Por: Luis Marín
GOLPES DE CASTRO
Fidel Castro puede prestarnos un
excelente muestrario para dar una idea bastante aproximada de lo que se
considera golpe de Estado en sentido clásico.
Un ejemplo, la desaparición de
Camilo Cienfuegos el 28 de octubre de 1959. El hecho es que le ordenaron
someter a Huber Matos que criticaba en Camagüey la interferencia
comunista en las Fuerzas Armadas, con el cálculo muy maquiavélico de
ponerlo en el dilema de traicionar al amigo o exponerse a que lo
acusaran de traicionar la revolución. Si alguno de los dos resultara
muerto en un posible enfrentamiento, sería ganancia para Castro.
Como quiera que haya resuelto el
dilema, no le gustó la solución: Huber Matos estaba vivo y Camilo de
regreso a La Habana, en un trayecto corto, con un experimentado piloto.
Entonces, el avión desapareció sin dejar rastros, presumiblemente
derribado por un caza de la Fuerza Aérea en un confuso incidente nunca
esclarecido. Todas los relacionados directa o indirectamente con el caso
desaparecieron en forma violenta. No sobreviven testigos, nadie vio,
nadie oyó, nadie dice nada.
Quizás el error de Camilo fue subirse
al carro en que Fidel Castro entraba triunfante en La Habana, como se
dice, robar cámara y aparecer en el primer plano eclipsando en alguna
medida la imagen única del gran líder; quizás su origen popular, la
influencia que se le atribuye entre el pueblo y la tropa; quizás el afán
de corregir a Castro que lo llevó a preguntarle sardónicamente en medio
de un discurso: “¿Voy bien, Camilo?”.
Otro, el ajusticiamiento del Che
Guevara el 8 de octubre de 1967 en Bolivia. Para este caso basta
detenerse en la carta de despedida del Che leída por Castro en un
discurso exactamente dos años antes: “Hago formal renuncia de mis cargos
en la dirección del partido, de mi puesto de ministro, de mi grado de
comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me ata a Cuba…”. Y más adelante: “Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad…”.
En ese momento Guevara se encontraba
perdido en el Congo de donde logró evacuar al personal cubano y salvarse
milagrosamente en lo que consideró el mayor desastre de su vida.
Execrado por la URSS después de su discurso de Argel criticando al
bloque soviético, la lectura de aquella carta sin fecha, que se suponía
podría ser usada sólo en caso de muerte, la consideró como una puñalada
por la espalda.
El hecho es que estaba despedido,
botado, en desgracia. No podía volver a Cuba sino clandestinamente, de
la misma manera en que luego ingresó a Bolivia. Allí lo alcanzó la
proscripción del Partido Comunista Boliviano que lo consideraba un
aventurero y el anatema a sus teorías foquistas por el comunismo
científico soviético.
Guevara fue entregado por agentes
estalinistas del PCB y luego ajusticiado. Al igual que en el caso
anterior, todos los participantes y testigos sufrieron una muerte
violenta. Un dato curioso es que incluso extremistas europeos creyendo
que estaban vengando al Che eliminaron a los únicos que podían
desenredar la tramoya que lo expulsó de Cuba y lo llevó a un cerco del
que no pudo escapar.
El hecho imprevisto fue que se
convirtiera en un ícono revolucionario mundial, una impactante imagen
propagandística, que los comunistas han explotado hasta el día de hoy,
dejando sin despejar los oscuros nubarrones que eclipsaron su trágico
destino.
Último, el general Arnaldo Ochoa,
fusilado el 13 de julio de 1989. También vinculado a la aventura cubana
en África; pero al contrario de Guevara, su maldición no fue la condena
soviética sino ser el elegido como hombre de Moscú para la sucesión en
Cuba.
Él hizo lo que le mandaron a hacer,
alinearse con la URSS en todo, como correspondía a un comunista
obediente y disciplinado. Lo que no podía preverse es que Moscú tomara
el camino de la perestroika, el glasnost y que La Habana no lo siguiera,
se rebelara y optara por seguir la ruta en solitario, algo
absolutamente impensable segundos antes de que ocurriera. ¿Cómo es
posible que los Castro se atrevieran a desafiar a la URSS?
Lo cierto es que los cubanos en el
exterior se acostumbraron a decir que si Castro se ponía “chocho” habría
que sustituirlo en la dirección del partido y del Estado. Ochoa era una
de las pocas personas de la nomenklatura que tenía el privilegio de
tutear a Castro. En una oportunidad, viendo que buscaba infructuosamente
un tabaco, tuvo la osadía de decirle que se estaba poniendo “chocho”:
esas fueron sus verdaderas últimas palabras.
