lunes, 30 de septiembre de 2013

Y Venezuela es ejemplo de eso

Las revoluciones nunca han aligerado el peso de las tiranías, sólo lo han cambiado de hombros. SHAW, George Bernand

Diferencias entre un lider y un politiquero venezolano, que no es ni una cosa ni otra

Para un simple jefe, la autoridad es un privilegio de mando; Para un buen líder es un privilegio de servicio.

El jefe piensa y siente “aquí mando yo”;
el líder se inspira convencido de que “aquí sirvo yo”.


El jefe empuja a su grupo;
El buen líder va al frente, comprometiéndose con sus acciones.
El jefe se basa en la autoridad que le “otorga” su cargo; El líder busca ganarse la buena voluntad de su gente.

El simple jefe se basa en su jerarquía;
El líder cultiva su liderazgo.

El jefe necesita imponerse y para eso utiliza argumentos extensos;
El líder siembra convicción y usa ejemplos que tocan el alma de sus colaboradores.
El jefe inspira miedo, amenaza; su equipo le teme, le sonríe cuando está de frente pero le critica en su ausencia.
El líder inspira confianza, da poder a su gente, entusiasmo; cuando está presente impulsa al grupo reconociendo y agradeciendo sus aportes.

El jefe quiere obediencia;
El líder busca motivación. Si temes a tu superior, es jefe; si lo aprecias es un líder.
El jefe busca al culpable cuando hay un error; lo primero que piensa es que el que la hace la paga. Sanciona, castiga, reprende al instante; busca arreglar el mundo con un grito, una infracción, un “llamado de atención”.
El líder jamás apaga una llama encendida, comprende y redirecciona; no busca las fallas por placer sino para rescatar y rehabilitar al caído.
El jefe asigna deberes y ordena, mientras contempla cómo se le obedece.
El líder invita, induce
, da el ejemplo, trabaja con y como los demás; es congruente con su pensar, decir y actuar.

El jefe hace del trabajo una carga;
El líder lo convierte en motivación. Los que tienen un líder pueden cansarse más no fastidiarse, porque el líder transmite la alegría de vivir y trabajar.
El jefe sabe como se hacen las cosas;
El líder enseña como deben hacerse.

El jefe se guarda el secreto del éxito;
El lider capacita permanentemente para que la gente crezca, se desarrolle y lo supere.

El jefe maneja a la gente;
El líder la prepara para que sea mejor que él. Valora y sabe ser seguidor.
El jefe no trata a su equipo como gente, masifica a las personas como si solo fueran números o fichas.
El líder conoce a cada uno de sus colaboradores, los trata como personas, no los usa como cosas.Respeta la personalidad específica de cada quien, se apoya en el ser humano, lo dinamiza y lo impulsa constantemente a superarse.
El jefe dice “vaya”;
El líder dice “vayamos”.

El jefe no busca cambios;
El líder promueve a su grupo a través del trabajo en equipo y forma a otros líderes. El líder consigue un compromiso real de su gente, formula planes con objetivos claros y concretos; estimula y difunde el ideal de una esperanza viva y una alegría contagiosa.
El jefe llega a tiempo;
El líder llega antes.

El jefe espera a la gente en su puesto;
El líder sale a su encuentro. El líder busca mantener un pie adelante del grupo y la mirada más allá de sus seguidores, así inspira su compromiso y lealtad.

El jefe se contenta con el desempeño promedio;
El líder se propone metas fuera de serie.
El jefe defiende su posición;
El líder hace de la gente ordinaria, gente extraordinaria.

El jefe busca reverencia;
El líder compromete a su gente con una misión que le permite trascender y realizarse.


El jefe busca preservar sus privilegios;
El líder le da significado inspirador a la labor y la vida de sus seguidores.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Benavente

Todos creen que tener talento es cuestión de suerte; nadie piensa que la suerte pueda ser cuestión de talento.
BENAVENTE, Jacinto

miércoles, 25 de septiembre de 2013

No merezco

¿Tú que estás leyendo, conoces a alguien que tenga esta creencia?

