Por: Edilio Peña - El Universal 16-7-2013 - edilio2@yahoo.com
@edilio_p
La épica asegura a un militar la gloria. La política no. Porque la gloria apuesta a consagrarse en la eternidad, en cambio la política es una dinámica que fructifica en la relatividad del tiempo. Un político gana unas elecciones, y en los siguientes comicios, puede perderlas. El incidente no lo desanima, más bien le hace repensar sus estrategias para la toma del poder en una nueva oportunidad. Un militar pierde una batalla y la derrota puede conducirlo a la depresión o al suicidio. La vergüenza la confunde con la pérdida del honor. La revancha no siempre le resulta esperanzadora. Sin embargo, la épica puede abonar el camino hacia la política. Los éxitos militares de Napoleón Bonaparte lo convirtieron en un estadista que representó un hallazgo de la política. Aunque a través de ella prosperó la cruzada hacia su derrota militar definitiva en Waterloo. Contrario es creer que desde la política es posible llegar de manera feliz a la épica. En la Segunda Guerra Mundial, los aliados de países democráticos revirtieron esta premisa al deponer la política y pactar con la dictadura comunista de Stalin, y junto a él, armar un poderoso ejército que habría de consagrarse en la gloria de derrotar a la poderosa máquina de guerra del Tercer Reich. En escenarios como aquél, la política logra restituirse a través del sendero de la guerra.
Los golpes de Estado ejecutados por militares, apuestan a la rivalidad de creer que la épica es superior a la política, y por ello, éstos se consideran salvadores de la patria a la hora de ejecutarlos. Cada golpe de Estado ostenta el pendón de restituir la Constitución o de elaborar una nueva, a través de una Asamblea Constituyente, o en el caso más extremo, imponer la suya una vez tomado el poder. La primera noche del golpe la democracia promete florecer, pero al amanecer comienza el engaño. La sangre corre y la persecución es desatada. A partir de la asonada, los militares dirigen los destinos de la sociedad a su antojo. La política es disfrazada de épica; y los dictadores se conducen entre la crueldad y lo ridículo. El error está en la creación del Estado moderno, que otorgó protagonismo desencadenante a los militares en la preservación de la nación y el mismo Estado, las veces que la política y los malos gobiernos colapsan. El golpe de Hugo Chávez, fue un trazado cruento que fracasó a falta de valor y pericia militar de éste. No logró ejecutar el magnicidio contra el presidente constitucional Carlos Andrés Pérez. Tampoco se suicidó, pero lloró. Su fracaso fue convertido en éxito político arrollador celebrado por mayoría de venezolanos, aquéllos desencantados de una democracia extenuada por los desaciertos de sus conductores. Extrañamente, el pueblo vio en el cobarde a un héroe.
Cuando la oscuridad parecía vencida, Hugo Chávez toma el poder de manera electoral, y de inmediato, planteó transformar la Constitución vigente a través de una Asamblea Constituyente, donde gran número de sus representantes eran afectos a la línea del partido cívico-militar creado por él mismo. Esa Constitución -aprobada sin suficiente representación popular-, una vez investido de presidente, Chávez la violaría a través de leyes habilitantes, caprichos y artimañas. Muerto Chávez sin ninguna gloria, el golpe de Estado sigue prosperando en Venezuela con la complicidad de la institución militar. Rondan preguntas ante su inexplicable conducta: ¿Será que la Fuerza Armada Venezolana cambió su dignidad y ética marcial por beneficios materiales? ¿Por qué ha permitido la invasión de un ejército extranjero al corazón de la patria que dice defender con su vida? ¿Por qué arrodilla el honor ante el mando de ese ejército que la humilla y veja en los cuarteles?
En casi quince años, la Fuerza Armada Venezolana no ha hecho ningún pronunciamiento para restituir la Constitución y las leyes del país. Se ha cobijado en un largo silencio que se confunde con la cobardía o el valor que acecha. Aun sabiendo que el pronunciamiento no significa un golpe militar. Menos, una exposición sin cautela. Que acontezca un golpe de Estado sería contra el ya instalado desde el fraude electoral. Acción que podría ser fraguada por los Castro para desatar la guerra civil, porque todavía la política sobrevive en Venezuela. El prestigio de la Fuerza Armada Venezolana está en entredicho, y hasta ahora, la misma no parece dispuesta a redimirlo. Si Venezuela cruza el umbral de la adversidad, a futuro, su pueblo tendrá que considerar la posibilidad de eliminar la Fuerza Armada a través de un referéndum popular. Por haberse probado que ésta, frente a una de las grandes tragedias vivida por la República, fue ociosa, inútil e irresponsable. Derrotada sin batallar. Entonces, desde ese mismo momento, habrá de inaugurarse un nuevo concepto de conformación del Estado venezolano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su Comentario