Por : Manuel Rafael Rivero - Desde mi retiro contemplo abismado lo que ocurre, porque vivo permanentemente pensando en mi país. Yo siento la presencia de mi país en todo. Del país que es hoy y del país que anhelo, al que le dediqué los mejores años de mi vida. En este balcón, desde lejos, me llega “el rumor de la fiesta de Nabucodonosor”. Ya mi tiempo pasó. No tengo ninguna posibilidad de integrarme a nada. Me duele mucho la certeza de que voy a morir sin ver la solución de mi país. Eso me tiene atormentado: Me estoy muriendo sin ver la mejoría de mi país. Pero seguro de que la hay. Seguro de que Venezuela más temprano que tarde encontrará la ruta que la conducirá a lo que ella es: porque esto no es Venezuela. Manuel Rafael Rivero, quien en vida fuera Contralor de la República, y Presidente del extinto Consejo Supremo Electoral. Sus restos fueron velados en el Cementerio del Este, en La Guairita. Fue Contralor General y presidente del anterior Consejo Supremo Electoral, director de Comercio Exterior y Consulados, director general encargado varias veces de la Cancillería, embajador ante la Comunidad Europea, Francia y Bélgica, así como historiador y articulista del diario El Nacional. —Estoy profundamente preocupado por el futuro de Venezuela porque quienes tienen la responsabilidad de las grandes decisiones no han sopesado adecuadamente sus propios actos. La cantidad de gente que ha aceptado dádivas y componendas sobrepasa cualquier manifestación similar del pasado. Estoy hablando de esa gente que habla horrores del régimen o se finge su simpatizante y está beneficiándose a costa de la tragedia de Venezuela. Veo en la ciudadanía un gran descalabro y en los jóvenes, un inmenso desconcierto. Incluso, los estudiantes que se han enfrentado con Chávez, lo han hecho más con valentía que con un sentido de resistencia. Creo que se han opuesto, insisto, muy valientemente, pero a asuntos puntuales. Hay que exigirle al liderazgo, porque quien hace frente a sus responsabilidades está cumpliendo con su deber. Y hay que exigirle al gobernante, porque si no hay reverencia a la ética, no hay posibilidad de hablar de democracia. La democracia, fundamentalmente, es ética.
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