Por: Profesor Antonio Cova M. (qepd)
Este fin de semana fue muy frondoso. De nuevas ofertas, de nuevos milagros. Es una lástima que el señor Maduro parece no caer en la cuenta de que millones de sus compatriotas hace ya tiempo que no creen en las maravillas que el poder promete. Si no creen en "gallineros verticales" ni en "cultivos hidropónicos", menos razones tienen para creer en "trenes de cercanías" y demás zarandajas. Ya nos hartamos de oír sobre represas y planes faraónicos que transformarían los llanos de Venezuela, así que no nos vengan ahora con los miles de millones que harán maravilla esos sueños de Caracas conectada por todas partes.
Que el señor de Odebrecht imagine esa obra cumbre que superará lo hasta ahora visto en la ingeniería mundial y que en su portuñol nos transporte a ese momento sublime, es comprensible. Como que comienza a hacerse realidad lo que el efusivo abrazo de la señora Rousseff prometía: los brasileños haciendo el milagro de construir lo que el chavismo es incapaz de realizar. Lo que pasa es que ya la mayoría de este país no cree en nada de eso, así que, señor gerente, no pretenda hacérnoslo tragar. Pero es que, además, si Chávez en catorce años no pudo realizar nada de lo que prometió, ¿cree usted que su "hijo" lo hará en poco más de dos años? Felicitaciones. Nosotros no creemos en nada de eso.
¿Y en qué es lo que creemos? Pues, aunque Ud. no lo crea, en lo que vemos, sentimos y padecemos. Vaya y dése una vueltica por el país y llegará a la misma conclusión. Sobre todo, dése un paseíto por automercados, abastos y las bodegas que aún quedan. Allí está la verdadera Venezuela, y sus verdugos.
Allí se enseñorea el no hay y el eso vale tanto. O si prefiere la jerga científica: el desabastecimiento y la inflación, las dos hermanas siamesas que pueden acabar con cualquier gobierno, mucho más con uno que simula gobernar.
Permítame que traiga a su consideración las aleccionadoras páginas que a esto dedicó el gran periodista norteamericano Theodore White cuando escribió su veredicto sobre el gobierno de Chiang Kai-shek en la China de los años 30 y 40 del siglo XX. "La inflación, afirma, es la obsesionante peste que persigue a todo un país. Es la escondida amenaza que un gobierno desorganizado siempre genera como espada de Damocles sobre aquellos que intentan planificar, ahorrar y actuar con prudencia. Ser honestos en nuestros tratos diarios en medio de una inflación desbocada no tiene sentido y cancelar deudas a tiempo es una locura".
En una situación tal, prosigue, "cualquier funcionario se aprovechará de su posición, hasta que llegue el derrumbe irreversible que ya no puede ser ocultado". Y concluye: "cuando la dinastía Song de China (960-1125) creó el papel moneda, que pretendía pasar como dinero, terminó embarcándose en una ruta que nadie podía controlar. Por ello colapsó en una implosión inflacionaria, como luego lo haría la dinastía mongol que la sucedió. Desde entonces, cada vez que un gobierno ha perecido lo ha hecho en un paroxismo inflacionario, en una tormenta de papel moneda inútil. Y eso se debe a que ese papel no vale nada, pues su valor sólo proviene de la fe que se tiene en el gobierno que lo imprime." (In Search of History, A personal Adventure, Warner Books, N.Y., 1979).
Esta es la única realidad que los venezolanos conocen hoy, y ésta tiene mucho que ver con el señor Maduro. Desde que se encargó todo se ha evaporado de los anaqueles y lo escaso vale ya un ojo de la cara, pues no hay nada más cruel que la acción combinada de las siamesas.
Lo escaso, cuando asoma la nariz, es incomprable y todo mundo comienza a comportarse extrañamente, porque piensan que pueden sacar mejor provecho de lo que guardan con celo. Y primero que nadie los funcionarios, a quienes su oficio y experiencia les convierten en los peores predadores de la comarca.
Venezuela está hoy sin comida, sin medicamentos y sin repuestos para todos los aparatos necesarios, mientras los precios de vivienda, electrodomésticos y vehículos se disparan enloquecidos. ¿Cree el oficialismo que estas malvadas siamesas les permitirán gobernar? ¿En qué país, en qué época?
Y mientras, el tiempo corre, los problemas empeoran y las soluciones se "invisibilizan". El país ya no es aquel que Chávez lograba controlar, o por lo menos donde se permitía el lujo de postergar cualquier solución. Por cierto, ¿se han dado cuenta de lo difícil que ahora resulta entonar socarronamente el estribillo "no hay un 11 sin su 13", desde que vivimos el asombroso 14 de abril?
