Cuánta torpeza! Y lo peor: el recuerdo -y el continuo recurso a su
ejemplo, no sólo no puede evitarlas, sino lo que es más grave, ¡las
refuerza! Esas torpezas, que podrían pasar desapercibidas cuando un
reciente alud de votos te respalda (allí está el PP español para
probarlo), son arsénico puro cuando de vaina no te rasparon. Lo más
dramático: Maduro y la camarilla que, por ahora, lo sostiene, ni
perciben esa crítica distinción.
Recordemos aquel histórico sábado 8 de diciembre del 2012, cuando Chávez, sabiéndose cercano a la muerte, se despide de todo lo que, con enérgico tesón, había destruido en la confianza de poder reconstruirlo a su imagen y semejanza. En esa patética despedida, en la que hasta cantó un himno militar a capella, Chávez propuso que si “ya teníamos patria” (sin explicarnos qué tenía en mente con esa afirmación) y él no podía seguir dirigiéndola, pedía a los suyos que eligiesen a Nicolás Maduro como su sucesor. Podemos concluir, entonces, que abrigaba la esperanza de que Maduro garantizase su legado y exitosamente culminara su proyecto.
Desde el inicio se le vieron las costuras, y también las ambiciones torcidas de quienes lo acompañaban. A Maduro le tocó jugar un papel teatral que le quedaba grande y flojo: reemplazar a un Chávez que ni aparecía ni se moría requiere de algunas condiciones que, en lo absoluto, adornan a Maduro. Nada hacía sin mirar a La Habana a donde con fastidiosa recurrencia acudía. Y mientras, creyó que era parte de su papel mentir sobre el real estado del enfermo. Nunca imaginó que debería cargar con el sambenito de ser considerado un mentiroso hasta que le toque desaparecer de la escena.
Y allí está, sin saber qué hacer ni para dónde coger. Consagrado por los suyos como Presidente, sus primeros pasos no pueden ser más desalentadores, y todo parece indicar que bastante alejados de lo que Chávez hubiera esperado cuando lo escogió. Es una suerte que no esté vivo para apartarlo de la escena.
Chávez lo dejó en la mejor pole position que podría tener. Si debía vencer en una elección presidencial sobrevenida -que Chávez reconoció debería darse en muy poco tiempo- tendría que hacerse conocer con la velocidad del rayo. Y el pobre Maduro creyó que eso le imponía mostrar el video del 8/D en cuanta concentración pública apareciese. No, lo que Chávez parecía sugerir era que “se luciese” en el cargo, y la verdad es que no lo ha dejado de hacer desde entonces, allí están las dos devaluaciones seguidas y sus devastadores efectos, el principal, la paralización de la vida económica del país.
En aquel momento, la oposición aún lamía las heridas de la derrota del 8/0 y como víctima sacrificial acudía a lo que sería la pérdida de importantes baluartes (las gobernaciones del Zulia, Táchira y Margarita). El futuro anunciaba a Maduro una sobrada victoria, pero quisieron remacharla con laapoteosis funeraria que se desataría desde del 5 de marzo.
Como rápido se vería, todos desconocíamos la capacidad de Maduro para malbaratar la herencia de un difunto munificente. Y tanto, que hasta Schemel se sorprendió y con escasa prudencia afirmó que “el desempeño de Maduro merecía ingresar a las páginas de los récord Guinness”.
En efecto, Maduro había arrancado con 20 puntos arriba, mientras la oposición suspiraba porque su único caballo aceptase concursar. Y lo hizo en aquella memorable noche dominical, para realizar una epopeya: mantener lo que tenía, y arrebatarle al chavismo más de 800 mil votos. Según cálculos, Maduro perdía más de 65 mil votos por día. ¡Vaya logro!
En el camino, Capriles crecía en la medida en que Maduro se encogía. Y ese proceso sigue. De nada valió regar la especie de que Capriles se abstendría, para luego, desmentidos, decir que “Capriles se retiraría”. Y así llegamos al histórico traspié del 14 de abril cuando con asombro vimos cómo Maduro perdía de calle las grandes y medianas ciudades del país, quedándose con el monte, mientras la oposición recuperaba territorios perdidos y afianzaba otros.
Proclamado a toda carrera, Maduro comenzó a actuar ¡como si hubiese barrido! Aburridas cadenas con injurias a granel, mientras llama al diálogo y la paz, sólo remachan su pobre imagen por doquier. Se apagaron los cantos de victoria de Arias en Zulia y el rojo rojito que tiñó al Táchira forever, según Vielma, se evaporó.
