Por: Trino Marquez - @tmarquezc - En Libia, uno de los ejércitos mejor dotados de esa zona tan conflictiva y militarizada, fue derrotado por un grupo de insurgentes semidesnudos y mal equipados, pero afianzados en la inquebrantable decisión de no seguir aceptando que los gobernara un megalómano rodeado de un grupo gansteril. La Jamahiriya, añagaza con la que Muammar Gadafi embaucó al pueblo durante cuarentidos años, se hizo añicos. La Revolución Verde fue una fachada utilizada para cubrir todas las fechorías y extravagancias del Coronel. Frente a su derrumbe, la Liga Árabe —plataforma política natural de la satrapía— se ha mantenido distante. Ninguna declaración condenando la legitimidad del Consejo Nacional de Transición y la arremetida final de los rebeldes y la OTAN, producto de la firme determinación de Sarkozy. Hasta los hermanos Castro, aparte de sus cansonas y genéricas denuncias del imperialismo, han guardado discreto silencio. Todo el mundo estaba hastiado de los desmanes del excéntrico Gadafi y su entorno de cleptómanos y asesinos. Todos, menos el teniente coronel Hugo Chávez y sus acólitos, incluido el comentarista de asuntos internacionales que todas las noches se desvive en loas a su jefe y en injurias a quienes lo adversan por Venezolana de Televisión. Es el mismo personaje que cada vez que George Bush aplicaba cualquier sanción o represalia contra terroristas por alguna agresión a los Estados Unidos, entraba en crisis histéricas. Ese señor no se ha conmovido ante el saqueo y los miles de crímenes cometidos en el país del Magreb por el clan Gadafi a lo largo de cuatro décadas. ¿Por qué Chávez se solidariza con Gaddafi, habla del genocidio contra el pueblo libio y dice que “solo reconocemos al gobierno del compañero Gadafi? ¿En qué puede ser “compañero” el caído dictador, que nunca convocó a una elección trasparente, que le impuso a Libia un régimen de hierro, aislado del planeta, y que manejó a su antojo su nación, de un Presidente electo por el voto popular dentro en una democracia que proclama una forma de gobierno plural y alternativa? En principio debería tratarse de dos figuras antitéticas, que basan su legitimidad en orígenes opuestos. Uno: la fuerza, el pillaje, el abuso. El otro: las votaciones, los controles institucionales, la rendición de cuentas. ¿Por qué Chávez se ve a sí mismo como “compañero” de un ser abominable al que todos los demócratas del planeta desprecian, y que deberá terminar en el Tribunal Internacional de la Haya? Porque Gadafi es su alter ego. El déspota que él no pudo ser porque la intentona golpista del 4-F fracasó, entre otras razones, porque no tuvo el coraje de cumplir con los objetivos que los conjurados le habían encomendado. El desprecio por la democracia y la diversidad, y la nostalgia por la fuerza bruta, le brotan a cada rato. Pocas semanas atrás le confesaba a José Vicente Rangel que lamentaba ese fracaso. ¡Qué fastidio tener que convocar comicios y enfrentar una oposición vibrante! Tan bueno que sería mantener al país sometido a su yugo. Actuar como Gadafi y los hermanos Castro quienes nunca se han molestado en organizar elecciones libres, ni polemizar con partidos políticos opositores, ni convivir con medios de comunicación independientes, ni conducir la vida nacional dentro de esa atmósfera tormentosa que es la convivencia democrática. Chávez también es “compañero” de Gadafi en su paranoia y en su necesidad de concentrar y controlar todo el poder. Los delirios persecutorios del déspota africano no le impidieron realizar jugosos negocios con el “imperialismo” europeo. Italia y Berlusconi fueron de los más favorecidos. Su error estuvo en que su fortuna personal, obtenida con las corrupción, y a la que Chávez llama tramposamente “reservas internacionales”, las depositó en bancos europeos, en vez de invertirlas en hospitales, salud, escuelas, universidades, autopistas, carreteras, electricidad, y en todas las áreas que habrían aliviado la dura vida de los libios. Esta gente paupérrima estuvo dirigida por unos cretinos enriquecidos de forma obscena con el petróleo, y dilapidaron la riqueza los recursos nacionales en fiestas, clubes de fútbol, mansiones en el exterior, yates, aviones. En todo, menos en darle al pueblo lo que necesitaba. La traída de las reservas en oro a Venezuela muestra ese lado que identifica al caudillo criollo con su “compañero”, el autócrata africano. Ordena repatriar el metal porque el imperialismo puede expropiarlas (tal como él sí hace con los activos de los venezolanos). Inventa mentiras estrafalarias para justificar sus antojos (lo más seguro es que el oro corra la misma suerte que los recursos dólares en el FONDEN y en el BCV: que se evaporen; ya veremos danzando millones en la campaña de 2012). Chávez se declara “compañero” de un sujeto que martirizó y expolió al pueblo libio. ¿Le esperará el mismo futuro?
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