lunes, 9 de marzo de 2009

El apoyo de Chávez al dictador de Sudán


Diario Exterior - Cuando no se establece, por fin, una línea que separa el límite entre la tolerancia y el uso perverso de este principio. No puede haber tolerancia con el que mata por circunstancias políticas o, también, por pequeños negocios que hunden a toda la sociedad. Como tristemente ocurre en Sudán. No es casualidad que Chávez defienda al gobierno de Sudán. O más bien deberíamos decir la dictadura de Sudan, donde un régimen militarista –y sectarista- resiste los embates de la comunidad internacional que, una vez más, parecen inocuos frente a la violencia en África. Decíamos que Chávez cuestiona el pedido de captura internacional hacia Omar el Bechir, por considerarlo una intromisión en los asuntos internos de un tercer país, ignorando los estropicios que este dictador comete tanto con opositores como contra quienes cuestionan su autoridad. Ignora la barbarie que se vive en ese país y que deja, año tras año, un saldo de muertes que –alguien- debería castigar. Pero este tipo de posturas, denominadas comúnmente populistas, no deben asombrar. Tanto Chávez como otros dirigentes de parecido perfil no dudan en apoyar causas que, con un simple vistazo, aparecen como extremadamente peligrosas, sino increíbles. Por ejemplo, lo que sucede con el apoyo de Morales, Ortega y el propio Chávez al régimen de Irán, cuyas leyes aproximan a esa sociedad a un sufrimiento amargo y medieval. Pues bien, esta torpeza internacional del chavismo es perjudicial. No porque tenga un efectivo peso en el concierto de naciones –Venezuela no debería ser tan pretenciosa- sino porque es un elemento más del perverso círculo de engaños al que Chávez ha sometido a la sociedad. Es otro engranaje del dramático –por sus consecuencias- engaño al que el paternalismo ha llevado a Venezuela. Y profundiza una lógica que si no es advertida, termina por ser aceptada como algo normal. Pues no lo es. El estrabismo chavista puede ser calificado como una vergüenza propia de los dictadores latinoamericanos que no dudan en hacer causa común con otras impunidades. Y África es, para el que quiera entenderlo, un caldo de cultivo doloroso para estas expresiones. Esta es la vergüenza. La paralizante sensación de agobio y adormecimiento en la que todo puede caer cuando no se denuncia. Cuando no se establece, por fin, una línea que separa el límite entre la tolerancia y el uso perverso de este principio. No puede haber tolerancia con el que mata por circunstancias políticas o, también, por pequeños negocios que hunden a toda la sociedad. Como tristemente ocurre en Sudán.

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