lunes, 9 de octubre de 2017

Yo, el abstencionista










Por: Alfredo García Deffendini

“¡Ser o no ser, esa es la cuestión!” o “To be or not to be, that is the question!” es la primera línea de un soliloquio del personaje principal de Hamlet, la obra escrita por William Shakespeare alrededor de 1600. En uno de sus actos Hamlet expresa: "Ser o no ser, todo el problema es ese, ¿qué es más noble al espíritu, sufrir golpes y dardos de la airada suerte, o tomar armas contra un mar de angustias y darles fin luchando"?

“…tomar armas contra un mar de angustias y darles fin luchando”, es hora de que la gente tome conciencia de que el país está nadando en el estiércol del diablo y que el tiempo se nos está acabando. Que los tiempos de los partidos y de los líderes de la oposición tienen lapsos distintos al de la gente, por ello es que conociendo el fraude electoral se empeñan en salir del régimen contando que en algún momento, 20, 30, 40 o más años –pensando que los procesos naturales de erosión de los partidos gobernantes provocan su desmoronamiento– se producirá el cambio deseado. Hay otros motivos, más perversos, como por ejemplo que toda campaña electoral por lógica produce a los partidos y dirigentes una mayor penetración en las masas y por supuesto, a lo que nadie se refiere, a un financiamiento nacional e internacional que de alguna forma engorda a todos los participantes.

Si viviéramos en democracia y no hubiese un proyecto perverso para construir al “hombre nuevo”, con la instalación del socialismo-comunismo a través de un régimen totalitario, con características fascistas y comunistas –recuerden que los extremos se tocan–, el juego electoral sería perfectamente válido. Pero viviendo bajo un régimen que ha violado todas las normas constitucionales y legales, cuya política de Estado ha sido el secuestro de los demás poderes públicos para evitar su separación y equilibrio entre estos –reglas fundamentales y básicas para un Estado de Derecho–, con el objetivo de sustituir el Estado republicano y nuestros valores judeocristianos por un sistema socialista-comunista, nos obliga por sentido de sobrevivencia a concluir que no tenemos tiempo para esperar que por erosión del sistema político que tratan de instaurar, este se desplome o que en algún momento la vía electoral produzca el milagro pretendido.
Nuestra oposición electoralista continuará utilizando la vía electoral, sin importarle la dimensión del fraude ni las consecuencias de legitimación que esta produzca, por secula seculorum, por los siglos de los siglos, no importándole la dimensión de la tragedia política, social y económica en que se encuentra subsumido el país.

Pregúntense: ¿podemos continuar con una política de convivencia con el régimen, cohabitación ejercida cada vez que la gente va a votar, alargándole su permanencia en el poder? ¿Por qué? Si el régimen a través de la vía electoral, de elección en elección, no pretende ganar tiempo para poder continuar desmantelando la institucionalidad y en particular destruir a la Fuerza Armada institucionalista, transformándola en una réplica del ejército cubano, ¿qué debemos hacer? Allí es donde entra el escenario de la abstención activa.

Tenemos entonces que preguntarnos qué lograríamos con una abstención activa y masiva. Ustedes, hagan un ejercicio de sentido común. Si actualmente, después de tantos años –casi 19–, la comunidad internacional cerró filas con la oposición radical, cercando al régimen internacional y económicamente, y calificándolo –como la oposición radical desde un principio lo había denunciado– de dictadura totalitaria socialista comunista, con las características de un narcoestado bañado por una corrupción nunca vista; cómo sería la presión internacional si el status quo de la llamada oposición electoralista desconociera al régimen y se negara a participar en fraudulentas elecciones convocando una “abstención activa”, y se preparara con todo el dinero que recauda y la organización que tiene a nivel nacional para demostrar la multiplicación fraudulenta de los votantes del régimen a través de medios audiovisuales, por ejemplo a través de los teléfonos celulares, que sería muy operativo para ese fin, así el cazador sería cazado. Solamente saboreen esta posibilidad y extrapólenla al mensaje internacional que se daría a los gobiernos extranjeros, que por fin tomaron conciencia del carácter criminal del sistema que se nos quiere implantar. ¿No lo deslegitimaríamos aún más?

También es conveniente preguntarse qué perderíamos si no concurrimos. Con el chantaje de la MUD de que el mapa de Venezuela se pintaría de rojo y que no se pueden perder los espacios que se puedan ganar –bien por méritos propios o bien porque al gobierno le interese ceder algunas gobernaciones para poder legitimarse en la búsqueda de que las medidas internacionales que se están tomando se reduzcan o se suspendan–, tenemos entonces que realizar un ejercicio obligante y preguntarnos: ¿qué beneficio nos traerían esas gobernaciones? 

Ambas preguntas las respondo: a la gente, ningún beneficio; pero a los partidos políticos y a la dirigencia participante, por supuesto, se le darían oportunidades de espacios para ejercer la política y el financiamiento que obtendrían a través de esas gobernaciones, siempre y cuando practiquen el apaciguamiento y la contemporización con el régimen. Pero a la gente, cuáles beneficios, ninguno.

Ningún beneficio, pues esas caricaturas de gobernaciones en manos de la oposición no servirían para nada en vista de que la autoridad superior a esas gobernaciones la tiene el comandante militar de cada una de las siete Regiones Estratégicas de Defensa Integral, aunado con lo que ha venido, por ejemplo, ejecutando el régimen contra los alcaldes opositores, que cuando se salen de su contemporización y apaciguamiento les quitan el financiamiento, entorpecen sus actividades y, si ello no es suficiente, tienen al Tribunal Supremo de Justicia para cercarlos con decisiones presuntamente legales pero ilegales de toda ilegalidad, suspenderlos y, si no obedecen, procesarlos y detenerlos. Pero mientras transcurre ese interregno, con el voto el régimen se legitima ante la comunidad internacional, ¡qué contradicción!

Es necesario sopesar qué se gana y qué se pierde, yo por mi parte ya lo hice y me abstendré de votar. Y para que mi voto sea activo, votaré no votando. Es un “no voto activo”, porque lo haré contra el régimen y contra la oposición electoralista, per se. Con la abstención activa demostraré que la dictadura venezolana cojea, porque no solamente le falta oposición que le sirva de utilería sino también le falta pueblo de verdad y su sistema electoral ya no la encubre, más bien la pone de manifiesta; y a la oposición participante, que no se les acompañará en sus mezquindades y falta de grandeza histórica. 

De esta forma dejamos desnudos a ambos actores de la farsa electoral y en particular le decimos a esa oposición que tiene que rectificar y ponerse del lado de la gente, pues si no se le apartará también. ¿Por dónde andará Lucio Quincio Cincinato?

Tomado: recibido vía correo.