El plano
del Gobernador Pimentel
y la
primera imagen de Caracas en 1578
Con
anterioridad a 1927 los caraqueños desconocían la existencia de este invaluable
testimonio que nos legó el Gobernador Don Juan de Pimentel en el siglo
XVI. El hallazgo se lo debemos al Centro
de Estudios Americanistas de Sevilla; y el dibujo del plano, al copista Antonio
Muñoz Ruiz.1 Se trata en verdad de un solo expediente bajo
el título de Relación de la descripción de la Provincia de Caracas, dirigido al
Rey Felipe II por el Gobernador Pimentel en 1578, que será hecho público por el
mencionado centro de estudios trescientos cuarenta y un años después; es decir,
en 1919 en su boletín No. 25. Este
trabajo, sin embargo, lo conoceremos los caraqueños luego que la Academia
Nacional de la Historia lo reproduzca, como se indicó, en 1927 en el No. 40 de
su Boletín Oficial.
Tanto
ayer como hoy esta famosa pieza documental ha sido centro de interés de los
historiadores y de mucha curiosidad para el caraqueño común. Es indudable el mérito que podemos atribuirle
a los primeros por sus juicios o interpretaciones; pero también, no deja de
sorprendernos lo inquiridor que se
muestra el público cuando se planta frente al plano de Pimentel, que se exhibe
desde hace muchos años en el corredor Este del Palacio Municipal. Puede que sus argumentaciones y conclusiones
sean risibles para los más entendidos sobre el pasado; pero donde éstos deben
centrar su juicio crítico, es justamente ante la incuestionable certidumbre de
que aún pervive el nexo entre el pasado y el presente; entre las nuevas
generaciones de caraqueños con las que fueron nuestro núcleo poblador hace más
de cuatrocientos años. La curiosidad
espontánea que manifiestan los caraqueños cuando ven el plano de Pimentel,
expresa sin duda una expectación un tanto difusa o distorsionada sobre los
remotos orígenes de la ciudad. El
historiador tiene el deber de consolidar ese “puente” de comunicación creando conocimiento
histórico, lo que permite a su vez, contribuir con un fraguado más sólido de
nuestra identidad como pueblo.
Para
quien observe con sentido crítico este plano, tendrá necesariamente que tomar
en cuenta los reparos que hiciera hace más de treinta años Irma de Sola
Ricardo. Para esta distinguida dama de
subidos méritos científicos, no se había advertido en los estudios hechos hasta
entonces sobre el legado del Gobernador Pimentel, el “...hecho importantísimo
de la delimitación señalada al valle de Caracas”2 ; así como tampoco de una exacta
interpretación del contenido de su informe.
Somos de la opinión de que ambas cuestiones siguen vigentes, por tanto,
ameritan una respuesta aunque sea en los términos más reservados o provisorios.
Lo
primero que salta a la vista en este plano, es que pese a los rudimentarios
conocimientos que en materia de cartografía manejan los conquistadores de
mediados del siglo XVI, si los comparamos con los adelantos científicos de hoy,
sorprende el exacto dominio cartográfico que tenían sobre el valle de
Caracas. No era pues, como se ha hecho
creer, ignoto el territorio que usurparon.
Con sólo examinar el cardinal Norte de este plano, encontraremos una
buena cantidad de referencias topónimas de lugares, pero especialmente la referida a los ríos que desembocan en el
mar; en su extremo Este dice: “moro de Maracapana en el qual se acaba la
gobernación de Venezuela”. Con respecto
a la serranía que sirve de baluarte natural al valle de Caracas, no existe ninguna mención de su nombre, por lo cual
resulta falso que fuera Gabriel de Avila quien apellidara nuestro hermoso
cerro, tal como lo sostuvo el hermano Nectario María.3
Será sólo a mediados del siglo XVIII cuando los documentos sobre tierra
se le mencione como Cerro El Avila, cuyo nombre autóctono es Guarairarepano
(nido de avispas).
