Por: Teódulo López Meléndez - teodulolopezm@ yahoo.com - Estado y nación - A grosso modo un Estado implica un territorio relativamente bien definido, una población y un gobierno central que ejerce la soberanía. Una nación es un ente social y cultural, conformado por unas personas que comparten una experiencia histórica y el deseo de vivir juntos. De manera que un Estado-nación es un territorio donde una población de características comunes comparte un destino colectivo y para lo cual tiene un poder central. El Estado-nación encuentra sus orígenes en el siglo XV europeo. En algunos casos el Estado creo la nación mediante el ejercicio del poder por una autoridad central que se propuso construir una identidad nacional. En otros casos la nación creo al Estado, dado que los lazos comunes lingüísticos u otras particularidades culturales los llevaron a buscar la forma jurídica de su permanencia. El Estado-nación tal como lo conocemos actualmente nace en el siglo XIX, dado que antes estaba vigente el llamado derecho divino según el cual la autoridad de los monarcas descendía directamente de Dios. Es lo que se ha denominado el absolutismo monárquico, con máxima expresión en los siglos XVI y XVII. Luego, especialmente en el siglo XVIII, se hacen esfuerzos por ocuparse de la población en lo que se ha denominado despotismo ilustrado. Campesinos, terratenientes, burgueses y aristócratas se movían bajo un orden establecido por variados sistemas feudales mientras el soberano mantenía el estatus y el derecho consuetudinario. Aparece en escena el racionalismo, nuevas técnicas productivas denominadas capitalismo y nuevas formas administrativas denominadas burocracia. Esto es, ya no se va a la Biblia sino que se va al hombre y se plantea que se puede desarrollar una ciencia del hombre. Entran en acción personajes fundamentales como Hobbes y Locke. Ya no se acepta el origen divino y se exige sustituirlo por un contrato limitado y racional entre gobernantes y gobernados. Aparece el dinero como medio fundamental de intercambio, pero este tema pertenece a la historia del capitalismo y a nosotros sólo nos interesa como elemento en el proceso que va desde la destrucción del viejo orden feudal hacia el nacimiento del Estado-nación. Lo cierto es que el retroceso del derecho divino implica el surgimiento de formas pactadas, las que se llaman constitucionales y una nueva jerarquía se forma basada en la riqueza. Se requería una fuente única de autoridad. Es, por supuesto, en la revolución francesa donde se afianza la centralizació n burocrática. En 1870 Alemania es unificada y nace el Reich. El racionalismo creó la idea de ciudadano, un derecho uniforme y la igualdad de estos ciudadanos frente a él. El capitalismo dio paso a un hombre en libertad de vender su fuerza de trabajo. Ese Estado comenzó la creación común, normas burocráticas para administrar, bancos y ejércitos nacionales. El viejo orden feudal estaba destruido. La crisis del Estado-nación - Hoy hablamos de la crisis del Estado-nación, una que comenzó, sin lugar a dudas, en los años setenta, con tres factores: el bloqueo petrolero a occidente, la internalizació n del capital y, finalmente, la caída del bloque socialista, todos ayudados por el feroz ataque neoliberal contra el Estado. El primer factor mostró una cara inédita: la crisis del modelo de crecimiento y acumulación en occidente, con una consecuencia política grave: el Estado de bienestar flaqueaba y la ruptura de las condiciones que permitían el arbitraje de los conflictos en el plano social. El segundo conllevaba a una redistribució n del poder que ya no respetaba marcos nacionales: el capital perdía su rostro, se movía en un plano mundial, sin nacionalidad y sin escrúpulos de respeto a los viejos marcos. El tercero mostraba la caída militar, de dominio, de control por parte de los polos en que el mundo venía funcionando. La caída del bloque soviético no dio paso a un mundo unipolar y al fin de la historia, sino a un proceso de confusión donde el imperio norteamericano restante daba sus nuevos pasos militares que no representaban otra cosa que los estertores de una manera de ejercer el poderío económico y militar, hasta llegar a lo que ahora tenemos, esto es, unos Estados Unidos tratando de mantener su influencia en una indefinida actuación colectiva y multilateral. En otras palabras, moría el Estado Tutelar. En lo económico, como suele suceder, se encuentran las fuentes de variados cambios en la estructura política. La imprevisibilidad de lo económico conduce al Estado a la impotencia, todo debe ser provisional y de ajustes momentáneos, la demanda y la inversión se confundieron con los abusos de una especulación financiera desatada bajo la sin razón y la falta de escrúpulos que llevaron a la más reciente crisis. En este cuadro el Estado-nación ya no sirve para la expansión del capital –internacionalizado por