Emilio Figueredo: En este editorial me tomo la libertad de
narrar un hecho que marcó profundamente mi vida y que creo que puede servir de ejemplo para lo que hoy
ocurre en nuestro país.
A mediados de los años sesenta desempeñaba el cargo de secretario privado del Dr. Arturo Uslar Pietri y por alguna razón que no recuerdo estaba yo presente en el comedor del Club almorzando, mientras que al lado mío, en otra mesa, conversaban amenamente Uslar y Alirio Ugarte Pelayo. No le presté mucha atención a ese hecho ya que Alirio visitaba con cierta frecuencia a Uslar en su casa de la Avenida Los Pinos en La Florida.
Cuál no sería mi estupefacción al enterarme, al día siguiente, que Alirio Ugarte se había suicidado en su propia casa. Me apresuré a ir a donde Uslar y le pregunté: Doctor Uslar, no entiendo como pudo ocurrir eso si Alirio se veía tan tranquilo hablando con usted ayer.
La respuesta lacónica que me dio me impactó para siempre: "Emilio, a Alirio lo mató la impaciencia".
Traigo estas memorias a colación porque ahora que la alternativa democrática ha logrado finalmente encontrar un camino para restablecer la institucionalidad en nuestro país, algunos pecan por impacientes y pretenden señalar atajos al camino trazado por Capriles y la MUD, o incluso, en afortunadamente pocos casos, marcar tienda aparte a lo resuelto en la primarias de la unidad democrática.
Confiemos en que la impaciencia de muchos y los apresuramientos miopes y nerviosos de algunos dirigentes no nos conduzcan a un suicidio político que ciertamente tendría consecuencias dramáticas y fatales para el futuro democrático de Venezuela.
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