Yo la tuve por casi la mitad de mi vida. Este es un pensamiento tóxico que a medida que mas lo creemos, más nos sentimos tristes, asustados, solos o frustrados. Como resultado, un indeseado comportamiento de auto-exclusión y timidez nos sobrepasa. En otras personas, el mismo pensamiento puede crear resentimiento y una incontrolable necesidad de "probarme a mi mismo", comportándose de manera irritable o mandona. Podemos ver esta versión en gente que está a cargo de otros, como padres, profesores, gerentes o gobernantes. ¿Conoces a alguien así? Seguro que sí. Yo conozco varios.

La repetición de sentimientos negativos y de comportamientos incómodos afectan nuestro campo electromagnético con capas de carga emocional negativa. La acumulación de esta carga es la fuente creadora de las contracciones del cuerpo del dolor.

Al mismo tiempo, este cuerpo del dolor estimu nuestras mentes y el diálogo interno se dispara. Es lo que llamamos "charla interior"; una voz que me dice como es la vida y que debería hacer yo basado en experiencias pasadas.

Debido a que el cuerpo del dolor tiene su propio modo de percibir la vida, distorsiona lo que vemos y ya no vemos más lo que realmente sucede.

¡Vemos a través de los lentes de colores de dolor acumulado dentro de nosotros! ¿Te suena conocido?


Recuerda: la CONCIENCIA es el primer paso hacia un cambio real. Sin conciencia, todos los cambios suceden simplemente en la imaginación.

Bueno, suficiente de teoría por ahora, llegó el momento de practicar todo esto.


Ejercicio - Volviéndonos consciente de los patrones que crean sufrimiento en nuestras vidas

Saca un momento para ti mismo y respira profundamente dos ó tres veces.

Exhala con un sonido.

Ahora, examina una por una,
las áreas más importantes de tu vida.
Tómate tu tiempo.

Escoge la que te cause mayor molestia en este momento:
-Tus relaciones familiares
-Tus relaciones íntimas
-Tus amistades
-Tu salud
-Tus finanzas
-Tu carrera y tu profesión
-Tu propósito y significado de tu vida
-Tu espiritualidad

¿Cuál hábito indeseable o patrón de comportamiento notas que es el más importante en esa área?Escoge sólo uno por favor.Piensa en que manera este patrón afecta tu vida. ¿Cómo afecta esto tu vida y las de aquellos que quieres más? ¿Cómo te sientes cuando piensas sobre ello? ¿Dónde lo sientes en tu cuerpo? ¿Cómo lo sientes? Al hacer este ejercicio, estás simplemente recolectando información para aumentar tu conciencia. Escribe en una libreta lo que te llega. No juzgues lo que escribes. Simplemente déjalo salir como si estuvieras haciendo espacio libre dentro de ti.


Tomado de: http://eneltodosomosuno.blogspot.com

¿Qué ves en el espejo?









 



Cuando obtienes lo que deseas en tu lucha por ser alguien, y el mundo te convierte en Rey por un día, solo acércate a un espejo a mirarte, y fíjate en lo que esa imagen te dice.

Porque no es el juicio que de ti hagan tu padre, tu madre o tu esposa lo que debe resaltar.

Lo que más importa en la vida es el veredicto del que está al otro lado del espejo.

Algunos pueden pensar que eres un compadre en quien se puede confiar, y llegar a decirte que eres maravilloso, pero el que está en el espejo dirá que solo eres un fanfarrón si no puedes mirarlo directamente a los ojos.

A él debes agradar, no tengas en cuenta al resto, porque él es claro contigo hasta el final; y habrás aprobado tu evaluación más difícil y peligrosa si el que está en el espejo es tu amigo.

Podrás engañar durante años a todo el mundo en tu paso por la vida, y obtener palmadas en la espalda en señal de aprobación, mas la récompensa final sera angustia del alma y lágrimas si has engañado al hombre del espejo.