Respecto
al Poniente, Oriente y Mediodía, el acento continúa siendo los nombres de los
ríos y quebradas. El Guaire pone término
al valle de Caracas por el Sur y la quebrada de Caurimare hace lo propio por el
Este; Caruata baja del Noreste al Sur al igual que Catuche, Anauco, Tócome y
Caurimare, convirtiéndose todos estos ríos o quebradas en afluentes o
tributarios del río Guaire. El
vecindario en forma de cuadrícula se le representa un tanto constreñido bajo el
título, en letra cortesana de “La Ciudad de Santiago de León”, con evidente
exclusión del nombre autóctono de Caracas, que los propios conquistadores le
habían conferido sólo en atención a una referencia para toda la extensa provincia,
tal como se aprecia cuando indica: “Toda
esta provincia de Caracas” donde ubican el río Caurimare en su vertiente
Norte. Flanquean lo que en propiedad es
el Cuadrilátero histórico, el Caruata, Catuche y desde luego el río Guaire; por
el Oeste, Este y Sur, respectivamente.
Más alejados del núcleo urbano, veremos representadas una serie de
montañas y bosques anónimos, que con el correr de un brevísimo tiempo, pasaron
al dominio privado de los primeros conquistadores y sus descendientes por vía
de reparto, mercedes de tierras y composiciones. Todavía el vecindario no se le ha fijado sus
ejidos para el bien común (1594); no obstante, el Ayuntamiento para estimular
el avecindamiento, reparte solares y otorga título de vecindad a propios y
extraños que desean enraizarse en la incipiente aldea, que desde sus inicios
apenas once años atrás, se hace llamar tercamente Ciudad de Santiago de
León. Los solares que vemos alrededor de
la plaza, es pues concreción de esa disposición. Para el momento de la elaboración del
informe, el Gobernador Pimentel señala en el capítulo 9, que sólo existen vivos
catorce españoles de los ciento treinta y seis que acompañaron a Diego de
Losada para la conquista de Caracas, así como cuatro más residentes en
Caraballeda.
En el
ángulo Norte de la Plaza se indica la ubicación de las casas de Cabildo y en el
lado Este el lugar que ocuparía la Iglesia parroquial, lo que sería después la
Catedral. Pero al igual que éstas, las
restantes edificaciones particulares eran un tanto precarias a juzgar por lo
que opina el Gobernador Pimentel en el capítulo 31:
“El
edificio de las casas de esta ciudad ha sido y es de madera, palos hincados y
cubierta de paja; la más que hay ahora en esta ciudad de Santiago son de
tapias, sin alto ninguno y cubiertas de cogollos de caña, de dos o tres años a
esta parte se han comenzado a labrar tres o cuatro casas de piedra y ladrillo y
cal y tapería con sus altos cubiertos de teja, son razonables y están acabadas
la iglesia y tres casas de esta manera, y los materiales los hay aquí...”4 .
Por último
debe apreciarse en el croquis del cuadrilátero histórico, la última manzana del
noreste que se encuentra desocupada.
Ello reafirma las observaciones hechas por Luis Alberto Sucre, respecto
a la inexactitud de un artículo del General Manuel Landaeta Rosales de 1912,
sobre la supuesta casa del fundador de Caracas Diego de Losada, en esa cuadra y
que hoy conocemos como esquina de Maturín (antes de Arguinzones). Es decir, el plano tiene como prueba
documental la suficiente confiabilidad como para refutar la autoridad de
Landaeta Rosales sobre este asunto en particular.
Detrás
del solar donde se encuentran las casas del Cabildo, que le dio el nombre a la
esquina como de Principal, vemos el lugar que ocupaba la iglesia de San
Sebastián, primera ermita que existió en el vecindario en ofrenda al santo que
protegía a los conquistadores contra las flechas de los indios. En ese preciso lugar, donde está hoy la
iglesia de Santa Capilla, sabemos gracias a los trabajos arqueológicos
realizados por Mario Sanoja, que Diego de Losada levantó su campamento militar
para defenderse de la tenaz resistencia indígena. Desde ese montículo se podía divisar tanto al
Oeste como al Este del valle; hacia el Sur como ahora, era una pendiente. El Norte estaba resguardado por las barrancas
naturales del Catuche y la serranía de Guarairarepano. Es decir, era un verdadero baluarte ese sitio
escogido para levantar el campamento militar.5
La existencia
de esta ermita
de San Sebastián,
así como la
Iglesia Mayor para 1578, incluyendo el
conjunto de casas
particulares que se
habían levantado
precariamente en el
cuadrilátero, cuando menos
nos dice que
estaba quebrantada en buena
medida la resistencia
aborigen, lo que
significa que su mundo
se encontraba en
el seguro trance
de su extinción,
pues las nuevas formas
de una sociedad
criolla emergente, venía
forjándose en el
crisol del linaje pero
también del mestizaje
entre españoles e
indios.
