en la colaboracionista
MUD. José Guerra, quien en lo interno ha fungido de su economista jefe
–en los medios norteamericanos la versión ha sido otra- pondera, sin
base conceptual ninguna, que las alzas de impuestos sustraen liquidez
monetaria y que, con ello, se evitan presiones cambiarias.
La pretensión de quien sea –no estoy diciendo que Guerra- de relacionar
subidas de impuestos con relajamiento de las presiones cambiarias y, con
ello, de la devaluación que se realizará, es solo un acto más de
viabilización de las medidas de mayor costo político, no un criterio
técnico.
Otro de los supuestos manejos –aún no incorporado de manera neta al
discurso oficial- ha sido nuestro mayor reclamo desde diciembre: ajustar
el gato público a la baja y redireccionarlo a la creación de efectos
virtuosos sobre empleo, producción, abastecimiento y poder de compra.
Pero, se le evade, o se le mixtifica, con criterios, que a falta de
especificidad sobre su definición, también son de dudosa validez. Sí, en
el “librito” las rebajas del gasto contraen la economía. Pero, el
librito parte del supuesto de la asignación efectiva (usos) y eficiente
(multiplicación) del gasto y no la actual situación nacional, que hemos
caracterizado en términos de altos exceso, ineficiencia y politización
del gasto estatal, lo cual incluye las “filtraciones” por la tan
mencionada corrupción.
Al efecto, Guerra sirve de nuevo de soporte argumental del régimen. Su
afirmación de que “ante una economía que se está desacelerando, la
reducción del gasto generará una mayor contracción” es una
generalización que debe pasar por el tamiz de la descomposición y
evaluación de los cualidades multiplicadoras de sus distintos
componentes, tanto en el gasto presupuestario, como en el
extrapresupuestario, incluso mayor que el primero, que es el referente
usual de los economistas.
La supuesta “revolución fiscal” muestra, entonces, sus miserias. No hay
una revisión y replanteamiento pleno de sus componentes –ingreso, gasto y
transferencias-, sino una nefasta intención fiscalista, como tanto
hemos señalado y otra vez precisamos en párrafo anterior.
“Sacudón” y “revolución fiscal” son, entonces, solo malas noticias. Que
el régimen lo pretenda no me sorprende. Pero, que sepa, como dijimos en
nuestro análisis de escenarios de política económica, que se expone a
riesgos diversos.
Ayer, en declaración a medios y en Facebook decía que “El régimen
dispondrá –excepto por la gravedad del caos- del mejor entorno
específico y las mejores condiciones para decidir a su antojo: posición
política surgida del Congreso (en menos de quince días), ausencia de un
diagnóstico crudo de la profundidad de la crisis y total ausencia de
contrapeso de parte de la sociedad o sus sectores organizados”. Hoy me
preocupa que quienes deberían afrontar el diseño apropiado, estén
convalidándolas. Espero estar equivocado.
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