Anónimo.

martes, 24 de septiembre de 2013

Pascal

Muy débil es la razón si no llega a comprender que hay muchas cosas que la sobrepasan.
PASCAL, Blaise

Los alimentos de la felicidad


 

 

 

 

El chocolate

El primer puesto de los alimentos capaces de levantarnos el ánimo lo ocupa el chocolate, elixir de la felicidad desde hace siglos en el mundo entero. El chocolate negro contiene feniletilamina, un alcaloide y neurotransmisor que le aporta al cerebro una gran sensación de bienestar comparable a la que se siente durante las primeras etapas del enamoramiento. En el chocolate también está presente otro alcaloide, la teobromina, capaz de estimular el SNC y de mejorar el estado de ánimo al generar una sensación de bienestar y satisfacción. Pero no debemos olvidarnos de la línea: pasarse con el chocolate porque nuestro novio nos ha dejado no es la mejor idea. El alto valor calórico del chocolate puede hacernos engordar si no se consume con moderación y esto sí que afectaría a nuestro humor, pero en el sentido contrario. Unos 20-30 gramos de chocolate al día son la cantidad ideal para el cuerpo y la mente, y también para la línea.

La miel

Como todos los alimentos azucarados, la miel tiene la capacidad de estimular la producción de serotonina, el neurotransmisor encargado de provocar sensaciones de tranquilidad y relajación, y de endorfinas. Pero al contrario que otros azúcares simples (sacarosa en especial) la miel contiene muchas otras vitaminas y sustancias nutritivas que son buenas para el cuerpo y la mente: manganeso, hierro, yodo, vitaminas A, E, el complejo de las vitaminas B, y el potasio son excelentes remedios para el organismo. Juntos favorecen la absorción del magnesio, principal responsable de la sensación de buen humor que causa la miel, considerada desde siempre como un antidepresivo natural que favorece la concentración y el descanso.

El pollo

Pobres en grasas y ricas en proteínas nobles, las carnes como el pollo, el pavo y la ternera son una fuente de energía de combustión lenta y reducen el apetito favoreciendo la sensación de saciedad. Indispensables para el correcto funcionamiento del organismo, este tipo de proteínas estimulan la producción de dopamina, un neurotransmisor capaz de levantar el ánimo regulando la frecuencia cardíaca y produciendo una gran sensación de bienestar. Además, el pollo es rico en una sustancia llamada triptófano (o vitamina PP), un aminoácido esencial que es bueno consumir con una alimentación equilibrada. Se le define como un precursor de la melatonina (encargada de regular el ciclo sueño/vigilia y, por tanto, el sueño en general), de la serotonina (neurotransmisor asociado a la sensación de bienestar) y de la niacina (cuya carencia puede causar ansiedad, depresión y miastenia).

La guindilla

Importada a Europa gracias a Colón, la guindilla ya se usaba en Asia hacía cientos de años. En nuestro continente está considerada como un alimento capaz de combatir depresiones leves, sobre todo aquellas asociadas a la inapetencia, y de revitalizar cuerpo y mente gracias a las sustancias que contiene. La guindilla es rica en vitaminas que son importantes para el organismo, coma la C, la A y la E, pero también en hierrro, potasio y magnesio, cuya carencia puede provocar estados de ansiedad y melancolía. Además, la guindilla estimula el cerebro para que produzca endorfinas, calmantes naturales del dolor, que a su vez contribuyen a crear una sensación de bienestar general.

La merluza

Al igual que el salmón y el pescado azul en general, la merluza es una fuente de Omega 3 y 6, los llamados ácidos grasos buenos, que no deberían faltar nunca en una dieta equilibrada. Muchos estudios han demostrado su efecto antidepresivo, siendo capaces de contrarrestar los efectos nocivos del estrés cotidiano. Consumidos crudos, los efectos de estos alimentos son mucho mayores, prestando mucha atención a su frescura ya que son fácilmente perecederos. Además, la merluza es uno de los pescados que tienen un mayor porcentaje de triptófano, aminoácido esencial, del que hemos hablado con respecto a las carnes blancas, que posee importantes propiedades antidepresivas.