Este fin de semana fue muy frondoso. De nuevas ofertas, de nuevos milagros. Es una lástima que el señor Maduro parece no caer en la cuenta de que millones de sus compatriotas hace ya tiempo que no creen en las maravillas que el poder promete. Si no creen en "gallineros verticales" ni en "cultivos hidropónicos", menos razones tienen para creer en "trenes de cercanías" y demás zarandajas. Ya nos hartamos de oír sobre represas y planes faraónicos que transformarían los llanos de Venezuela, así que no nos vengan ahora con los miles de millones que harán maravilla esos sueños de Caracas conectada por todas partes.
Que el señor de Odebrecht imagine esa obra cumbre que superará lo hasta ahora visto en la ingeniería mundial y que en su portuñol nos transporte a ese momento sublime, es comprensible. Como que comienza a hacerse realidad lo que el efusivo abrazo de la señora Rousseff prometía: los brasileños haciendo el milagro de construir lo que el chavismo es incapaz de realizar. Lo que pasa es que ya la mayoría de este país no cree en nada de eso, así que, señor gerente, no pretenda hacérnoslo tragar. Pero es que, además, si Chávez en catorce años no pudo realizar nada de lo que prometió, ¿cree usted que su "hijo" lo hará en poco más de dos años? Felicitaciones. Nosotros no creemos en nada de eso.
¿Y en qué es lo que creemos? Pues, aunque Ud. no lo crea, en lo que vemos, sentimos y padecemos. Vaya y dése una vueltica por el país y llegará a la misma conclusión. Sobre todo, dése un paseíto por automercados, abastos y las bodegas que aún quedan. Allí está la verdadera Venezuela, y sus verdugos.
Allí se enseñorea el no hay y el eso vale tanto. O si prefiere la jerga científica: el desabastecimiento y la inflación, las dos hermanas siamesas que pueden acabar con cualquier gobierno, mucho más con uno que simula gobernar.
Permítame que traiga a su consideración las aleccionadoras páginas que a esto dedicó el gran periodista norteamericano Theodore White cuando escribió su veredicto sobre el gobierno de Chiang Kai-shek en la China de los años 30 y 40 del siglo XX. "La inflación, afirma, es la obsesionante peste que persigue a todo un país. Es la escondida amenaza que un gobierno desorganizado siempre genera como espada de Damocles sobre aquellos que intentan planificar, ahorrar y actuar con prudencia. Ser honestos en nuestros tratos diarios en medio de una inflación desbocada no tiene sentido y cancelar deudas a tiempo es una locura".
En una situación tal, prosigue, "cualquier funcionario se aprovechará de su posición, hasta que llegue el derrumbe irreversible que ya no puede ser ocultado". Y concluye: "cuando la dinastía Song de China (960-1125) creó el papel moneda, que pretendía pasar como dinero, terminó embarcándose en una ruta que nadie podía controlar. Por ello colapsó en una implosión inflacionaria, como luego lo haría la dinastía mongol que la sucedió. Desde entonces, cada vez que un gobierno ha perecido lo ha hecho en un paroxismo inflacionario, en una tormenta de papel moneda inútil. Y eso se debe a que ese papel no vale nada, pues su valor sólo proviene de la fe que se tiene en el gobierno que lo imprime." (In Search of History, A personal Adventure, Warner Books, N.Y., 1979).
Esta es la única realidad que los venezolanos conocen hoy, y ésta tiene mucho que ver con el señor Maduro. Desde que se encargó todo se ha evaporado de los anaqueles y lo escaso vale ya un ojo de la cara, pues no hay nada más cruel que la acción combinada de las siamesas.
Lo escaso, cuando asoma la nariz, es incomprable y todo mundo comienza a comportarse extrañamente, porque piensan que pueden sacar mejor provecho de lo que guardan con celo. Y primero que nadie los funcionarios, a quienes su oficio y experiencia les convierten en los peores predadores de la comarca.
Venezuela está hoy sin comida, sin medicamentos y sin repuestos para todos los aparatos necesarios, mientras los precios de vivienda, electrodomésticos y vehículos se disparan enloquecidos. ¿Cree el oficialismo que estas malvadas siamesas les permitirán gobernar? ¿En qué país, en qué época?
Y mientras, el tiempo corre, los problemas empeoran y las soluciones se "invisibilizan". El país ya no es aquel que Chávez lograba controlar, o por lo menos donde se permitía el lujo de postergar cualquier solución. Por cierto, ¿se han dado cuenta de lo difícil que ahora resulta entonar socarronamente el estribillo "no hay un 11 sin su 13", desde que vivimos el asombroso 14 de abril?
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