El precio de no involucrarse.
Por: Alberto Medina Méndez
Es demasiada la gente que
se queja. La paradoja es que son los mismos que hacen bastante
poco por cambiar el curso de los acontecimientos. A ellos
les molesta mucho lo que ocurre a diario, pero a la hora
de participar, despliegan una interminable lista razones
por las cuales no serán de la partida y delegarán
en otros esa vital tarea.
Muchos prefieren ser
solo espectadores de lo que sucede y de ningún modo
tomar la responsabilidad de asumir el protagonismo necesario
que les permita modificar la realidad. A Edmund Burke se
le atribuye aquella frase que dice que "lo único que
necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos
no hagan nada". Una descripción casi perfecta de la
actualidad.
Una sensación generalizada
invade a la sociedad y es que la política no ofrece
a los mejores. Se dice que son mediocres, que no tienen
ideas y que abundan los deshonestos en esa labor. No menos
cierto es que esas características son más que
frecuentes también en otras áreas del quehacer
cívico. Es que la dirigencia en general no es muy diferente
en promedio. Los que lideran las organizaciones de la sociedad
civil, los clubes, las comisiones barriales, los consorcios
de los edificios, los sindicatos, las entidades empresarias,
las colegiaciones profesionales, no escapan a esta regla
casi universal y en todo caso no hacen más que confirmarla.
Obviamente que también están las excepciones.
Existe gente fuera de serie, especial, con grandes aptitudes.
Pero el problema es justamente que no es un hecho habitual
y frecuente, sino bastante inusual y por lo tanto escaso.
Es evidente que los mejores no ocupan los lugares
claves de conducción y queda claro que no es casualidad.
Existe una deliberada decisión individual de no ser
parte. Eso es innegable. Los más capaces parecen haber
elegido premeditadamente no participar, no integrarse, ni
cooperar en lo mínimo.
Muchos afirman que
no quieren ensuciarse, que la política implica embarrarse
y que entonces la determinación pasa por no entrar
a ese mundo infinitamente ingrato. Otros creen que solo
han optado por dedicarse por completo a lo profesional,
a los negocios, a la actividad propia, suponiendo que así
se puede progresar.
Cualquiera sea la razón
que lleve a estas personas a no sumarse al necesario proceso
de cambio, lo que es indudable, es que el sendero seleccionado
no resulta gratuito. Esta decisión tiene un enorme
costo directo en la vida de cada ciudadano y en el de la
comunidad toda.
Ser gobernado por mediocres,
o inclusive por los peores, tiene consecuencias que están
a la vista. Solo así se puede explicar que naciones
con abundantes riquezas naturales, con tantas posibilidades
de desarrollo, hayan sido pésimamente administradas
y convivan con la pobreza.
Hay que poner mucho
ahínco para lograr tan malos rendimientos, en tan poco
tiempo. La ineptitud es la verdadera madre de estos infinitos
fracasos y de los innumerables desaciertos que pueden recordarse.
Como los incompetentes no pueden gobernar con habilidad,
orientan sus energías a construir ingeniosos mecanismos
para saquear a los ciudadanos y quedarse con el fruto de
su esfuerzo. Hay que reconocer que han demostrado una notable
destreza y que han sido inmensamente eficaces para generar
corrupción. Sin ellos, este presente no sería
posible.
Los más sobresalientes suelen
ser excelentes en lo suyo, pero tal vez no sean tan inteligentes
como parecen. Ellos creen estar a salvo de todo haciendo
lo suyo, lo que saben, siempre en el ámbito de lo privado.
Después de todo, para eso se han preparado a lo largo
de sus vidas. No han percibido que no alcanza con ser exitosos.
Eso no sirve, al menos no en sociedades como estas, en las
que el poder lo pueden ejercer los peores.
Nadie
espera que los mejores ingresen masivamente a los partidos
políticos. Solo sería deseable si pudieran garantizar
que disponen de la fortaleza moral suficiente para no claudicar
frente a las múltiples tentaciones que propone el poder.
Las agrupaciones políticas pueden ser el instrumento
apto para cambiar el estado de cosas y corregir el rumbo.
Pero existe otra alternativa. Los partidos configuran
una variante, la más habitual, pero no la única.
Tampoco se puede pretender que individuos con un colosal
talento, abandonen sus profesiones y oficios. Pero si al
menos pudieran integrarse a la sociedad civil en cualquiera
de las diversas oportunidades existentes, si le dedicaran
solo parte de su tiempo, dinero y sacrificio a ser protagonistas
en serio y comprometerse, tal vez se podría escribir
el futuro de otro modo y soñar con una sociedad mejor.
Lamentablemente son pocos los que lo han comprendido.
No participar es oneroso. Es descomunalmente caro. Algunos
ya lo entendieron y están intentando ser parte a su
manera. Otros, ni siquiera eso. Siguen sin percibir el elevado
costo que pagan por no participar. Se trata del precio de
no involucrarse.
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