Por: Antonio Sánchez García - Las tres figuras emblemáticas de la revolución bolivariana – Diosdado Cabello, Jesse Chacón y Mario Silva – han sido revolcadas por los suelos. La cuarta, que se había montado en el portaviones chavista a punta de oportunismo y ambiciones – Aristóbulo Istúriz – ha sido aplastada de la manera más inclemente. Chávez podrá vanagloriarse de haber sobrevivido al tsunami. Y no faltan los analistas que rizando el rizo del absurdo lo proclamen el rey de los maquiavélicos, pues de una zampada se habría despachado a cuatro de sus eventuales sucesores en un hipotético chavismo sin Chávez. Cuento de camino: Chávez ha sido gravemente golpeado en sus pretensiones políticas. Puede despedirse para siempre de su proyecto reeleccionista. Esa es la verdad, así pretenda poner al mal tiempo la mejor de sus caras. Veámoslo en detalles: Istúriz fue el gran triunfador en el proceso interno del PSUV. Obtuvo la primera mayoría entre los miles de delegados y se alzó como la prima donna del liderazgo civil de la revolución bolivariana. Es, sin asomo de dudas, el más fogueado, el más talentoso y el más carismático de entre los escasos y muy mediocres políticos que se adhirieron al chavismo y estuvieron dispuestos a postrarse ante la hegemonía absoluta del teniente coronel. Se equivocan quienes, mal intencionadamente, pretenden que Vielma Mora era mejor candidato que Istúriz para enfrentar a Leopoldo López o a Antonio Ledezma. La elección del segundo de a bordo en la dirección del país no era de naturaleza tecnocrática. Era eminentemente política. Es más: Ledezma fue mejor candidato de lo que hubiera sido Leopoldo López. En este caso vale la conseja de que Dios escribe recto en líneas torcidas. Como se demostrará a lo largo de su gestión. Se ha ganado su liderazgo a pulso. Y apunta mucho más lejos que a la Alcaldía Mayor. Renace como la gran contrafigura del teniente coronel. Pues el 23 de noviembre no fue derrotado Aristóbulo Istúriz, la mejor carta del chavismo. Fue el propio Hugo Chávez, quien recibió una puñalada en el corazón de su proyecto revolucionario: Miranda y la Alcaldía Mayor. No tenía, no tiene ni tendrá el chavismo candidatos para enfrentar a Salas Feo en Carabobo o a Manuel Rosales en el Zulia. Ni a Ocaris en Sucre, a Morel en Nueva Esparta o a Pérez Vivas en el Táchira. Porque el chavismo, bueno es decírselo a los despechados rojo-rojitos, carece de todo auténtico liderazgo. Es un movimiento aluvional cuajado de oportunistas, trepadores y resentidos. ¿O me dirán que Nicolás Maduro, Cilia Florez, Iris Varela o Desiré Santos Amaral valen algo más allá de la pátina que les refleja Hugo Chávez, el sol de ese triste sistema planetario? Son la propia mediocridad. Para qué hablar de Mario Isea, de Earle Herrera o de Carlos Escarrá. La oposición puede llenar varios Teresa Carreño con figuras de verdadera valía. Están en la retaguardia, a la espera de la gran circunstancia histórica, que ya se aproxima. Fogueándose para cuando llegue el carnaval. Ese es el problema que enfrenta Chávez, cuando encuentra irremediablemente estropeados los motores de su portaviones. Va palo abajo. Ni que se encomiende a todos los santos. Es asunto juzgado. La oposición, en cambio, comienza a despegar y cuenta con todo el tiempo del mundo. El futuro está de su lado. Veamos más detalles: además de probar con un fogueado Aristóbulo Istúriz para mantener la Alcaldía Metropolitana – algún día se conocerán las razones del súbito, violento y definitivo eclipse de Juan Barreto - , puso al auténtico segundo de a bordo, a Diosdado Cabello a luchar por la reelección de Miranda. Diosdado Cabello controla el núcleo del poder cívico-militar que sustenta al presidente de la república y ha amasado una fortuna como para pensar en mantenerse en el terreno político tanto tiempo como sea necesario, jurando de paso una lealtad perruna e incuestionable al teniente coronel. El peligro de su eventual contendor se creyó descartado cuando Chávez ordenó sacar de manera alevosa e inconstitucional a Enrique Mendoza de la contienda. Una carta fija que había demostrado ser el mejor gobernador de la Cuarta República. El cálculo era perfecto: Capriles Radonsky es demasiado jojoto como para librar una pelea de pesos pesados y no daría la talla al frente de la lucha por la gobernación de Miranda. Posiblemente el más difícil, el más complejo y el más ingobernable territorio de la república. La atraviesan todos los estratos y clases sociales, se encuentra hundida en la inseguridad más pavorosa y presenta una serie de dificultades de gobernabilidad que pondrán seriamente a prueba al futuro gobernador. El gallo demostró ser de auténtica pelea: concitó una movilización masiva de los electores del acomodado sureste caraqueño y puso en pie de lucha a los sectores más populares de Petare y las barriadas mirandinas. Acompañado por otro joven fajador que se las ha ganado a pulso: Carlos Ocariz. ¿De dónde sacaría Chávez personalidades relevantes para enfrentarlos con éxito? Véase a los ex encapuchados que ocupan las carteras