Por: Joaquin Chaffardet - Hace ya varios años, me tocó representar en un juicio a un General, con quien además de la relación profesional, tenía una vieja amistad. Se aproximaba su pase a retiro, acontecimiento que despierta en los militares, como es natural, una gran incertidumbre y mucha inquietud ya que tendrán que enfrentar un cambio radical en sus vidas. Y quizás uno de los cambios más radicales es la pérdida del uniforme y el poder que este representa. Y este amigo, me hizo un comentario que se me quedó grabado por lo dramático de su contenido. Me dijo, “tenemos que hacer un esfuerzo por terminar este proceso antes de que me toque pasar a retiro pues cuando a uno le quitan este disfraz [refiriéndose al uniforme] es un "guevón”. Tan cierta es la importancia del uniforme para los militares, que otro General que fuera dado de baja prematuramente y a quien me tocó representar, luego de oír la decisión oficialista adversa del TSJ, se quejaba amargamente, y casi al borde de las lágrimas, de que cómo le iban “a quitar su uniforme”. Los uniformes se utilizan para identificar a las personas con una institución, una profesión o con algún ente superior a su propia individualidad a la vez que diferenciarlas del resto de la sociedad. El uniformado no es él mismo, sino que ante todo es el ente que lo uniforma. El uniformado se sumerge en el grupo y pierde su identidad, pero a cambio se siente parte de un cuerpo superior que le da poder o prestigio, poder y prestigio que por lo general él no podría obtener por sí mismo. El uniforme hace que el sujeto se sienta protegido por el grupo o institución con que lo identifica el uniforme. Busca sentirse parte de ese grupo y derivar del mismo poder, prestigio y en muchos casos prebendas que de otra manera no podría obtener. El que se uniforma se somete voluntariamente a la autoridad del uniformador, renuncia a su independencia como persona. Es una renuncia total a su individualidad. Todos los movimientos políticos totalitarios, especialmente los de corte militarista, han acudido al expediente de uniformar a sus seguidores. Así han existido las camisas pardas, los camisas negras, etc. En la versión del totalitarismo militarista doméstico son las camisas, chaquetas, corbatas, pantalones faldas, sostenes, calzoncillos, pantaletas y medias rojas rojitas. Llegándose al extremo de que hasta los efectivos de las fuerzas armadas, todos llevan una prenda de vestir roja rojita. Recuerdo que una vez me encontraba en una agencia bancaria en el CCCT y llegó un oficial, de unos 140 a 150 kilos de peso, una barriga de unos dos metros, con una bufanda roja, una franelilla roja, una especie de bolsa de hielo roja en la cabeza y las trenzas de las botas rojas. Todos los que estábamos allí haciendo cola no podíamos disimular la risa ante tal adefesio, que era todo un monumento al jalabolismo y a la ridiculez de los “militares” de hoy. A la vez la imposición del uniforme que se hace a funcionarios públicos, de vestir de rojo cuando se encuentran en ejercicio de sus funciones, transforma a ese uniforme en un instrumento de extorsión y represión. Son múltiples las denuncias sobre la obligación que, de manera arbitraria y grotesca, se le ha impuesto a los trabajadores de numerosas instituciones del estado, incluido el CICPC, de vestir prendas rojas rojitas, so pena de destitución del cargo. Así como la obligación de acudir, debidamente uniformados a las manifestaciones y actos del PSUV. Quien rehúse vestir el uniforme es enemigo de la Robolución y por lo tanto execrado de las nóminas oficiales. Cuando vemos en cadena o algunos de sus shows al Iluminado de Sabaneta, gordazo y rozagante [producto de la buena vida, una mejor papa y un billete resuelto], vestido de rojo rojito al punto de que parece un disfraz de carro de bomberos, además de producirme risa me da lástima como venezolano que el país esté representado por ese campeón de la chabacanería y la ridiculez. Y más ridículo, absurdo y tercermundista resulta una comparsa integrada por sujetos que ostentan cargos de ministros, diputados, concejales, alcaldes, presidentes de institutos autónomos, jueces, fiscales, generales, mariscales, etc., como unos mismos pendejos vestiditos de rojo, disfrazados de carro de bombero o de bombillos de burdel, que parece una definición más apropiada. Y todo el chavismo, desde el que esta empatado en una Misión hasta el presidente-comandante de la gavilla, se uniforma de rojo para sentirse parte del poder y de un grupo paramilitar que les proporciona inmunidad para tropellar y agredir al resto de los venezolanos. El uniforme le permite que el caudillo los vea entregándole su individualidad como prueba de lealtad en unos casos y en otros entregándose en cuerpo y alma como putas baratas por cuatro monedas. Para hacerle ver al “comandante” que su sumisión llega al extremo de no importarles hacer el ridículo disfrazados de bombillo de burdel de pueblo. Mientras más rojo tengas más fiel y sumiso eres al jefe. Mientras más rojo vistas tienes derecho a más favores. Mientras más rojo vistas tienes más poder. Uno puede entender a algunos desequilibrados hormonales, como Rafael Ramírez o el gordo Barreto, William Lara o Tarek William Saab, Isaías Rodríguez o Jesee Chacón, se pongan hasta calzoncillos Ovejita rojos rojitos, porque el rojo es el color de la pasión y ellos son por naturaleza son apasionados en sus afectos. Pero da pena ajena ver a unos viejos como Muller Rojas, José Vicente Rangel, García Ponce, y otros septuagenarios y hasta octogenarios, que para jalarle bolas a Chávez se visten de rojo rojito sin sonrojo alguno. ¡Que viejos tan rebolsas! Esta aberración tiene aristas más perversas que el simple jalabolismo y el deseo de participar en el festín del poder. Ese disfraz persigue, como en todos los regímenes totalitarios, la intimidación de la población. Cuando los ciudadanos ven que todos los que detentan alguna posición en el gobierno o en su entorno, desde el presidente hasta los niveles más bajos de la administración y del partido usan ese uniforme, se les hace sentir que sus vidas, bienes y derechos están en manos de esa horda de delincuentes, que no hay posibilidad de reclamar los más simples derechos o resolver los más elementales problemas cotidianos frente a la administración, si no se cuenta con la aprobación de estos disfraces. Que los disfrazados pueden agredirlo a mansalva y que no tendrá donde acudir. Para muestra un botón: el director del CICPC, se viste de rojo y ha obligado a todo el personal de esa policía a vestir prendas rojas. Entonces, cómo el ciudadano atropellado por cualquier gavilla vestida de rojo va a ir a denunciarlos ante otro pelotón de individuos vestidos de rojo que están plenamente identificados con sus agresores. Cómo el que ha sido víctima de una invasión de su propiedad por parte de una turba de malvivientes vestidos de rojo va acudir ante una “autoridad” plenamente identificada con los mismos símbolos de los invasores. El uniforme-disfraz rojo rojito es uno de tantos mecanismos implementados por quienes dirigen la política dictatorial, para excluir, separar, identificar e intimidar a la mayoría de venezolanos que no formamos parte de la comparsa totalitaria de jalabolas. La verdad es que cada vez que veo a esos diputados, alcaldes, concejales, ministros, militares y otros chupamedias vestidos de rojo rojito, como una ofrenda de amor a su comandante-presidente, me viene a la mente ese viejo dicho caraqueño que reza: “a caraota voy y no pierdo”.
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