lunes, 29 de diciembre de 2008

Caudillo de Venezuela por la gracia de Dios


Por: Luis María Anson - Miembro de la Real Academia de la Lengua - ¡Qué grande es el amigo venezolano de Zapatero! Atento al bien común de los ciudadanos, dispuesto a derramar la última gota de su sangre por la patria, el nuevo caudillo acaba de hacer el inmenso sacrificio de echar sobre sus hombros la carga de gobernar por decreto. No quiere ser como Pinochet, el dictador al que los votos enviaron a casa. Quiere ser como Franco. Caudillo de Venezuela por la gracia de Dios. Y en su generosa entrega a la patria va a imponer su magistratura vitalicia, también como Franco. Nadie ha sido tan audaz. Ha reunido a los diputados en la calle, sí, en la puta calle, no en el edificio del Parlamento y, a mano alzada, les ha hecho renunciar a la soberanía popular, tan estúpida, para trasvasarla a los dídimos del gran timonel, del caudillo de todas las victorias, del hombre providencial, salvador de la patria y padre de la patria nueva; Hugo Chávez. Con las manos libres para actuar, el nuevo caudillo dispensará el honor al pueblo venezolano de adueñarse de todos los bienes de producción, para administrarlos, como Dios manda, en su provecho personal que es el de la patria pues el caudillo Chávez y Venezuela se identifican, son la misma cosa. Después vendrá la incontenible galopada hacia el socialismo real, es decir, hacia el comunismo, como en la Cuba gloriosa del maestro Castro, paradigma para todos los pueblos de libertad y respeto a los Derechos Humanos. Y de prosperidad económica. El alto nivel de vida del que gozan los cubanos se incrementará ahora con el petróleo venezolano generosamente ofrecido en el altar de Castro, cuya recuperación física augura el caudillo Chávez, rezando a Cristo, primer comunista de la Historia, como lo ha definido con su reconocida profundidad intelectual. En el Vaticano, el Papa Benedicto XVI ha decidido revisar la doctrina católica para adaptarla a la sabiduría del caudillo caribeño. Dentro de unos meses, los numismáticos del mundo entero estarán unidos para adquirir y disfrutar las nuevas monedas de plata venezolanas en las que, entorno a la gloriosa cabeza de perfil de Chávez, se leerá: «Hugo Chávez, caudillo de Venezuela por la gracia de Dios». Los sellos de correos y los billetes de banco se adornarán con las efigies entrelazadas de Bolívar, Castro y Chávez. En muy poco tiempo, el paraíso cubano con sus milicias urbanas, sus pioneros, sus organizaciones de espionaje, su admirable organización carcelaria, quedará instalado en Venezuela . Todo por la patria. Todo a mayor gloria del nuevo caudillo que ha venido a salvar a Venezuela de los caducos partidos, de la democracia pluralista, de la empresa privada, de la economía de libre mercado impuesta por la voracidad de los Estados Unidos de América. Y los intelectuales. Tan rencorosos, tan egoístas, tan egocéntricos. Se van a enterar ahora de lo que vale una peineta. Castro tiene razón y hay que encadenarlos a la censura. Si viviera Rómulo Gallegos, el caudillo Chávez le haría comerse el original de Doña Bárbara a cachitos. A Uslar Pietri, le metería las lanzas coloradas por el rabel. Y al que se desmande, al paredón. O a las ergástulas del nuevo sistema carcelario. Ahí esta, ahí esta, la dictadura impuesta a mano alzada. Y los adalides de la progresía de izquierda, que habrían vomitado sapos y culebras si Pinochet hubiera decidido perpetuarse en el poder, callados como putas ante el espectáculo bufo de la Venezuela actual.

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