de Interior y Justicia o los otros ministerios – tendrán todas las agallas del mundo, pero todavía no aprenden a limpiarse sus narices - para concluir con el mismo diagnóstico. Chávez será una fuerza de la naturaleza, pero no tiene quién le acompañe. Sólo está condenado al fracaso. Sus erupciones ya no asustan a nadie. Son de fogueo. Sabiéndolo, se prodigó hasta la exasperación. Dijo que se estaba jugando su destino. Y perdió. Su lengua sea su medida. Habrá violado todos los preceptos constitucionales, habrá cometido todos los errores del mundo pero hay que reconocerle su desaforada entrega a su propia causa. Pues sabe mejor que nadie que si no la defiende él, no se la defiende nadie. Perdió a Luis Miquilena. Perdió a José Vicente Rangel. Y perdió a Fidel Castro. Está solo y no tiene en quién valerse. Lo rodea la mayor mediocridad existente en el país. Y lo respaldan los sectores más desasistidos moral, material e intelectualmente de la Nación. Ahora es cuando. Con el barril bajando la cuesta de los cuarenta dólares. Sin presupuesto como para derrochar cincuenta mil millones de dólares en importaciones. Con un creciente descontento popular que comienza a verle el bojote. Con una oposición que ya le descubrió el tumbao. Se le trizó la armadura. Perdió el teflón. Ahora sí que la cosa va en serio. O se enfrenta a la realidad y calibra la auténtica realidad de los hechos o cavará su propia tumba. Hacia allá vamos. Hacia la creciente pérdida de su embrujo, el desconcierto de sus ejecutorias y la soledad de un corredor de fondo que perdió el maratón de su vida. To be or not to be: that is the question. La de este 23N es la segunda batalla estratégica que pierde. Consecuencia directa del 2 de diciembre de 2007. Hoy es más débil que ayer, aunque más fuerte que mañana. ¿Osará apostarlo todo a su última, a su carta postrera convocando a un segundo referéndum constitucional para lograr la promesa de gobernar más allá del 2012 cuando está perdiendo el gobierno del 2006? Como bien dice el refrán: más vale pájaro en la mano que cien volando. Mi consejo: gobierne hasta el 2012, gánese un puesto futuro y olvídese de sus pajaritos preñados. Para hacernos una idea de su real situación, debemos comenzar por reconocer que Chávez se jugó Rosalinda en estas elecciones. Agotó todos sus medios, puso en acción sus más devastadores instrumentos de guerra política y psicológica, recurrió a lo humano y lo divino, inhabilitó a mansalva, ofendió, humilló, escarneció a sus contendores. Y lo peor de todo: convirtió unas elecciones regionales en un plebiscito nacional sobre su figura. ¿No hay nadie en su entorno, ni siquiera un Heinz Dietrich Steffan o un Raúl Castro que le expliquen la verdad de lo acontecido? Mi consejo: déle vuelta la espalda a los delirios de su revolución bolivariana y gobierno aquí y ahora con honestidad y grandeza – si los tiene – a la Nación que lo observa expectante y cabizbaja. Cuenta para hacerlo con el pueblo más generoso del mundo. Que prefiere castigarlo electoralmente que exigirle penales rendición de cuentas ante una versión criolla del Tribunal de Nüremberg. ¿O cree de verdad que ahora, cuando el petróleo cae bajo cotas históricas, nos hemos olvidado de los 850 mil millones de dólares que despilfarró, perdió, regaló, malversó, tiró a la basura o fueran robados por sus segundones en diez años de pésima gestión presidencial? ¿O cree que las 150 mil familias – madres, padres, hermanos, esposas e hijos – que han perdido a los suyos en espantosos homicidios por culpa de la pésima gestión de su gobierno han olvidado el luto que los embarga? Mi consejo: bájese de esa nube y pise el terreno abrupto y espinoso aunque fértil y generoso de su Patria. Ya no tiene con qué satisfacer a sus insaciables e incapaces amigos Evo Morales, Daniel Ortega, los Kirchner o Rafael Correa. Cuba comienza a mirar hacia Lula da Silva y salvo el agónico y patético Fidel Castro, los cubanos encabezados por Raúl Castro guardan el más discreto silencio en torno a sus dificultades. Lo están dejando, lo dejarán solo. Pues usted ha dejado de ser un árbol de buena sombra. Ni se imagina el peso abrumador de la soledad que ronda por los pasillos de Miraflores cuando se acerca el fin de los tiempos de sus provisionales moradores. He visto vagar a Carlos Andrés Pérez y a Rafael Caldera como almas en pena cuando las puertas permanecían abiertas y nadie secundaba los saraos de despedida. Mi consejo: olvídese de la estúpida obstinación en querer apropiarse el sillón presidencial para siempre. Es un capricho tenaz que rinde pésimos intereses. Como lo demostraron Pérez y Caldera, nunca segundas partes fueron buenas. Menos las eternas. No le alquilo sus ganancias. Usted ha sido seria, gravemente derrotado Sr. Presidente. Sabe usted mejor que nadie que las 17 gobernaciones que mantuvo con buenas o malas artes no valen un día de su vida. Cuídela, que como bien le dijo Germán Suárez Flamerich a Pérez Jiménez en situaciones parecidas: el pescuezo no retoña.
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