Por: Américo Gollo Chávez - americod@gmail.com - Referéndum sobre la Guerra con Colombia - Por alguna razón que me es ajena, los teólogos cristianos han clasificado la soberbia como el más grave de los pecados capitales. Probablemente la soberbia, además de ser lo que es, sea la suma de los otros seis pecados restantes de los cuales, en esencia sería, a su vez, la generadora de los demás pecados. Para sintetizar la inmensa gravedad de semejante pecado, se atribuye su paternidad a Lucifer, a quien nada mas y nada menos se le metió en la cabeza igualar a Dios, su creador, y vencerlo, para, en definitiva, ocupar su lugar. Para hacer mas comprensiva su perversidad se ha puesto como su antónimo, la humildad. Y ésta será la más alta virtud del humano y que, también en aras de simplificar, ha de valorarse como aquella virtud que reconoce sus límites en el ser que la vive, límites que infiere tanto de sus fallas inherentes, cuanto, y sobre todo, de reconocer las virtudes del Otro, las cualidades del Otro. Y a partir de allí no quedarse en ese reconocimiento sino avanzar en el crecimiento espiritual suyo, y hacerlo a plenitud de consciencia, sin que halla absolutamente nada de envidia, de lujuria, de avaricia y como se ve, con esfuerzo, dedicación, trabajo, vale decir, contrario a la pereza, lejos, muy lejos de la gula insaciable y de la ira por el peso de cuanto se hace para ser humilde, levantándose reflexivo de sus caídas. Un ser humilde es, pues, un ser consciente de sí mismo, que ama a su prójimo como a sí mismo, que da sin recompensas ni motivos subterráneos, que sabe hacer cuanto debe hacer y jamás en sus actos causa mal. Ello lo obliga a asumir la verdad y no callarla, pero transmitirla sin daño a sí mismo ni provocarlo al otro, sin subestimar al otro y mucho menos creerse superior. El asumirse superior es otro de los lados obscuros de la soberbia, de los más obscuros, porque en ella nada bueno y luminoso cabe. La imbecilidad queda mejor comprendida en esta célebre expresión que se atribuye a Einstein, la imbecilidad y la genialidad son esencialmente iguales, salvo que la imbecilidad carece de límites. Un genio es, pues, según se puede establecer por lo dicho, un ser esencialmente humilde, un imbécil es un ser que hace de la soberbia su esencia, su razón, su existencia. Estas lecciones con tal sencillez y transparencia las recibí ayer de un ser humilde. Una persona profundamente humilde, profundamente sabia. Vino al caso para ubicar un juicio mí que sin más ni más, sin nadie pedírmelo, descalificaba una obra porque sencillamente no me resultaba buena, de acuerdo a cuanto yo esperaba que buena fuera. La cuestión, me dijo, es que su dimensión de lo bueno, es suya, y puede estar lejos de la verdad, de la bondad y la belleza. Yo en cambio viví ese acto como un lugar de encuentro de mi ser con Dios, y en el sacerdote, no vi los pecados reales o atribuidos a la Iglesia, que usted siempre recuerda reiteradamente, sino, algo mucho mejor, vi en el sacerdote, en el padre, un ser humilde, que en su ejercicio sacerdotal hace muy bien cuanto hace y logra acercarnos a Dios y con ello, acercarnos a nosotros mismos. Tal vez ese sea un defecto que lo acompaña siempre y de ese mismo modo juzga todo, sin enterarse que lo bello y lo feo andan juntos, que el sabio y el imbécil andan juntos y juntos formando uno, en unidad en uno mismo, muchas veces. Dio la vuelta y se fue. No había ira, ni siquiera la del justo, tampoco arrogancia por su lección. Solo que en su magisterio pidió que lo pensara Piénselo, insistió. En eso ando intensamente. Y creí, hasta ese momento, que en mi vida de maestro de escuela y de dador de clases en las universidades de muchas partes había sido humilde en tratar de buscar la verdad con mis alumnos y mis compañeros y mis maestros y mis hijos. Es posible que quienes damos clases, sin saberlo o por vanidad hemos hecho de la soberbia nuestra principal virtud y de la humildad nuestro mayor pecado capital. Monstruosidad probable. Quizá también los opinadores de oficio, que acceso tenemos a los medios, ponemos nuestra verdad por delante, deformando la autoridad académica, hija de la razón, de la critica, del arte, y hemos hecho a la soberbia inherente en nuestro oficio pero, a riesgo de incurrir en ella, la soberbia, quiero plantear mis dudas sobre la guerra que nuestro presidente nos propone para independizar a Colombia de las garras macabras, luciferinas del imperialismo. Y surgen las preguntas. ¿Será que nuestro presidente no tiene límites y que su soberbia le impida reconocer lo que verdad es: que toda guerra es crimen que se comente contra el hombre, para satisfacer intereses del poder, de la otra parte de la humanidad que lo sustenta, ostenta y ejerce? Aun las guerras legítimas que se hacen por la libertad tienen ese sino, se lucha porque se está oprimido y la libertad está en manos del otro, al servicio de sus intereses. ¿Será que en su cabeza ronda un fantasma de esos que determinan los actos de la vida y se actúa como poseso de ellos y quiere ser como un Alejandro Magno, o emular a Darío, alcanzar las proezas en el campo de batalla, de Atila? ¿Será verdad que quiere superar al Libertador Bolívar y llevar su obra a alcanzar no solo la Independencia que frustrada quedó según su valoración de aquella era, sino hacer una nueva, e imponer a este Continente una trascendental, que comenzaría en él, con él y por él?.