La etapa de los eufemismos
Por: Alberto Medina
Méndez - @amedinamendez
Si bien la política funciona
de acuerdo a su propia matriz, cuando se acerca la campaña
todo se exacerba y, entonces, la necesidad de utilizar ciertos
términos con mayor cuidado se vuelve vital para sus
propios intereses.
En el territorio de lo electoral
parece que la sinceridad no genera gigantescos dividendos
y el embuste es mucho más apreciado. Eso se deriva
de las evidencias cotidianas y explica porque los dirigentes
prefieren utilizar frases ambiguas, vocablos que no dicen
casi nada y hasta inventan un nuevo vocabulario con tal
de no llamar a las cosas por su nombre.
Existe,
en esto, una enorme responsabilidad de una ciudadanía
pusilánime que prefiere un lenguaje oscuro a la franqueza
como virtud. Tal vez sea saludable que la sociedad revise
su demasiado habitual doble estándar.
En
su retórica cotidiana, la que utiliza en su vida privada,
en familia, con amigos o en el trabajo, repite hasta el
cansancio que su prioridad es la verdad ante cualquier circunstancia,
por dolorosa que ella sea.
Lo cierto es que
frente a la mala noticia, se ofende con facilidad por la
falta de valentía de su interlocutor de turno, que
no le anuncio oportunamente los hechos, como corresponde,
sin rodeos. Pero lo que más lo incomoda es que la novedad
le impone una acción que no quiere emprender. Aceptarla,
implica atravesar una situación difícil que detesta,
y es allí cuando convierte la verdad en una lista interminable
de sentimientos negativos.
Cuando esas verdades
fluyen de un modo claro e inequívoco, con energía,
y hasta con la crueldad con la que resulta imprescindible
que sean explicitadas, entonces opta, enfurecido, por no
premiar las correctas actitudes, estimulando, sin pudor,
a los eternos mercaderes de la mentira.
Los
políticos engañan, ya no por convicción,
sino por conveniencia. Ellos entienden que eso se traduce
indudablemente en resultados. El dirigente que explica lo
que está pasando, que muestra lo que sucede y que plantea
los niveles de responsabilidad que tiene la sociedad frente
a la realidad, no será debidamente reconocido y será
expulsado del juego electoral.
Las adversidades
nunca son bienvenidas. Jamás se desea escuchar sobre
la responsabilidad de la gente sobre ellas. Eso obligaría
a asumir cierta culpa sobre lo que ocurre. Es la misma razón
por la que muchos ciudadanos ni siquiera pueden reconocer
que en el pasado votaron al gobernante actual, o al anterior.
Eso implicaría hacerse cargo del presente. En realidad,
la sociedad no está dispuesta a aceptarlo de un modo
tan contundente.
Pronto comenzará esa dinámica
en la que los políticos hablarán de lo que viene
y de lo que piensan hacer. Otra vez recurrirán, con
mucha sutileza, a las evasivas, a la terminología difusa,
apelando a la confusión y, a veces también, a
la ignorancia sobre el significado de cada palabra.
Es el momento del proselitismo, y por lo tanto, una
renovada ocasión de mentir descaradamente. Ellos saben
que tendrán que tomar decisiones importantes, pero
no lo admitirán ahora. Esperarán que la gente
exprese su voluntad y después recién definirán
lo que pueden realmente hacer.
No desconocen
lo que resulta preciso hacer. Suponerlo sería demasiado
ingenuo. Lo saben, pero también tienen conciencia de
que importa más no pagar elevados costos políticos,
ni perder poder de un modo efímero.
Su
talento no tiene que ver con saber resolver problemas, mucho
menos aun con ser los adalides de la defensa de la gente.
En todo caso, su mayor atributo pasa por comprender como
funciona el poder, como se lo obtiene y, fundamentalmente,
como se lo retiene en forma indefinida.
En estos
últimos años ese trágico esquema de mentiras
encubiertas, de planteos borrosos, se ha perfeccionado en
muchos ámbitos. No solo la política cayó
en esa trampa sino también una ciudadanía cómplice.
La sociedad llama robustos a los gordos, privados
de la libertad a los presos y se refiere al aborto como
interrupción del embarazo. La política también
hace lo suyo creando su propio léxico. Así fue
que el reacomodamiento de precios reemplazó a la inflación,
la inseguridad al exceso de criminales y la expansión
monetaria a la emisión descontrolada e irresponsable
de billetes.
En este contexto de elecciones,
todos los dirigentes saben que la coyuntura no será
fácil. Oficialistas y opositores entienden que heredarán
una "bomba de tiempo", pero como consideran que es políticamente
incorrecto decirlo, han decidido transitar el sinuoso y
cínico camino de reconocer los aciertos del gobierno
y solo hablar de asignaturas pendientes o de la necesidad
de seguir en el camino de la profundización de los
logros, según sea el caso.
El que triunfe
en los comicios tendrá la dura tarea de conducir la
transición. Deberán adoptar determinaciones drásticas
haciendo importantes ajustes a la economía. Tendrán
que reducir abruptamente el gasto estatal, bajar la emisión
monetaria hasta neutralizarla, adecuar las tarifas de los
servicios públicos a niveles de mercado, recomponer
rápidamente las reservas monetarias, atraer inversiones,
recortar los impuestos, disminuir aranceles, desregular
el comercio exterior, integrarse al mundo, entre otras cosas.
Nada de eso será fácil, ni gratis. Claro
que se deberán pagar los "platos rotos", como siempre
que se intenta superar un problema en el que se tiene plena
responsabilidad en su gestación. El "médico" tiene
claro lo que debe hacer, pero también sabe que tendrá
que mentirle a su "paciente". Es que las reglas políticas
que ha impuesto esta sociedad cobarde, alientan a la mentira,
invitan a la trampa, aplauden la creación de una jerga
que suavice las verdades y hasta logre ocultarlas. Es importante
saber que se inicia un recorrido sin retorno hacia esa patética
etapa de los eufemismos.
albertomedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez
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