Y allí está la verdad: el proyecto hegemónico de Hugo Chávez murió por inmersión (de votos) aquel domingo de abril, dejando sólo una triste orfandad sin consuelo y sin remedio.
Fuente: El Universal
Recordemos aquel histórico sábado 8 de diciembre del 2012, cuando Chávez, sabiéndose cercano a la muerte, se despide de todo lo que, con enérgico tesón, había destruido en la confianza de poder reconstruirlo a su imagen y semejanza. En esa patética despedida, en la que hasta cantó un himno militar a capella, Chávez propuso que si “ya teníamos patria” (sin explicarnos qué tenía en mente con esa afirmación) y él no podía seguir dirigiéndola, pedía a los suyos que eligiesen a Nicolás Maduro como su sucesor. Podemos concluir, entonces, que abrigaba la esperanza de que Maduro garantizase su legado y exitosamente culminara su proyecto.
Desde el inicio se le vieron las costuras, y también las ambiciones torcidas de quienes lo acompañaban. A Maduro le tocó jugar un papel teatral que le quedaba grande y flojo: reemplazar a un Chávez que ni aparecía ni se moría requiere de algunas condiciones que, en lo absoluto, adornan a Maduro. Nada hacía sin mirar a La Habana a donde con fastidiosa recurrencia acudía. Y mientras, creyó que era parte de su papel mentir sobre el real estado del enfermo. Nunca imaginó que debería cargar con el sambenito de ser considerado un mentiroso hasta que le toque desaparecer de la escena.
Y allí está, sin saber qué hacer ni para dónde coger. Consagrado por los suyos como Presidente, sus primeros pasos no pueden ser más desalentadores, y todo parece indicar que bastante alejados de lo que Chávez hubiera esperado cuando lo escogió. Es una suerte que no esté vivo para apartarlo de la escena.
Chávez lo dejó en la mejor pole position que podría tener. Si debía vencer en una elección presidencial sobrevenida -que Chávez reconoció debería darse en muy poco tiempo- tendría que hacerse conocer con la velocidad del rayo. Y el pobre Maduro creyó que eso le imponía mostrar el video del 8/D en cuanta concentración pública apareciese. No, lo que Chávez parecía sugerir era que “se luciese” en el cargo, y la verdad es que no lo ha dejado de hacer desde entonces, allí están las dos devaluaciones seguidas y sus devastadores efectos, el principal, la paralización de la vida económica del país.
En aquel momento, la oposición aún lamía las heridas de la derrota del 8/0 y como víctima sacrificial acudía a lo que sería la pérdida de importantes baluartes (las gobernaciones del Zulia, Táchira y Margarita). El futuro anunciaba a Maduro una sobrada victoria, pero quisieron remacharla con laapoteosis funeraria que se desataría desde del 5 de marzo.
Como rápido se vería, todos desconocíamos la capacidad de Maduro para malbaratar la herencia de un difunto munificente. Y tanto, que hasta Schemel se sorprendió y con escasa prudencia afirmó que “el desempeño de Maduro merecía ingresar a las páginas de los récord Guinness”.
En efecto, Maduro había arrancado con 20 puntos arriba, mientras la oposición suspiraba porque su único caballo aceptase concursar. Y lo hizo en aquella memorable noche dominical, para realizar una epopeya: mantener lo que tenía, y arrebatarle al chavismo más de 800 mil votos. Según cálculos, Maduro perdía más de 65 mil votos por día. ¡Vaya logro!
En el camino, Capriles crecía en la medida en que Maduro se encogía. Y ese proceso sigue. De nada valió regar la especie de que Capriles se abstendría, para luego, desmentidos, decir que “Capriles se retiraría”. Y así llegamos al histórico traspié del 14 de abril cuando con asombro vimos cómo Maduro perdía de calle las grandes y medianas ciudades del país, quedándose con el monte, mientras la oposición recuperaba territorios perdidos y afianzaba otros.
Proclamado a toda carrera, Maduro comenzó a actuar ¡como si hubiese barrido! Aburridas cadenas con injurias a granel, mientras llama al diálogo y la paz, sólo remachan su pobre imagen por doquier. Se apagaron los cantos de victoria de Arias en Zulia y el rojo rojito que tiñó al Táchira forever, según Vielma, se evaporó.
Y allí está la verdad: el proyecto hegemónico de Hugo Chávez murió por inmersión (de votos) aquel domingo de abril, dejando sólo una triste orfandad sin consuelo y sin remedio.
Fuente: El Universal
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