Por: Ernesto García Mac Gregor - garciamacgregor@gmail.com - Nuestros aborígenes no dejaron pirámides que deslumbraran a los viajeros o a futuros turistas y como no había metales preciosos nos convirtieron en colonia de tercera. Con la paternidad irresponsable de los conquistadores, causa de nuestra marginalidad social y pobreza (no el imperialismo), se forjó un pueblo paupérrimo que convirtió la ignorancia en su cultura, la miseria en su aliada, la pobreza en su verdugo. Desde entonces, la penuria se ha convertido en parte de la vida cotidiana sin que exista el menor espíritu de superación. Se trata de la miseria que describían nuestros costumbristas. En Cantaclaro por ejemplo, Gallegos relata como al morir la compañera de Juan, este exclamó: “¡Gua! ¿Cómo que se murió Ufemia? Con las tablas de la puerta fabricó el ataúd y allí mismo la enterró. Llamó al perro sarnoso y lo macheteó hasta descuartizarlo. Después arrasó el conuco, se echó el chinchorro al hombro y se fue. Y todo esto lo hizo despacio, callado, impasible”. Así era y en parte sigue siendo nuestro campesino. Pura vida contemplativa, sin nada que hacer, sin motivaciones y con aquella enorme carga de frustración. Más que vivir, pareciera como pegado a la vida. La llegada del petróleo provocó el éxodo masivo de este aldeano con la consiguiente ruralización de las ciudades y la aparición de los cinturones de miseria. Hubo cierto progreso; es así como para 1959, el muñequito Juan Bimba, que usaba alpargatas, franela y sombrero de cogollo y que representaba el prototipo depauperado campesino fue retirado por Betancourt, porque ya no simbolizaba al hombre de pueblo. Se cambió el arado por el tractor, el curandero por el médico, la mujer ingresó en el proceso productivo. Pero la marginalidad solapada por el populismo siguió igualita. Las ciudades crecieron más que por el impulso de su propia vitalidad, por el aluvión humano que descarga sus frustraciones en barrios poblados de ranchos. Los recuerdos del conuco persisten, la indolente ociosidad y el conformismo están aún presentes, la ranchofilia es motivada más por la inercia ancestral que por el bolsillo, y para colmo, el reparto proselitista disfrazado de planes sociales lo que ha traído es más pobreza. Mientras todo esto no se entienda, seguiremos llenos de Juan Bimbas que votarán por el chavismo. Que oiga quien tiene oídos.
Magnífico artículo, puras verdades de las que duelen pero que son ineludibles. Este país tenemos que reconstruirlo desde abajo y empezando por la gente. Saludos.
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