Por: Carlos Mira - Esta nueva categoría de países debería aplicarse a naciones como Bolivia, Venezuela y la Argentina, que vienen haciendo esfuerzos denodados por desaparecer. La clásica división de los países en desarrollados, subdesarrollados y "en vías de desarrollo" (developed. underdeveloped y developing countries) fue una vez puesta en duda, desde el punto de vista de su excelencia descriptiva, por Paul Samuelson, que, para hacerla más precisa, le agregó por separado a Japón y la Argentina, dos países que, por sus características, no alcanzaban a encuadrarse en ninguna de las categorías antedichas. Dados los últimos acontecimientos de los que Latinoamérica viene siendo protagonista, habría que agregar hoy una nueva dimensión: los países en vías de extinción. La escala podría inaugurarse con Bolivia, Venezuela y la Argentina, tres países que vienen haciendo esfuerzos denodados por desaparecer y que en la última semana han dado pasos firmes y decididos como para tener éxito en su cometido. Los dos primeros están en manos de déspotas totalitarios de raíz fascista que pretenden imponer una dictadura comunista con la ulterior intención de exportar ese movimiento al resto de la región. Bolivia esta, al momento de escribirse esta columna, tan solo un paso atrás de la guerra civil. Venezuela, por su parte, profundiza su proceso de narcomilitarismo fascista y, desde allí, alienta el envío de tropas propias al Altiplano para defender el indigenismo totalitario de Morales. Ambos países, como corresponde, echaron al embajador norteamericano de sus capitales al grito de "yankis de mierda vayanse al carajo". La Argentina, por su parte, se haya envuelta en un proceso judicial en sede extranjera por el caso de la valija con dólares contrabandeados por Guido Antonini Wilson, juicio en el que se develó que el dinero pertenecía al ex funcionario kirchnerista Claudio Uberti y que su destino final era la campaña presidencial de Cristina Fernández. Aquí también, como corresponde a todo el que se sabe culpable, el gobierno argentino reaccionó atribuyendo a la administració n norteamericana una "operación basura" tendiente a desacreditarlo. En un comunicado oficial de la Cancillería advirtió que la relación con los EEUU "se había dañlado". Las sospechas sobre el origen de los fondos están bastante claras: el dinero (del que los U$S 800.000 encontrados en el Aeropuerto Jorge Newbery serían tan solo una mínima parte) sería el resultado de las ganancias negras que los Kirchner y Chávez timbean en los mercados secundarios con las diferencias cambiarias contra el dólar de los bonos argentinos que el loro de Caracas le compra a la Argentina. En cuanto al destino, si bien por lo dicho en las grabaciones expuestas en el juicio se asegura que iban a las arcas de la campaña "Cristina Presidente", nadie podría desmentir que no fueran a los bolsillos privados de los propios Kirchner o de ellos y otros funcionarios. El ex presidente en funciones reapareció de la manera que más disfruta -pegando gritos- para calificar a Antonini de delincuente y para reclamar que "extraditen al prófugo". Preguntas socráticas: ¿tiene el gobierno argentino la práctica deportiva de invitar a subir a aviones oficiales a personas a las que considera delincuentes? ; ¿el gobierno considera como normal que estos delincuentes asistan a reuniones en la Casa Rosada?; ¿puede considerarse "prófugo" a una persona que no está hoy en la Argentina precisamente porque el gobierno la dejó ir?; ¿sería necesario pedir la extradición de una persona que si el gobierno consideraba delincuente debió haber detenido para someterla a la Justicia cuando dicha persona estaba delante de sus propias narices? Todo este delirio -que si no fuera trágico sería cómico- me recuerda un chiste que Luis Landrisina hizo famoso. Contaba el chaqueño que en una comisaría del interior estaba este chiquito medio tonto que se había perdido. Mientras los oficiales buscaban a sus padres, el chico se entretenía viendo la imagen de un delincuente buscado que colgaba de una de las paredes. El chico empezó a preguntar