cuenta propia- e impotente para los compromisos sociopolíticos. Reagan en Estados Unidos y Tacher en Inglaterra deben ser recordados, pues marcan la penetración del neoliberalismo en las tecno-estructuras del poder. El poder del Estado se disminuye y se agudiza el factor clave: la internacionalizació n del capital. La globalización - Los espacios económicos nacionales se ven cada día más limitados. Dos ejemplos quizás sean suficientes: un mercado financiero restringido a pocas plazas importantes y la inmensa acumulación de dólares por parte de China. Si recordamos el traslado de la producción de bienes a sitios con mano de obra barata podremos afirmar que se ha producido una transnacionalizació n de la producción. Hoy se produce en redes globales lo que conlleva también a una reconfiguració n del espacio social. Verifiquemos el retroceso de la hasta ahora llamada clase obrera y la disolución persistente del sindicalismo, a lo que debemos sumar la reducción de la clase media. Eso que comúnmente se ha llamado identidad nacional se envuelve persistentemente en el limbo. Frente al hecho globalizador el Estado se muestra impotente para responder a sus habitantes. El contrato original descrito como base del Estado-nación viene socavado pues cada día el ciudadano no encuentra respuesta en su cesión de derechos a ese ente supra llamado Estado. Ello forma parte de la evidente crisis de las instituciones políticas y del desplome de los llamados “dirigentes”. Esta crisis de identidad se produce porque los valores comunes saltan por los aires. La nación tiende a disgregarse y su envoltorio protector llamado Estado también. Los problemas se han globalizado y ya el Estado-nación no tiene modo de alcanzarlos. El problema de la contaminación, con la destrucción de la capa de ozono; la propagación del terrorismo; del SIDA o de otras virosis; el sistema financiero internacionalizado; el potencial nuclear; el narcotráfico; la pobreza extrema. Problemas todos que han obligado a la creación de organizaciones transnacionales o supranacionales donde la palabra soberanía se ha hecho hueca. Ya el Estado-nación ha perdido el monopolio del control de los sucesos dentro de su territorio. Esta transferencia del viejo concepto a entidades supranacionales tampoco parece causar resultados positivos. A ello hay que agregar los regionalismos y hasta el tribalismo. El más avanzado de los procesos de construcción de grandes espacios supranacionales, el europeo, presenta crisis de impotencia en avanzar, aunque las instituciones existentes funcionen de manera medianamente aceptable. La conformación política de Europa se detiene en las votaciones nacionales, mientras cada día más habitantes de los países que la integran se consideran europeos, antes que italianos, alemanes o españoles. Esto es, disgregación en los alcances prácticos y pérdida del original sentido de nacionalidad en aras de una mayor donde el viejo Estado-nación es considerado apenas un miembro de una comunidad mucho más amplia. Quizás podamos decir que estos Estados sólo sirven para mantener el orden interno en lo social y en lo político. En lo económico han sido reemplazados por las transnacionales financieras y los consorcios multinacionales, como vemos a cada momento. Quizás el ejemplo más visible sea el de las líneas aéreas, otrora orgullo interno nacional y que ahora conservan sólo el nombre de la vieja pertenencia. Está claro que la organización de continentes sigue teniendo como integrantes a los Estados-nació n, pero a medida que avanza en su constitución los debilita. Con escasas excepciones ya no hay un estado con jerarquía propia en el poder internacional. El renacimiento de lo local es una fase de alto interés en el proceso de aletargamiento y desplome del Estado-nación. En países con variadas lenguas las exigencias de nuevos poderes y facultades convierten a las regiones en semiestados dentro del Estado. Más allá, ciudades son polos de poder que demandan autonomía. Las pequeñas localidades desarrollan o hacen renacer sus anteriores condiciones culturales y reclaman presencia activa en la conformación del nuevo orden. Las instancias locales de poder están a la orden del día. Dentro de esta tendencia se inserta el reclamo de descentralizació n administrativa, pues cada región quiere manejar sus asustos, desde los hospitales hasta la policía. Cabe destacar que esta tendencia universal sólo es contrarrestada en países como Venezuela, donde un régimen dictatorial considera necesario acumular todos los poderes para el mantenimiento del régimen opresor. La conformación de los bloques regionales altera los sistemas geopolíticos de seguridad global. Las decisiones claves no se toman en el marco del Estado-nación, ni siquiera en continentes como el latinoamericano donde todos los procesos de integración jamás pasan de la fase embrionaria. Agreguemos ahora las nuevas