El
valle de Caracas representado en el plano de Pimentel, para fines del siglo XIX
no había sido ocupado por la ciudad. Sus
fértiles tierras eran la base fundamental de la riqueza económica, como durante
toda la colonia. Es por ello que el
crecimiento o extensión de la ciudad, se encontraba represado hacia el Este por
el río Anauco; por el Oeste con la llamada quebrada de Lazarinos; por el Sur
apenas trasponía el río Guaire al iniciar la compañía El Tranvía de Caracas la
venta de lotes de terrenos de la hacienda El Paraíso propiedad de la familia
Echezuría. Por el Norte y Noreste
surgirán dos nuevas parroquias urbanas en 1889:
La Pastora y San José, que no representan un ensanche de la ciudad. Sólo con la aparición del Estado rentístico
petrolero a partir de la década de los años cuarenta del siglo XX, es cuando el
valle de Caracas se ocupa en su totalidad y desaparecen las haciendas de los
alrededores de Caracas y en su lugar se levantan modernas urbanizaciones, pero
también zonas marginales, tal como las apreciamos hoy.
Hasta
ahora nos hemos referido a ciertos detalles del llamado plano de Pimentel, el
cual, desde luego, no es de su autoría.
Es muy probable que dicho plano fuese factura del experimentado
agrimensor Diego de Henares, a quien se le atribuye el trazado de las calles y
solares de la ciudad, así como la nivelación de la Plaza Mayor, por expreso
encargo del capitán Diego de Losada en 1567.
Decimos esto puesto que el historiador Luis Alberto Sucre, lo registra
entre los vecinos que aún vivían en Caracas al momento de la llegada del
gobernador Pimentel, quien no da los nombres de los catorce sobrevivientes que
acompañaron a Losada en la fundación de la ciudad.6
Con respecto a Diego de Henares, nos dice el hermano Nectario María lo
siguiente:
“Sus
dotes de agrimensor hicieron que, más tarde el gobernador Diego de Osorio le
designara para que midiera y delineara las tierras de la jurisdicción de
Caracas, para su debida composición, en cumplimiento de las órdenes superiores
que había recibido. Henares realizó esta
importante labor a satisfacción del Gobernador y de las partes interesadas”.7
Pero el
Gobernador Juan de Pimentel sí fue el autor intelectual de la valiosa relación
que describía a Santiago de León en 1578.
Descendiente de los Condes de Benavente y Caballero del Hábito de
Santiago, el Gobernador Pimentel pisó tierras venezolanas el 8 de mayo de 1578. Sabemos además que este caballero contrajo
nupcias con la caraqueña Doña María Guzmán, y una vez viudo en 1586, se
consagró a la carrera eclesiástica.8 Su
decisión de residenciarse en Santiago de León, hizo posible que la ciudad fuese
la capital de la provincia de Venezuela.
Luis Alberto Sucre, resume la importancia del gobierno de Pimentel en
los siguientes términos:
“Desde
su llegada se ocupó Pimentel en la reorganización civil y militar de la ciudad
que había elegido para su residencia, dando al Cabildo más amplias facultades,
que las que hasta entonces había tenido para la administración de los intereses
políticos y económicos de la ciudad y su jurisdicción; creó los archivos del
Ayuntamiento y los registros eclesiásticos; hizo un extenso informe, dando
cuenta al Rey, del estado de todos los ramos de la administración; pidió para
Santiago de León, el derecho de elegir directamente uno de sus Alcaldes, dando
así el primer paso hacia la democracia; y que se suprimiera la mediación de la
Audiencia de Santo Domingo, entre las relaciones del gobierno de esta provincia
y el de España.”9
En esta
labor tan positiva para la ciudad, no hay lugar para reparos al
Gobernador. Por el contrario, nos vemos
en el deber de complementar su hazaña de gobierno exaltando sus aquilatados
dotes de hombre inclinado por el saber científico. Ello es lo menos que podemos decir puesto que
su informe bien lejos está de una simple descripción como ha querido
señalarse. Este informe expresa una
concienzuda reflexión que debe ser entendida dentro de los prejuicios y limitaciones
de los hombres de su tiempo. Deberán
transcurrir más de dos siglos para que Caracas recibiese el beneficio del
estudio minucioso y sistemático tanto de su naturaleza como de su sociedad,
incluyendo el régimen político y su sistema económico. Nos referimos desde luego a José de Oviedo y
Baños y un poco después a Humboldt y a Depons entre otros. Estos al igual que Pimentel, se interesan por
los vientos, las montañas, las enfermedades, la belleza femenina y una larga
serie de aspectos que singularizaban a la ciudad de Caracas. Entran por así decir, por “el filtro” de sus
agudas mentes otros tantos asuntos en los cuales no necesariamente coinciden,
debido a las inexorables mudanzas que el tiempo hace de las costumbres como de
las creencias. El gobernador Pimentel,
al igual que los ilustres humanistas, no son curiosos ni empíricos, son eso sí
historiadores, geógrafos y hasta físicos; en fin, auténticos científicos, según
la época que les tocó vivir. Esta es la
razón por la cual seguramente Pimentel creó el Archivo del Ayuntamiento y el registro
eclesiástico donde extrajo los datos que hicieron posible la redacción de su
informe dirigido al Rey Felipe II en 1578.
