Por: Oscar García Mendoza
De
las funciones más importantes de los ejecutivos está la de saber
anticipar. No es necesaria una bola de cristal, ni mucho menos, es
conociendo los detalles de las situaciones y las operaciones que se
realizan, que se puede tratar de predecir el camino. Muchas veces no es
fácil y a veces irá a contracorriente, pero el éxito de la empresa va a
depender de eso.
Por muchos años
fui presidente de un importante banco. En mis inicios me tocó enfrentar
una situación desconocida y caótica: el viernes 18 de febrero de 1983.
El viernes negro. La primera gran devaluación en muchos años. Una
situación que dejó desconcertados a todos.Las devaluaciones no ocurren
nunca de golpe y porrazo. Se vienen anunciando. No de manera directa
sino con esas “sutilezas” que tienen
los gobiernos. Bajan las reservas internacionales, cae la producción
petrolera, se reduce la liquidez del gasto público y por allí, siempre,
un ministro o un alto funcionario se ocupa de negar vehementemente que
la habrá, cuando es lo contrario.
En
esa época venían dándose las señales. El vehículo de compra de dólares
para los bancos era el Banco Central. Cuando una institución necesitaba
divisas las solicitaba del Central y éste de inmediato las vendía a Bs
4.2925 por $ para que el banco comercial las revendiera a Bs 4.30 (la
diferencia de .0075 hoy parece risible pero era suficiente para la banca
y los clientes).
En los últimos
meses del año 82 y primeros del 83 se comenzó a notar una gran baja en
la liquidez bancaria. Había poco dinero en circulación y el Central se
comenzó a dilatar en el envío de las remesas a los bancos corresponsales
del exterior. Esto
fue una alarma. El Central estaba atrasándose. Y comencé a desconfiar.
Entonces di una instrucción a nuestro departamento de cambio: solo se
venderían las divisas disponibles en nuestro banco corresponsal de NY.
Para saberlo nos enviaban un telex durante la mañana, indicándonos el
movimiento de la cuenta.
Con el
pasar de los días la presión sobre el dólar siguió acentuándose y en
muchos momentos no teníamos divisas para vender. Los bancos, en general
haciéndole confianza al Gobierno, seguían vendiendo aunque no tenían la
disponibilidad. Me recuerdo de una llamada de un colega muy amigo que me
dijo: “Oscar, estás loco, estás haciendo un control de cambio
particular, la gente del gobierno está sorprendida, el Central nunca
dejará de pagar”. Le contesté que habíamos tomado una decisión que nos
parecía correcta y que la mantendríamos.
Fueron
muchas las
presiones esos días y, puedo decirlo, tuve una sensación de gran
alivio, cuando el gobierno decretó el feriado bancario para imponer el
control de cambios.
La
Superintendencia de Bancos solicitó a las instituciones financieras una
auditoría externa que indicara cuál era la posición en $. Tengo guardada
la nuestra. Fuimos el único banco que cerró positivo, aunque en un
monto muy pequeño ese día. Y con ello le ahorré al banco, sus directivos
y accionistas, las enormes dificultades y pérdidas que tuvieron los
bancos que enfrentar por la devaluación.
He
hecho esta larga introducción para situarme hoy día. Sin duda la
situación del 83 era inmensamente menos mala que la que enfrenta el
sistema financiero bajo la dictadura castrochavista. Es difícil imaginar
porque no han nacionalizado la banca, pero la han ido llevando a un
camino que tiene una muy difícil vuelta
atrás.
Las carteras obligatorias
por sectores, como el agrícola, vivienda, pequeña industria, con
porcentajes elevadísimos que no solamente tienen rendimientos muy poco
satisfactorios, sino con claras posibilidades de no ser pagados nunca.
Además, utilizan la emisión de papeles del Estado en volúmenes
importantes y sin provisión de pago. Para cubrir esto el gobierno ha
mantenido (y también por otras razones) niveles enormes de liquidez que
les permiten a los bancos cobrar alto y pagar poco o nada, lo que
representa ciertas ganancias. Pero han creado un monstruo que será
irresoluble.
Grandes carteras de
crédito irregulares y de imposible recuperación pesarán fuertemente en
una recuperación. Si se adoptase una medida de restricción de la
liquidez, o se dolarizase la economía -ambas medidas especialmente
correctas- el sistema financiero no tendría
salida.
La situación no es
bancaria. Es política. Solo un cambio de régimen podría proteger la
propiedad privada de los depositantes y de los bancos.
EL UNIVERSAL
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