Los huevos

Quizá no todo el mundo sepa que los huevos, un alimento tan habitual en la dieta española, pueden reducir el riesgo de depresión. Esto se debe a que contienen una sustancia muy importante para regular el estado de ánimo, el ácido pantoténico o vitamina B5, famoso por su capacidad de ayudar al cuerpo y a la mente en situaciones de estrés. De hecho, su carencia puede causar estados de ansiedad, tristeza, apatía y nerviosismo, directamente asociados a un estado depresivo leve. Por ello no es bueno eliminar los huevos de un régimen alimenticio equilibrado, aunque no debenmos olvidarnos del colesterol: los médicos aconsejan que no se supere la cantidad de dos huevos por semana y, preferiblemente, no en las mismas comidas.

Brócoli y espinacas

El brécol y las espinacas tienen innumerables propiedades pero además son excelentes antidepresivos naturales. Estas verduras son ricas en vitamina B9, conocida como ácido fólico, una sustancia capaza de prevenir y aliviar los estados leves de ansiedad y de reducir el riesgo de depresión, incluso de la depresión postparto. Las espinacas y el brécol son los alimentos que contienen una mayor cantidad de esta sustancia y es bueno integrarlos en nuestra dieta diaria para asimilarla al máximo, procurando no cocerlos demasiado de modo que no pierdan todas las propiedades, incluida la antidepresiva.

Los cereales integrales

Los cereales integrales como la pasta, el pan y los copos de maíz, ricos en ácido fólico, pueden ser verdaderos aliados a la hora de luchar contra la depresión. Al ser azúcares de combustión lenta, hacen que el estómago esté ocupado en la digestión durante algunas horas, y al contrario que los azúcares simples, su presencia en la sangre se mantiene constante por mucho tiempo. El resultado es que la sensación de bienestar y de saciedad que aporta este tipo de alimentos nos cambia el humor y nos hace sentir satisfechos y tranquilos. El ácido fólico es el principal responsable de la síntesis de la dopamina, serotonina y noradrenalina, importantes neurotransmisores cerebrales.

Semillas de calabaza y de girasol

Las semillas de girasol y de calabaza son unos excelentes aliados para el buen humor pues son ricos en ácido fólico, importante para prevenir la depresión, y en magnesio. Esto tiene un papel muy importante a la hora de combatir el estrés, el cansancio físico y mental, el insomnio y la sensación de ansiedad. Además, mejora el intercambio de oxígeno en la sangre y es una excelente ayuda para los músculos y la actividad cardíaca.

La acerola

Algunos estudios han demostrado que la vitamina C, presente en muchas de las frutas que consumimos habitualmente, tiene la capacidad de evitar trastornos bipolares y además participa en la producción de la noradrenalina, uno de los neurotransmisores responsables de las sensaciones de bienestar y energía. Las cantidades tienen que ser elevadas pero esto no supone un problema: bastará con comer alguna naranja o algún kiwi más y, si te preocupa tu figura, compra en la farmacia integradores de vitamina C, completamente seguros. La acerola puede no ser fácil de encontrar en el supermercado al tratarse de una fruta procedente de Sudamérica, los otros alimentos ricos en vitamina C son los pimientos, la guindilla, el brécol y los kiwis.

Alubias y lentejas

La vitamina PP, o niacina, presente en las lentejas y en las alubias, así como en otras legumbres comunes, tienen un efecto antidepresivo natural y previene las psicosis más frecuentes. También la tiamina (o vitamina B1) tiene una acción antidepresiva, una carencia de esta sustancia puede resultar en estados de agotamiento mental y sensación de confusión, directamente asociados a la ansiedad, al mal humor y a las alteraciones del SNC. Además, las lentejas y las alubias son fuentes de selenio, que estimula la actividad muscular y cerebral, atenuando la aparición de posibles depresiones leves.

