Por: Macky Arenas - mackyar@gmail.com - Cuando uno se pasea por la historia de Venezuela y se tropieza con ejemplos de virtud, entrega a la patria y genuino coraje, es lógico que nos preguntemos qué pasa hoy, cuando tal vez este país se esté enfrentando a la más perversa forma de dominación jamás vista, y también la más cobarde, puesto que se disfraza de legalidad. Y puede que la respuesta esté allí, en la dificultad para ver más allá del disfraz, precisamente por el criterio democrático formado en nuestras generaciones producto de medio siglo disfrutando libertades. Ese criterio nos hace proclives a suponer lo mejor y tolerar hasta lo peor. Eso es lo indicado para vivir la democracia y conservarla, más no siempre es útil para rescatarla de quienes, sirviéndose de sus mecanismos, entre ellos la vigencia de ese sano criterio, nos la roban de la manera más inescrupulosa. No reconocemos fácilmente el peligro porque, los más, estamos actuando de buena fe, presumiendo la del otro y descartando —todavía— la posibilidad de que en los planes de quienes gobiernan pueda estar la destrucción del país. Nos resistimos a aceptar que el caos pueda ser la base una estrategia para colonizar voluntades y llevarlas a una dependencia tal de Estado que las grandes mayorías, depauperadas y desprovistas de toda capacidad de respuesta, tengan que conformarse con las migajas de una cúpula todopoderosa y someterse a su tiranía. Pero así han hecho todos los autócratas porque ese proceder es la base de los totalitarismos. Tratar de impedir, por todos los medios al alcance que sigamos por esa degenerada ruta, imprimiéndole un ritmo más acelerado a los cambios en este país, no sólo nos coloca a los protagonistas en la condición de radicales, sino que nos acerca al mandato estampado en la Constitución de restituir su vigencia. Si bien no podemos despreciar ninguna acción ortodoxa como la electoral, tampoco tenemos licencia para descartar otras como la protesta, la denuncia y la desobediencia activas, promoverlas y hacerlas coincidir. Eso es legítima defensa popular. Eso no es sinónimo de violencia, como sí lo es claramente el paquete filibustero de leyes rechazadas por un acto electoral tan válido como el que ungiría en pocos meses a alcaldes y gobernadores. Es violencia el que un grupo de venezolanos haya sido inhabilitado para que el resto no podamos elegirlos. Es violencia que el Presidente nos avergüence cada vez que abre la boca. Es violencia mantener presos políticos. Es violencia que el jefe, tan sólo del Poder Ejecutivo, regale a Venezuela sin que se atrevan a condenarlo, como está escrito que deben hacerlo. La dirigencia política tiene las mismas dificultades que el resto de los venezolanos para reconocer el peligro y acertar en la forma de enfrentarlo. A estas alturas, es evidente la torpeza, el sectarismo y el egoísmo con que actúan unos cuantos prefiriendo, a la postre, mantener este estado de cosas que posponer las ambiciones. Ya se les demandará la cuota. Pero la gran mayoría se desenvuelve aturdida, dando tumbos, aunque intentando avanzar en medio del campo minado en que se ha convertido hacer ciudadanía en este país. Como el problema que tenemos no es electoral, sino político, todos tenemos que hacer política. En este instante no hay líderes sino un elenco que se desenvuelve en público; no hay partidos, sino espasmódicos movimientos electorales; no hay generación de relevo que haya definido un objetivo, una forma de lucha y un proyecto. Eso es, en gran parte, el problema. Pero eso es lo que hay. Por ello, es necesario volver la vista hacia los ciudadanos, hacia cada uno de nosotros como responsables del destino de nuestra nación. Tenemos encima una firme apelación constitucional a manifestarnos. No después, ni más luego, preguntando primero por los líderes, sino ahora, dadas las coordenadas de la violación constitucional. Sólo nosotros, ciudadanos, podemos exigir a quienes aspiren ser reconocidos como líderes, señalarles el camino como ha ocurrido en otras ocasiones, instarlos a leer la demanda nacional… y actuar, de ser preciso, antes que ellos. Todos sabemos de la fuerza de un pueblo que coge calle, mucho más sólida que cuando empuña armas. Todos sabemos cómo se le eriza la piel a un régimen cuando el repudio popular, masivo y sostenido, late en la cueva de los mandantes. Así funciona la cosa, aquí y en la Cochinchina. Ayer, mañana y también hoy. Nosotros, los venezolanos que nos rebelamos contra la deshonra de la patria, tenemos más peso que cualquier respaldo que nos venga de fuera. Eso ayuda, pero jamás nos hará la tarea. Importa lo que hay aquí, lo que se haga aquí y lo que pase aquí. A nadie le importamos. Importamos nosotros. Y esto es lo que hay.
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