Es también probable que haya interrogado a los testigos sobrevivientes
de la fundación de Caracas en 1567, aunque de ello no queden muestras
explícitas en el contenido del informe que redacta.
La
imagen de Caracas no está representada en el plano de Pimentel. La fisonomía de la ciudad la encontraremos en
los cuarenta y nueve capítulos que componen su informe. Esto no es una paradoja o un incontenible
deseo de figuración para llevarle la contraria a quienes ya han escrito sobre
esta excepcional pieza documental. La
primera imagen de Caracas la configuran las ideas y prejuicios que moldearon la
época y circunstancias que le correspondió vivir al gobernador Juan de
Pimentel; es decir, finales del siglo XVI.
Para los conquistadores y autoridades de entonces, embutidos en una
mentalidad nominalista que consiste en otorgarle categoría de verdad a lo que
está en formación, no les resultaba difícil ver a la ciudad de Santiago de León
de Caracas. Esta ciudad sólo existía en
sus deseos de grandeza y probablemente en su interés de forzar favores y
distinciones de la voluntad del Rey, expresándole sus grandes hazañas
conquistadoras, a través de las llamadas probanzas de méritos. Si encontramos, como en efecto los hay,
juicios valorativos que desprecian a las comunidades indígenas, ello era el
resultado de sentirse superiores y además favorecidos por la supuesta
intervención divina de los cielos, especialmente por la intersección de su
patrono Santiago que los llevó en buena lid por el camino del “destino
manifiesto” . De modo que la espada y la
cruz fueron elementos que se fusionaron para dar término a la conquista y
fundación de Caracas. No era solamente
una conquista, sino también una pacificación en nombre de Dios, según decían
para civilizar el medio salvaje “...que no tiene adoraciones ni santuario ni
casa ni lugar dedicado para ello, sólo tienen su creencia en el demonio”10 . Pero el Gobernador cronista describe cuanto
ve en el hermoso valle de Caracas, y así como expone que no le agradaban los
vientos ni la existencia de ciénagas pantanosas, también hace referencia a las
bondades de esta tierra para la agricultura y la cría, de sus bosques para la
construcción; de los animales que forman la fauna exótica de la provincia,
etc. Al iniciar su largo estudio explica
el origen del nombre dado a la provincia; es decir Caracas en los siguientes
términos:
“...llámese
toda esta provincia generalmente entre los españoles Caracas, por lo que los
primeros cristianos que a ella vinieron con los primeros indios que hablaron,
fue una nación que se llamaba Caracas que están en la costa de la mar; y aunque
en esta provincia hay otras naciones indios de más cantidad que los Caracas,
como son toromaimas, arnacosteques, guaiqueríes, quiriquires, meregotos,
marijes, tarmas, guarenasija, garagotos, esmeregotos, boquiracotos; tomó el
nombre de esa provincia de los caracas por lo arriba dicho y esta nación de
indios Caracas tomó este nombre porque en su tierra hay muchos bledos que en su
lengua se llaman Caracas”11.
Ver: http://libertadpreciadotesoro.blogspot.com/2013/04/caracas-en-25-escenas-1.html
Ver: http://libertadpreciadotesoro.blogspot.com/2013/04/caracas-en-25-escenas-1.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su Comentario