lunes, 30 de noviembre de 2009

La receta suicida


Por: Antonio Cova Maduro - antave38@yahoo.com - Nadie puede parar ya la caída. Empresas cerradas, tierras quemadas... Y no hay real... Quién no ha visto alguna vez en su vida una película donde tres o cuatro personas, con mucho entusiasmo o urgencia, lo mismo da, se meten en una canoa para ir río abajo en un cauce de aguas cristalinas. Hace un tiempo primoroso y luce que todo va de maravillas. Justo cuando nada permite esperarlo, el cauce se hace más rápido, tanto que no parece haber forma alguna de evitar que la canoa vaya a una velocidad desmedida. Cuando ya los nervios van haciendo presa de quienes van en ella, un ruido cada vez más ensordecedor les alerta hacia donde van. Se dirigen, inexorables y sin remedio, hacia una gran catarata. Ya parece no haber otra salida que la catástrofe. Esas escenas son la mejor metáfora para entender lo que les está pasando a los piratas bolivarianos de hoy. Entraron en la canoa de la historia venezolana cuando todo parecía sonreír y hacía un tiempo espléndido. Cometieron chapuza tras chapuza, y los desmanes fueron su marca de fábrica. El por dónde iba la canoa no parecía concernirles. Estaban en la típica forma venezolana, en la del "todo bajo control" y "esa broma se vende sola" que ha caracterizado tanto a los vendedores venezolanos de tiempos idos. Todo era gozar de una riqueza desmedida& y de ver cómo se apropiaban de la de los demás. No le pararon Pero la velocidad de la canoa comenzó a cambiar. En un principio no le pararon a esa aceleración. No les ayudó mucho el comentario sostenido de quienes no iban en el bote. Que si un "trapo rojo más", que si "huida hacia adelante", que si el hombre "es un comunicador estrella", que "si el carisma que no termina", que si bla bla bla& Y el hombre sintiéndose como un campeón, como el francés que ayudó al gol con su bendita mano ante un árbitro más ciego que un murciélago. Risas y aplausos en la canoa. Y mientras, la velocidad crecía y crecía. Y ya comenzó el sonido aterrador de la catarata, que deja pálida a la del Salto Ángel. Las radios vociferan sobre las siete plagas que le han caído a esta faraónica Venezuela que a oscuras vive y sin gota de agua para sus totumas. Y mientras, quien va al mando de la canoa no cesa de hablar y hablar y hablar. No capta que es la única voz que no se oye en la comarca. Y no se oye porque nadie le presta atención. O mejor, no quieren prestarle atención. Es tal la ira que ya acumulan, que piensan es mejor no oír, no vaya a ser cosa que terminen haciendo lo que no quieren hacer. ¿Bajo control? ¿Qué pasó? ¿Por qué la canoa llegó a esa situación? ¿Fue sólo la impericia de quienes la conducían? En buena medida sí, fue eso. Pero les pasó como quien conduce un auto por carretera desolada y ni se fija en el indicador de temperatura y de cuánto le queda al tanque de la gasolina. Todo estaba bajo control; para qué preocuparse entonces. Pero no son tan inocentes los ocupantes de la canoa. Se dedicaron con afán a destruir el tanque de gasolina extra que llevaban, hicieron pésimo uso de los remos y jamás prestaron atención a la sofisticada brújula que portaban. Peor, nunca quisieron oír a ningún baqueano. Pa' qué, si hasta peligroso era, porque todos estaban en la "Lista Tascón". Ellos y sólo ellos, su secta, sabían de todo lo que hay que saber. Se pagaban y se daban el vuelto. Y mientras, ya el río, enloquecido, bramaba por doquier. Confiscaron tierras primorosas a las que luego convirtieron en yermos. Como Atila, por donde pasaron no crecería más la yerba. Se cogieron empresas y alebrestaron a obreros ciegos y torpes, a quienes encandilaron con ofertas de riqueza fácil. Después de todo, la burguesía sólo merecía el despojo. Pero tras la euforia vino la sequía de inversiones. ¿Creyeron que la burguesía contribuiría al aquelarre que armaban por doquier? Nadie puede parar ya la caída. Las empresas cerradas, las tierras quemadas y arrasadas, sin cosecha y sin ganado. Y no hay real pa' importar. Pero la Banda se resiste a acomodar el lío cambiario que ella misma, con pasión creó. Comer, vestirse, calzarse y conseguir cualquier repuesto se fueron a las nubes. Y el aquelarre abajo. Todo se encareció sin proporción. Y con la carestía vino la escasez. Luz y Agua, las dos brujas malditas cuya aparición anunciáramos semanas atrás, ya recorren la comarca. Y, en medio de la oscuridad y la sequía que azota a la comarca, truena la inminente cascada con ruido ensordecedor. La Banda que padecemos creó su propio caos, el que dará cuenta de ella. No Colombia, ni la oposición, sólo ellos lo han producido y ya es tarde para que inmolar a unos cuantos boliburgueses desvíe la furia popular.

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