La albahaca

La albahaca posee importantes propiedades relajantes, empezando por su olor: al oler una hojita de albahaca se activan, a nivel sensorial, sensaciones de relajación y de bienestar. Pero la albahaca es capaz de muchas otras cosas: mejora la concentración, fortalece el sistema nervioso y aleja la ansiedad y la sensación de opresión. Un buen remedio de la abuela que nos acompaña desde siempre y que nos ayuda a aliviar el estrés de la vida diaria, porque contiene niacina, tiamina, riboflavina y piridoxina (casi todas las vitaminas del grupo B), y calcio, excelentes aliados para luchar contra la depresión.

El café

Contrariamente a lo que se cree, el café no es malo para el organismo si se toma en dosis moderadas. De hecho, varios estudios han demostrado que la cafeína puede entre otras cosas reducir a la quinta parte la probabilidad de caer en la depresión, sobre todo entre las mujeres. El café tiene la capacidad de bloquear la producción de adenosina, creando una sensación similar a la que produce el cerebro ante elevadas dosis de uno de los neurotransmisores más importantes para el estado de ánimo, la dopamina.

Leche y derivados

Los alimentos a base de leche son importantes en la lucha contra la depresión. Estos contienen algunas sustancias capaces de levantar el ánimo: la vitamina D puede aumentar los niveles de serotonina en el cerebro y una carencia de esta impide la correcta absorción del calcio. Este, a su vez, influye en la dureza y densidad de los huesos que son importantes para evitar estados de agotamiento y debilidad general. En los lácteos también está presente una sustancia llamada tiramina (clasificada como simpaticomimético), capaz de aumentar la producción de adrenalina y de estimular el sistema nervioso simpático de manera natural. Por último, en la leche y en los productos lácteos está presente una cantidad elevada de triptófano, un aminoácido capaz de estimular la producción de los neurotransmisores más importantes para el estado de ánimo (serotonina, niacina, melatonina).

El plátano

El plátano es un remedio excepcional para nuestro estado de ánimo. Contiene muchas de las sustancias antidepresivas que hemos citado hasta ahora como, por ejemplo, las vitaminas del grupo B, la vitamina C, el triptófano, la tiamina, el magnesio y el calcio. De ahí que el plátano pueda ser considerado la fruta del buen humor por antonomasia, a pesar de tener fama de ser muy calórico. En realidad, por cada 100 gr de plátano se ingieren cerca de 65 Kcal, las mismas que con 100 gr de uvas y medio vaso de leche entera. Fácil de llevar a la oficina, al colegio, o al gimnasio, el plátano es la fruta de las mil propiedades, buena para la salud y para el estado de ánimo de adultos y niños.

Tomado de: http://galerias.doctissimo.es

Thoreau

La bondad es la única inversión que nunca quiebra.
THOREAU, Henry David

Las mejor organizadas y las que más trabajan

No hay mejor predicador que la hormiga, que no dice nada.
FRANKLIN, Benjamin

lunes, 23 de septiembre de 2013

Sin comentarios

http://ve.noticias.yahoo.com/blogs/justo-en-el-target/el-cinematogr%C3%A1fico-comercial-tailand%C3%A9s-que-hace-llorar-al-mundo-153618647.html