¿Y diríamos, entonces, que la historia de este Continente se divide en un antes de Chávez y después de Chávez? ¿O Será el fantasma de Zamora que anda en sus sienes y acucia desde esa óptica la guerra? ¿Será Maisanta que con machete, joropos y escopetas se convierte en héroe revolucionario o será el mismo fantasma que se adentró en “El Chacal” para quitarle el alma, su consciencia, el amor, y ahora preso en Francia, a donde se ha de ir a libertarlo, porque fue un luchador y un revolucionario? Usted ha dicho y mil veces dicho que el poder originario está en el pueblo. Que este pueblo tiene que ejercer sus derechos protagónicos y participativos. Que usted no es cualquier presidente sino que usted es pueblo. Todo eso lo ha dicho y propalado. Entonces, presidente, siendo así que así debe ser o así será si verdad se hace su palabra, ¿por qué no consultar al pueblo, a todo el pueblo? Y este pueblo somos todos los aquí nacidos, quienes aquí vivimos, quienes escogieron estas tierras para quedarse en ellas. Muchos de ellos, presidente, muchos han sido padres de nuestra bellas mises. Y los que llegaron de siempre, de España por supuesto, y lo que aquí estaban y los otros que llegaron como pudieron, hasta de esclavos fueron, todos, en el mas hermoso bacanal de sueños, de sexos, de guerras, alegrías, sufrimientos, todos hemos hecho este pueblo. El cardenal Urosa y el santero Pedro. El banquero X (incluso el que está preso o anda huyendo) y el niño de la calle, de esos que en sus programas de diez años de viejos quedarían solo en la memoria de la amargura histórica. Sería sencillo, presidente. Sería la voz del pueblo y no su voz, que como dije arriba pudiera ser soberbia o ser poseso de esos fantasmas que impiden que uno sea y ellos en uno son y no lo dejan ser. Esto es trágico, presidente. La pregunta, presidente, puede hacerla usted mismo. La forma está en sus manos y el Poder Electora, también. La AN, pudiera igualmente apoyar esta iniciativa que, reitero, debe ser suya. La gente toda, presumo sin soberbia, juzgo por lo que yo siento y yo vivo, mis hijos y mis hijas, mis nietos, sobrinos, hermanos, todos, mis amigos todos, entre ellos amigos colombianos, me han dicho, NO IREMOS A LA GUERRA. Y es que, presidente, la muerte sin motivos no es ni siquiera muerte, es desaparición sin dejar huellas, ni las sombras quedan en la memoria. Entonces presidente yo aspiro que cambie de Fantasma, que invoque a otro espíritu, presidente, y se haga, por ejemplo, o sienta poseído de Alejandro Magno. El sabía de guerras, la más grave de todas las invenciones malas del hombre, la mas soberbia de todas las conocidas, y para ser líder sin soberbia, humilde, exclamó: “Debo mas a Aristóteles, mi maestro, que a Filipo, mi padre. Este me dio un reino y aquel me enseñó a gobernarlo”. Si por desgracia presidente se atraviesa un santero, no haga caso a sus consejos. Aman los sacrificios de otros con sangre ajena. Se beben la libertad y los sueños para engordar su soberbia. Perdone este final, yo a usted lo prefiero en Barinas, subido en una mata de Naranjas, de esas que usted comenta y bien dibuja, con cargas de manzanas, limones y patillas o lo prefiero a nado, atravesando el Arauca, desnudo, nadando, nadando, en el caudaloso río que nos separa, y, usted, se que no quiere verlo cubierto de sangre, por roja que sea. Yo se que usted prefiere, como narró hace tiempo nadar y nadar, con una sola mano, porque para que su ropa no se mojara y conservar pudiera la pistola, una de sus manos, sería la izquierda, no se si lo recuerda, estaba fuera de las aguas, como si el periscopio de un submarino fuera. Al llegar, presidente, a la otra orilla, ¿recuerda ese gran cuento suyo?, usted fue detenido. Un capitán de Colombia, su carcelero, y usted conversaron. Bolívar en mano, usted lo convenció de la necesidad de liberarnos de nuevo y de alcanzar la verdadera libertad. Colombia y Venezuela. ¿Recuerda? Y, entonces, como usted bien lo dijo y así hizo, se fueron a un barcito con chicas, de esas de las fronteras que barateras son y allí ustedes con ellas resolvieron en camas el grave problema de la libertad y de la guerra. Orgulloso lo vi describir esos combates en campos de plumas, son mejores que los campos de sangre de la guerra. Y perdone usted, ese involuntario toque de mi soberbia, ese día eran bellos sus fantasmas, Eros y Baco juntos, la libido enhiesta hicieron una fiesta sin bridas sin espuelas con ellas sin fantasmas de muerte que arrebatan y confunden las almas. Solo ustedes. “La soberbia y la imbecilidad se complementan en la concupiscencia del poder y como Lucifer se quiere desplazar a Dios”. (CQ)
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