La nociva postura de los pesimistas.
Por: Alberto Medina Méndez
Frente a las verdaderas dificultades
los extremos suelen ayudar bastante poco. Un pesimismo crónico
solo invita a cruzarse de brazos, a rendirse y por lo tanto
a claudicar. En la contracara, un optimismo irracional que
solo se basa en una retórica seductora, tampoco parece
conducente.
La euforia que estimula a buscar
lo mejor frente a cada situación tiene muchos adeptos.
Esa mirada, algo ingenua, genera ilusión allí
donde la desazón suele ganar, pero solo con discursos
no se logra lo esperado.
La mera intención
de que todo sea un poco mejor y una férrea voluntad
no alcanzan para torcer el rumbo.
Son ingredientes necesarios
para progresar, pero aisladamente, sin un norte definido,
sin diagnósticos claros y estrategias correctas, no
permiten conseguir las metas deseadas.
Del otro
lado, quienes han sido secuencialmente derrotados en varias
ocasiones, no tienen esperanzas y creen que no vale la pena
hacer algo al respecto.
Dicen haberse esforzado lo suficiente
sin obtener lo pretendido.
No solo están
enojados con el sistema, con los gobiernos y la política.
También viven enfadados con la sociedad, por su apatía,
por la abulia, por el desinterés manifiesto y la falta
de acompañamiento a los que realmente hacen mucho para
alterar la inercia de los acontecimientos.
En
ese grupo de decepcionados abundan los añosos.
Esas
personas han vivido mucho tiempo y han convivido con funestos
personajes del pasado y el presente. Es lógico que
se sientan frustrados frente a lo evidente.
Lo
vieron casi todo. Su desilusión tiene demasiado de
racional, pero también de emocional. Han perdido libertades,
dinero y fueron defraudados por esos líderes políticos
que les dijeron que con ellos todo sería diferente.
Inclusive algunos intentaron ser parte de la política.
En algún momento de sus vidas fueron tentados con aquella
consigna que sostiene que los cambios se logran desde adentro
del sistema y no desde afuera.
Pusieron mucho
empeño, pero tampoco lo consiguieron. Ingresaron a
la política, creyeron en un proyecto existente o se
sumaron a esos partidos que emergen mágicamente, y
con idéntica velocidad, desaparecen.
No
solo se han quejado, sino que han hecho un esfuerzo adicional
para ser parte de ese proceso de sano involucramiento, de
mayor compromiso, pero por innumerables motivos finalmente
fracasaron.
Tal vez no tuvieron el talento,
ni la paciencia y perseverancia imprescindibles. Posiblemente
siguieron los caminos tradicionales y no probaron otras
variantes más creativas. Cualquiera sea la razón,
sienten que lo han intentado y, pese a la dedicación,
les ha ganado el desencanto.
Los de más
avanzada edad tienen la certeza de que, aun con éxito,
no lograrán ver el resultado de sus sacrificios y eso
los desalienta. No tienen vocación de héroes,
ni están dispuestos a esmerarse para que las generaciones
futuras puedan continuar con las transformaciones iniciadas
por ellos. No los moviliza la idea de dejar un legado para
los que vienen.
Una inteligente frase atribuida
a William Ward recuerda que "el pesimista se queja del viento;
el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas".
Esa reflexión orienta todo el análisis hacia el
lugar apropiado.
Algunos no comprendieron aún
la cuestión de fondo. Claro que llegar a buen puerto
importa y mucho, pero a veces lo trascendente, lo significativo
tiene que ver con dar la batalla, con no doblegarse ni capitular,
con tropezar y aprender de cada caída para no repetir
los mismos desaciertos.
Winston Churchill decía
que "un optimista ve una oportunidad en toda calamidad y
un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad". Un pesimismo
a ultranza no suma nada. Desalienta a los que lo intentan,
los colma de sentimientos negativos y solo consigue amedrentar
a los pocos ciudadanos dispuestos a encarar ese épico
gesto de inmolarse.
Los cándidos optimistas
que solo recitan frases hechas pero jamás pasan a la
acción tampoco contribuyen demasiado. En su favor habrá
que decir que al menos no se ocupan de bastardear a los
que tratan de hacer algo.
Va siendo tiempo de
asumir la actitud adecuada. La tarea es muy compleja. Nada
es simple. Los cambios requieren de tenacidad. La ansiedad
no es una aliada en esto. El cambio indudablemente demandará
tiempo. A veces se avanza a paso decidido y otras más
lentamente. Inclusive en algunas ocasiones se retrocede
para volver a tomar fuerza y seguir evolucionando.
Hay que ser ingenioso e innovar mucho para tratar
de transitar el recorrido más exitoso, pero siempre
bajo el realismo de asumir lo que se tiene delante sin minimizar
los datos concretos y sin sobrestimarlos tampoco.
Es importante tener los pies sobre la tierra, pero
es preferible siempre convivir en ese sendero con los más
optimistas. Al menos ellos son menos dañinos.
Es posible
que no aporten mucho, pero al menos no son un escollo. Definitivamente
es vital distanciarse de la toxica actitud de algunos. Si
se pretende construir un futuro mejor, es imprescindible
alejarse de la nociva postura de los pesimistas.
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