Un regalo para Francisco

















Quise encontrar un obsequio,
el más sencillo, el más humilde,
el que en su pequeñez
pudieras aceptar sin ofenderte.
Pensé que podría comprarlo y fui a la tienda
pero ningún objeto me conformaba.
Entonces escuché una voz santa que me dijo:
“… a quien tiene a Dios, nada le falta,
sólo Dios, basta.”
Creí ser poeta para ofrecerte palabras:
pero las hallé superfluas, pomposas, gastadas…
Hui de mí y perseverante
busqué en la tierra
pero hasta una semilla me pareció excesiva
pues podría albergar un árbol.
Cuando divisé la pradera
mi corazón vibró alegre,
pero intuí al momento que tú no aprobarías
que le restara una sola de sus flores silvestres.
Busqué entonces en el mar
y no hallé un confín
que tu nombre no hubiera alcanzado
y en toda su inmensidad
sólo tenías amigos.
Desafiante, me atreví hasta el abismo
y como un cielo vuelto al revés
lo encontré poblado de estrellas marinas.
Pero cuando tuve una en mis manos
creí que no podrías ser feliz
sabiendo que cada noche al cielo marino
le faltaría esa estrella…
Busqué entonces en el aire
respetando las abejas, luciérnagas, mariposas
y todas las criaturas vivientes,
pues tú no querrías detener sus alas
ni perturbar su vuelo.
Procuré traerte el aroma
sosegado y puro de las hierbas,
del hogar encendido y los jazmines…
pero no pude conservarlos.
Quise igualar el canto de la alondra,
el murmullo del río, el silbido del viento
cuando exhala en los campos profundos…
pero mi voz fue demasiado torpe.
Por un largo instante logré retener,
resbalando por mis dedos,
unas gotas del rocío temprano…
pero frescas y transparentes retornaron al aire.
Quedé entonces en silencio, desconsolado,
bajo el azul infinito
que mis ojos no podrían reflejar…
¿Francisco, pensé, en tu amorosa humildad,
es que no hallaría nada que pudiera agradarte…?
De pronto un árbol dejó caer una de sus hojas
que se depositó frente a mí en el suelo.
Luego otra, que llegó meciéndose en la brisa
hasta mis manos que la recibieron sin querer.
Luego otra, otra, y otra más,
hasta que sentí que el árbol, compasivo,
estaba dispuesto a entregarse por entero
y desnudar sus ramas
con tal de consolarme.
Tanto era su amor
que brotaron mis lágrimas
como un manantial redentor y agradecido.
Las hojas del árbol
continuaron descendiendo generosas
en una bendición inacabable…
Entonces pude comprender… y sonreí.
Y sonrieron conmigo los campos, las aves y los arroyos.
La brisa se detuvo
y ya no volvieron a caer más hojas…
El regalo que produjo la sensibilidad de aquél árbol
es el que ahora quiero ofrecerte:
el amor de una sonrisa.
Un obsequio humilde y efímero
que puedes multiplicar y compartir sin miedo
como los panes y los peces,
hasta que todos unidos a Jesús
habitemos finalmente el Reino de Dios.
Alejandro Guillermo Roemmers
Ciudad del Vaticano, 18/09/13

Gran duquesa Anastasia


La revolución bolchevique trajo consigo muerte y destrucción en la antigua Rusia previo a la llegada del comunismo. Años de opresión y absolutismo monárquico trajeron consigo la pobreza y resentimiento del pueblo que veía la opulencia y esplendor de los Romanov que estaban emparentados con todas las casa reales europeas.

De ellos, su último Zar, Nicolás II casado con Alexandra una princesa alemana que a su vez era su prima tuvo, que pagar el sin fin de humillaciones y dolor de las masas del país del norte de Europa y en 1917 fueron ejecutados luego de meses de cautiverio y torturas.

Con ellos estaban sus 5 hijos Olga, Tatiana, Maria, el heredero Alexis y Anastasia. De todos estos nunca apareció el cadáver de la menor de las hijas creando uno de los misterios mas grandes del siglo XX. 

¿Realmente se salvo la princesa? De ser así ¿Qué ocurrió con ella? Si sobrevivió a la masacre ¿Tuvo una vida normal? ¿Sobreviven sus descendientes que pudieran reclamar los derechos dinásticos de los emperadores rusos?

Según el mito popular, la joven se salvo de milagro al cubrirse de manera fortuita con los cuerpos de sus familiares y presa del pánico entró en un estado de shock que la inmovilizo por varias horas haciéndola pasar por muerta por los soldados bolcheviques que cumplieron la orden de Lenin.

Según relatos que alimentan el misterio, la joven de 17 años cubierta de sangre y con los harapos que vestía en el momento de la masacre, escapó y fue rescatada por un soldado con el que supuestamente años despues se casó.