El juicio de Arnaldo Ochoa es un
modelo de lo que significa la justicia revolucionaria y muestra
gráficamente en qué ha devenido la justicia en Venecuba. Se llama
“tribunal de honor” a un monumento a la deshonra. Los abogados
defensores eran de inferior jerarquía militar que jueces y fiscales, en
sentido estricto, sus subordinados. Lo más patético es que reclaman más
reconocimiento para sí porque la tarea que se les había impuesto era
más difícil, teniendo que defender a estos traidores, su sacrificio por
la revolución era mayor que el de todos los demás.
Las autoinculpaciones de AO son más
devastadoras que las acusaciones de la fiscalía; admite todos los
supuestos crímenes, exculpa expresamente a Fidel Castro y al gobierno de
sus actividades criminales y pide la pena de muerte para sí mismo.
La lógica estalinista sigue
funcionando: un comunista debe adherir en forma irrestricta las
decisiones del partido, sino es un traidor. Si el partido decide que él
es un traidor, entonces tiene que aceptarlo porque sino confirma que lo
es. Si lo admite, es un leal comunista, pero está condenado, mejor aún,
auto condenado.
AO murió gritando: “¡No soy un
traidor!” Fidel Castro, que observaba su ejecución en circuito cerrado
de televisión sólo comentó: “Murió como un hombre”.
Podríamos agregar el caso de Oswaldo Payá, pero eso nos llevaría a otro terreno.
EL ASESINATO DE CHÁVEZ
¿Quién puede decir semejante cosa? Su
sucesor, que lo siente en su corazón. El cáncer, dice, se puede
“inocular”; pero, ¿cómo? Si HC estuvo todo el tiempo en manos de los
cubanos, incluso mucho antes de caer supuestamente enfermo, ¿quién podía
tener acceso a él para inocularle el cáncer? Aquí el dilema obvio es: o
los círculos de seguridad cubanos no funcionan o fueron ellos mismos
quienes le inocularon el cáncer.
¿Qué dice Fidel Castro luego de la
muerte de HC? Silencio. ¿Qué dice el gobierno cubano? Nada, en absoluto.
¿Qué hace el gobierno venecubano?
¡Condecora a los médicos cubanos que
supuestamente atendieron al paciente hasta su muerte!
¿Por qué no los condecoran sus jefes
en Cuba? Se vería mal, muy mal. La pregunta es: ¿Por qué condecorarlos
si el paciente murió? ¿Será que esa era la verdadera “misión cumplida”?
Si la misión hubiera sido curarlo o mantenerlo con vida, no la
cumplieron, entonces no cabe el premio porque universalmente se
condecora a quien va más allá del simple cumplimiento del deber. Pero el
régimen cubano cuando esconde los cachos muestra el rabo: ellos
autorizan a sus nacionales para recibir condecoraciones de otros
países, luego, consienten en que estos supuestos médicos cumplieron su
tarea más allá de lo que era razonablemente exigible, son héroes. Pero,
¿por qué? ¿Qué hicieron?
Eva Golinger, que se sepa, es la
única que brinca al ruedo a respaldar esta teoría ultra conspirativista
de la inoculación; pero como le corresponde, acusando a EUA, su país de
origen. Esta es una de esas cosas extrañas que los americanos y sólo los
americanos pueden hacer sin consecuencias, desde que desapareció el
Comité Investigador de Actividades Antiamericanas.
En una larguísima reláfica que no
resiste el menor análisis de estilo y que más parece redactada por el
comité que fabrica las “Reflexiones” del comandante, EG suscribe la
tesis de la inoculación del cáncer, pero se desbarranca hacia la idea de
que podría ser una consecuencia lateral de actividades de espionaje
electrónico, mediante radiaciones de microondas y cosas así.
Pero como la competencia técnica de
Eva Golinger en física nuclear es equivalente a su virtud moral, la
única credencial que le resta es ser gacetillera a sueldo del chavismo,
así, lo único rescatable de sus numerosísimas y fatigantes
intervenciones es que nunca es desmentida, refutada, corregida, ni
descalificada por el interesado directo que es el gobierno de Cuba, ni
por su filial en Venecuba.
Lo único bueno del totalitarismo es
que cuando uno habla ya puede saberse lo que han convenido todos, puesto
que su aspiración más celebrada es la unanimidad.
El gobierno de Cuba, el único
directamente implicado en el asesinato de HC se delata con su silencio.
Nunca hablan directamente sino a través de otros, conocidos empleados.
Pero, ¿por qué hacen tanta bulla con
el tema? Parece que si ellos no lo hacen, otros podrían hacerlo y se
dirigirían hacia el único sitio donde tendrían que ir las sospechas,
entonces sólo se anticipan acusando, como siempre, a Estados Unidos.
Como en todos los ejemplos
anteriores, quizás el error de HC fue pretender volverse el sucesor de
Fidel Castro en la revolución continental; éste sería el móvil: Fidel
Castro no tiene ni puede tener sucesores y todos los que lo han
intentado han tenido el mismo fulminante final.
Buen ejemplo de Golpe de Estado, de estilo clásico, digno de Gabriel Naudé.
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