tecnologías de la comunicación. Los ciudadanos lo son cada vez más de otro espacio distinto del propio territorio, lo son del ciberespacio, de un terreno universal donde se forman nuevas redes de intereses y de intercambio cultural que excede con creces los viejos límites. El mundo reconducido - Ahora se determina y se actúa en términos globales. Ya no hay un espacio territorial propiamente dicho como base de acción. La tendencia es a la desterritorializació n. Hoy existen ONG que intervienen en campos específicos en situaciones que ocurren en cualquier lugar del mundo. Ello marca otro tipo de organización que interviene en los procesos globales, pues están integradas por personas que pertenecen a diversas nacionalidades. Ejercen poder en cuanto inciden en modificar situaciones, desde ambientales hasta políticas, desde económicas hasta geoestratégicas. Así, un ciudadano venezolano interviene en la crisis de Birmania junto a un inglés o a un sudafricano, uniendo esfuerzos y recurriendo a la moderna tecnología de la comunicación. Hay un nuevo modo de ser ciudadano y en él se entremezclan el refugio en lo local con una participación intensa en el destino del planeta todo. En medio queda el Estado-nación, aún superviviente, pero advertido de término de su existencia. Las formas políticas indican la eventualidad de creación de grandes bloques regionales con gobiernos supranacionales en medio de un proceso de integración planetaria, lo que aún no se vislumbra, dada la crisis existencial de organizaciones como las Naciones Unidas. Si la construcción del Estado-nación fue un proceso de siglos la formulación jurídica de un Estado global tardará, pero no siglos, gracias a las nuevas tecnologías. Un ejemplo impensable hasta hace poco: leo una encuesta según la cual algo así como la mitad de los portugueses no tendrían ninguna objeción a integrarse con España.
El mundo se fragmenta. Se fragmenta en pedazos que asumen su propia identidad local en desmedro del Estado-nación, al tiempo que surge imperiosa la necesidad de acelerar la construcción de nuevas formas jurídicas planetarias. Lo que personalmente no veo es que esa forma jurídica sea una alianza de Estados tal como lo conocemos. En mi opinión lo será de de los fragmentos localizados a que el mundo actual se verá reducido. Es así, a mi entender, porque la impotencia del Estado-nación obliga a buscar un envoltorio protector sustitutivo del antiguo contrato de cesión, uno que sólo puede encontrar en la región o localidad. Ello implica un renacimiento de las aspiraciones comunitarias como defensa -también por ello- de las interrogantes que siembra la globalización y la consecuencial pérdida de la protección que otorgaba el Estado-nación. Si el hombre nació en África, como ha sido fielmente constatado, es posible que allí se origine la implosión definitiva del actual orden, dado que muchos de los Estados que la conforman son artificiales, en el sentido de que fueron tejidos sobre los intereses coloniales, dividiendo etnias o naciones. En efecto, es posible que se allí donde veamos el efecto devastador sobre el orden establecido, pero ello alcanzaría, igualmente, a muchas naciones que se verían fraccionadas por aspiraciones de sectores de sus miembros a autoadministrarse. La nueva realidad global que se asoma implica el fraccionamiento del mundo que conocemos.
El mundo se fragmenta. Se fragmenta en pedazos que asumen su propia identidad local en desmedro del Estado-nación, al tiempo que surge imperiosa la necesidad de acelerar la construcción de nuevas formas jurídicas planetarias. Lo que personalmente no veo es que esa forma jurídica sea una alianza de Estados tal como lo conocemos. En mi opinión lo será de de los fragmentos localizados a que el mundo actual se verá reducido. Es así, a mi entender, porque la impotencia del Estado-nación obliga a buscar un envoltorio protector sustitutivo del antiguo contrato de cesión, uno que sólo puede encontrar en la región o localidad. Ello implica un renacimiento de las aspiraciones comunitarias como defensa -también por ello- de las interrogantes que siembra la globalización y la consecuencial pérdida de la protección que otorgaba el Estado-nación. Si el hombre nació en África, como ha sido fielmente constatado, es posible que allí se origine la implosión definitiva del actual orden, dado que muchos de los Estados que la conforman son artificiales, en el sentido de que fueron tejidos sobre los intereses coloniales, dividiendo etnias o naciones. En efecto, es posible que se allí donde veamos el efecto devastador sobre el orden establecido, pero ello alcanzaría, igualmente, a muchas naciones que se verían fraccionadas por aspiraciones de sectores de sus miembros a autoadministrarse. La nueva realidad global que se asoma implica el fraccionamiento del mundo que conocemos.
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