Anna Anderson pasó a la historia como la persona que por más de 60 años reclamó ser la hija perdida del ultimo zar de Rusia y como tal, pretendiente a las joyas, fortuna y títulos que se perdieron luego de los años del comunismo.

La historia cambió cuando fue rescatada luego de un intento de suicidio en 1923 y aunque en ese entonces poco hacía presagiar que la joven disipada mentalmente fuera quien luego dijo ser, el conocimiento de la lengua alemana e inglesa ambas usadas frecuentemente por la familia imperial levantó las sospechas luego de que ésta tuviera una reacción histérica al ver fotos de su supuesta familia en una revista que encontró al azar.

Reconocer lugares y nombres de personas muy intimas del circulo del zar y sus comportamientos y educación propios de una princesa, levantaron todas las alertas para que personas se acercaran a ella para ‘ayudarle’ en su fin de recuperar su nombre y status. 

Uno de estos fue un príncipe alemán quien sus fines de lucro pasaron a un segundo plano cuando ambos se enamoraron. Gracias a éste, logró una audiencia con la que dijo y confirmó ser su abuela la gran duquesa María de Rusia. El problema vino cuando se faltó la historia de Anastasia por parte de la prensa, salieron decenas de muchachas de toda Europa reclamando ser la desaparecida princesa. Esta circunstancia mermó la credibilidad de la historia pese a contar con el aval de su abuela.

Así en el olvido y la pobreza vivió toda su vida reclamado ser parienta de todas las casas reales europeas, quienes le dieron la espalda y se negaron a reconocerla.

Esta historia dio pie a libros y películas en donde casi como una telenovela fue seguida hasta el momento de su muerte en 1984 y sin el ansiado final feliz.

Luego de su deceso se estableció con los avances científicos y pruebas de ADN que Anna no resultó ser mas que una impostora a pesar de que nunca se descubrió el cadáver de la hija menor de los zares Nicolás y Alexandra.

Conspiración o realidad, la vida de Anastasia Romanov es uno de los enigmas más explotados y ricos en matices que hasta el día de hoy siguen siendo tema de discusión.  
    

Tomado de: http://ve.noticias.yahoo.com

Los 10 errores más comúnes con los que arruinamos la comida italiana


 















LAI - Twitter: @sanlaisito

 
La cocina italiana es una de las más internacionales pero, como ocurre con todas las preparaciones regionales que se globalizan, en el camino ha perdido muchos de sus aspectos fundamentales. En todo el mundo comemos pasta y pizza, pero, en la mayoría de hogares y restaurantes no se respetan las normas básicas de la cocina italiana tradicional, muy dada, por otro lado, al dogma gastronómico.

La Academia Barilla, una de las más prestigiosas escuelas de cocina de Italia –situada en la ciudad de Parma–, ha publicado esta semana un decálogo con los errores más comunes que los extranjeros cometen al acercarse a la comida italiana. La institución, que tiene entre sus objetivos “defender y salvaguardar los productos alimentarios italianos elaborados por reputados artesanos y con denominación de origen de las imitaciones de mala calidad”, y “promover y difundir el papel que juegan estos productos en la cocina italiana tradicional”, no deja lugar para la heterodoxia. O es cocina italiana, o no lo es.

El listado de los diez errores más comunes está claramente orientado al comensal anglosajón, pero en España, pese a estar más cerca, tampoco nos libramos de castigar el recetario italiano. Hasta hace muy poco la única elaboración italiana que conocíamos era los macarrones con chorizo, y no precisamente al dente, y, aunque ahora sea “lo más” ofrecer risotto de tapa, seguimos cometiendo errores de libro. Para todos los amantes de la ortodoxia en la cocina –y en lo que respecta a la tradición italiana seguir la tradición es garantía de éxito–, estos son los diez errores que nunca se deben cometer.

