Por: Colette Capriles - colettecapriles@hotmail.com - Nudo_gordiano - Los partidarios del Gobierno serán llamados para la campaña " Es posible vivir sin pensar. Es peligroso votar sin pensar. Es irresponsable vivir sin votar". Esa es la consigna que exhibía un panfleto de alguna organización de izquierda, según se infiere de su llamado a"trabajadoras y trabajadores", preocupada por las señales que auguraban alta abstención en las pasadas elecciones generales alemanas. Como en Venezuela no sólo es posible, sino deseable, vivir sin pensar, ese pulcro silogismo alemán se nos figura como una curiosidad teutona más; sólo que se trata de consignas políticas masivas que apelan a un valor básico de cualquier democracia moderna: si usted quiere vivir su vida (privada) sin pensarla, hágalo, no faltaba más. Pero la vida no es sólo el transcurrir de las vicisitudes privadas: como miembro de la sociedad, usted tiene una responsabilidad hacia ésta, y hacia la manera en que las decisiones se toman. Claro que, si se empeña usted en no pensar y se decide a votar, se convierte usted en un peligro público, porque el voto irreflexivo daña al colectivo. Esto viene a cuento porque estamos en campaña electoral. Más bien, para ser precisos, habría que decir que se acabó el receso inter campaña durante el cual las impertinencias de la realidad desnudan al Gobierno, y, como a una matrona que no se resigna a llevar las marcas de la edad, se le hace necesario volver a recubrirse de ropas juveniles y artificios quirúrgicos que enmascar en el cruel transcurrir del tiempo. Lo que no puede taparse con trapos y botox es el desgaste y el endurecimiento de las arterias: los mismos reflejos, las mismas fórmulas y el mismo dispositivo, rebautizado yc on unas capas adicionales de pintura roja. Sí, sí, por supuesto que desde el punto de vista de una grosera inmediatez, todo ello ha funcionado puesto que el Gobierno se enrumba hacia su onceavo aniversario, aunque "funcionar"es un verbo que no corresponde para describir la situación. Más bien: precisamente por su naturaleza disfuncional, el Gobierno ha perdido de vista dramáticamente su propio sentido y ha redefinido su identidad como un aparato de resistencia, y en particular, de resistencia al cambio que la sociedad ya exige. Se puede abrazar de los relatos cursis de la dictadura cubana para inventar enemigos, pero siente que el enemigo es él mismo, convertido en calamidad pública. Parte de la panoplia, y muy importante, es ese encuadre cuya receta impúdica conocemos todos: judicialización de la política para neutralizar liderazgos y encender ambiciones, ajuste cada vez más desvergonzado de la normativa electoral, combinación de acciones redistributivas radicales con lluvia de dólares baratos, el culto imperial a la personalidad como discurso electoral, reconducción de los militares como mensaje disuasivo, y la alianza con la antipolítica que tanto hace gozar a Marciano y sus lectores. Aquel noviazgo que se inició con un golpe de Estado fallido se convirtió en un matrimonio sólido que pasa por encima de escarceos e infidelidades y siempre celebra las fiestas en familia. Los partidos de la oposición no son ejemplares, por supuesto, pero hacer un balance de sus errores y aciertos no es posible sin hacer lo propio con las voces irreflexivas que los acosan, y considerando que, en definitiva, lo que se revela es que no hay lugares de debate que aireen los nudos gordianos de la oposición. Es alucinante leer hoy todavía a gente respetable ignorando supinamente la historia reciente, la orgullosa historia de la democracia venezolana, y reduciendo el Pacto dePunto Fijo, siguiendo el catecismo chavista, a una perversión partidocrática, como para acopiar argumentos que valorizarían a figuras independientes como alternativa política. Si algo pudiera orientar la acción política hoy, sería precisamente el programa unitario y la estrategia común que se instituyó con dicho pacto. Y parte de la estrategia común fue, hay que decirlo, tener muy claro quiénes estaban alineados con un proyecto democrático y quiénes no. Y hoy también se impone trazar fronteras claras. El planteamiento unitario de la oposición ha padecido del clásico unanimismo que sostenía las formas de negociación política desde 1958, de modo que grupúsculos insignificantes pueden tener en un momento dado espacios políticos desproporcionados, como en muchos momentos lo tuvo la izquierda radical en el antiguo Congreso. La discusión está abierta, es urgente, y sobre todo, tiene que salir de los moldes escolásticos que repiten como mantras el eslogan de la tarjeta única o de las primarias compulsivas. Pero más importante es tomar decisiones oportunamente. Kairos, decían los griegos.
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