insistentemente si la imagen era una foto o un dibujo. Cuando los policías para que no jorobara más finalmente le dijeron que era una foto, el chico muy suelto de cuerpo les dijo: ¿y por qué no lo agarraron cuando le sacaron la foto? Lo de los Kirchner es francamente insostenible. Pero ellos son y serán tan solo una mancha en la historia argentina. El problema es que como Morales en Bolivia y Chávez en Venezuela, están haciendo que la Argentina desaparezca del mapa. El daño que le están infligiendo al país en términos económicos, morales, valorativos, de relacionamiento internacional, de convivencia interna y de imagen mundial es tan enorme y tan profundo que su responsabilidad ha dejado ya de estar sujeta tan solo a las rigurosidades de la ley para pasar a estar vinculada con el juicio de la Historia. Ninguna penalidad de la ley sería suficiente para empardar el perjuicio que esta gente le ha causado a la Argentina. En términos económicos, han desperdiciado la oportunidad más grande de un salto al desarrollo que el país probablemente tuvo desde comienzos del siglo XX hasta ahora. En términos morales, han soliviantado de tal modo los valores verdaderos que hoy a muchos jóvenes influenciados por el perfil de su gestión ya les cuesta distinguir lo que está bien de lo que está mal. Y baste decir, para esto, que el presidente de facto ha admitido públicamente que los índices inflacionarios son enmascarados en parte para estafar a la comunidad de acreedores que poseen bonos de la deuda argentina ajustados por CER y que dicha decisión constituía poco menos que una genialidad. En cuanto al relacionamiento internacional, los Kirchner han aislado al país recluyéndolo en un rincón oscuro e inadvertido, fuera de la órbita en la que quieren vivir los que aspiran al progreso. En ese sentido el cotidiano esfuerzo por poner a la Argentina en la vereda de enfrente de los Estados Unidos puede ser calificado por si solo como una irresponsabilidad institucional mayúscula, toda vez que está prácticamente asegurado por la prueba empírica que todo país que decide llevarse mal con los norteamericanos termina afectando el nivel de vida de su propia sociedad. Para comprobar semejante simpleza hace falta solamente tomar dos hojas de papel en blanco un par de bolígrafos y encargarles a dos personas distintas pero objetivas y de buena fe que confeccionen por separado una lista cada una. En una de ellas se deberán anotar los países que tienen buenas relaciones con los EEUU. En la otra, la otra persona, deberá listar los países que, más o menos, disfrutan de un nivel de vida aceptable para su gente. Al cabo de la experiencia se comprobará que las dos listas son prácticamente iguales. En lo que se refiere a la convivencia interna, los K han hecho esfuerzos persistentes para provocar la división, el enfrentamiento, el odio de clases y la envidia entre argentinos. Han reabierto heridas que, con dolor, la sociedad había empezado a cicatrizar. Han insuflado un modo incendiario y unas maneras irascibles y crispadas que contagiaron de a poco a todo el mundo en una bola de bronca artificial. La armonía y la concordia no han figurado entre los objetivos a promover por su gobierno. Todos estos son daños mayúsculos que un tipo penal no alcanzaría a describir con la exactitud que requiere el orden jurídico criminal. Pero que la conducta sea indescribible desde el punto de vista de la precisión exigida por el Derecho no quiere decir que el perjuicio no exista y que sus consecuencias no sean de tal dimensión que probablemente el país no se recupere nunca del impacto. Por eso habrá que recurrir al juicio de la Historia para que los Kirchner tengan lo que merecen. El único problema con los juicios de la Historia es que cuando ésta está lista para emitir su veredicto, los culpables ya no están para sufrir sus consecuencias. Su fallo será retórico y el daño no tendrá reparo. La Argentina ya no existirá como tal cuando la Historia compruebe que efectivamente fueron los Kirchner quienes comenzaron a terminarla.
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