lunes, 9 de marzo de 2009

Expropiaciones en Venezuela


Los acontecimientos más recientes de la economía venezolana comienzan a mostrar el desarrollo de una tendencia erizada de peligros y obstáculos insuperables. Aunque la idea de un Socialismo del Siglo XXI se presentaba más como una bravata y un derroche de petrodólares, antes que como una concepción económica estructurada, ahora parece que su sentido se está alcanzando con una oleada de expropiaciones. Esa ola, que se inició con los servicios telefónicos, ha continuado con la toma de la arrocera filial de Cargill, tiene antecedentes en la estatización de la cementera Cemex , ha seguido con la expropiación de las fincas El Piñal, de la multinacional papelera Smurfit, y El Maizal, de propietarios venezolanos. Además, el presidente Chávez ha amenazado con confiscar a Polar, la principal empresa de la industria de alimentos de ese país e incluso a las tierras pertenecientes a los ganaderos. “Aunque se presenta como una respuesta a la crisis global, con el argumento de que el “capitalismo no ha podido resolver los problemas de falta de trabajo e ingresos de los más pobres”, la verdad es otra. Está en el deterioro de la economía nacional, causado por la caída del precio del petróleo y la ruinosa política del régimen chavista. Venezuela constató cómo el crecimiento económico disminuyó a la mitad en el 2008 y cómo la inflación alcanzó cifras cercanas al 30%, generando un detrimento grande del poder adquisitivo y un aumento en los costos que acabó la producción de aquellos bienes de primera necesidad que ya no pueden ofrecerse a los precios fijados por el Gobierno ni pueden ser importados porque la política de control de cambios impide su pago oportuno. Ante esa realidad, la pérdida de credibilidad de Venezuela como buen pagador es inevitable. El ardid de ahora consiste en presentar las estatizaciones como respuesta a un sector privado insensible, que se niega a suministrar los productos básicos a precios razonables, cuando de lo que se trata es de una estrategia para desviar el debate. Y, de paso, hacerse con los activos de las empresas prósperas para sufragar con sus recursos los cuantiosos déficits que deja el desplome del valor del crudo. Pero este Socialismo del Siglo XXI puede resultar peor que la enfermedad capitalista. Aunque la oleada estatista entusiasme a quienes ignoran las carencias que vive Cuba por esa política, es claro que el Estado fracasará en administrar la producción de arroz, cemento, papel, etc. Máxime, cuando deba cumplir con precios subsidiados y caprichosos. Por eso, el desabastecimiento que apenas asoma la cabeza se convertirá en una realidad de proporciones contra la cual no habrá nacionalizaciones que valgan. Lo cierto es que a valores de economía real, y sin los subsidios que permiten los altos precios del petróleo, los ciudadanos no tienen cómo comprar los productos básicos. Ya lo dijo el presidente de la Federación de Ganaderos de Venezuela: “No tenemos quién nos compre”, por lo que de inmediato fue amenazado de expropiación, pese a la sinceridad de la afirmación. Ante tanta evidencia, no es extraña la afirmación de que Venezuela está a punto de explotar.

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