1. Ofrecer la pasta como acompañamiento
Ni la pasta, ni el risotto, deben servirse nunca como acompañamiento. Exceptuando en recetas como las carnes “a la milanesa”, la pasta y el arroz se toman en Italia como plato principal algo que, además, es obligatorio si no queremos que nuestro consumo de calorías se dispare. En Italia es “sacrílego” utilizarlos como guarnición, un espacio que está reservado, casi en exclusiva, a las verduras.

2. Echarle kétchup a la pasta
El colmo absoluto de todos los atentados al recetario italiano es acompañar la pasta con kétchup, una salsa que sigue bañando los espaguetis –cortados– de media España, sobre todo cuando van destinados al comensal infantil. La Academia Barilla califica esta práctica como un “auténtico pecado culinario”, aunque se olvida del resto de salsas de tomate de bote, que en Italia no están nada extendidas. La realidad es que, para triunfar con un buen plato de pasta con tomate, es necesario elaborar una salsa casera. Hay miles de recetas y, aunque hay productos muy dignos, ningún preparado industrial supera las bondades de una salsa elaborada con tomates frescos de temporada. En invierno, sin embargo, los tomates pelados de bote pueden ser la mejor alternativa.

3. Cocer la pasta en agua con aceite
En España es muy habitual echar un chorro de aceite de oliva al agua en que se cuece la pasta, una costumbre que, según apuntan en la Academia Barilla, no aporta nada a los platos. En su opinión, el aceite debe añadirse tras escurrir la pasta.

Otra fea costumbre española de la que se olvida el decálogo es la de lavar la pasta en agua fría antes de escurrirla, algo que sólo sirve para que ésta pierda sabor. La Academia ofrece sus propias instrucciones para cocer la pasta “al dente”.

Uno de los secretos, aseguran sus chefs, reside en escurrir la pasta un minuto antes del tiempo de cocción indicado en el paquete, pues la pasta seguirá haciéndose mientras la cocinamos con la salsa. 

4. Acompañar los espaguetis con salsa boloñesa
Aunque los espaguetis a la boloñesa son uno de los platos italianos más populares, la Academia Barilla asegura que la receta es una invención internacional, imposible de encontrar en ningún restaurante de la ciudad que le da nombre. La famosa salsa, que sí es uno de los clásicos básicos de la cocina italiana, suele acompañarse de tagliatelle, la pasta típica de Bolonia que en Italia se cocina siempre con huevo, no de espaguetis.
Puntualizaciones quisquillosas aparte –por mucho que lo diga la Academia Barilla la diferencia entre unos espaguetis y unos tallarines no es para tirarse de los pelos–, hay muchas recetas italianas que se han pervertido en su paso al recetario internacional. En España es particularmente sangrante el caso de los espagueti a la carbonara, que solemos embadurnar en nata, un ingrediente del que carece la auténtica receta italiana que se elabora con huevo.

5. Usar el pollo como ingrediente de un plato de pasta
“Nadie en Italia echaría pollo a la pasta”, asegura el decálogo de la Academia Barilla. Según la escuela de cocina es algo muy típico en EEUU. En España, por el contrario, no es en absoluto popular. Con los ingredientes parece que somos más respetuosos, aunque quizás sea porque contamos con una materia prima parecida. Una de las costumbres más arraigadas en España es la de preparar la pasta con atún, algo que también hacen los italianos. De hecho, en Italia la pasta con pescado o marisco es tremendamente popular. Los espaguetis al fruti de mare o, simplemente, con mejillones, son uno de los preparados más exitosos.

6. Pedir una ensalada César en Italia
La ensalada César es un plato muy popular, presente en las cartas de cafeterías y restaurantes de todo el mundo, pero no es una receta italiana. De hecho, es muy difícil de encontrar en el país de la bota. Hay diversas versiones sobre el origen de la ensalada, pero todas coinciden en que empezó a servirse en México y más tarde pasó a EEUU. Se cree que su inventor, Alex Cardini –que sí era italiano– la diseñó en el restaurante que su hermano, César Cardini, regentaba en Tijuana: el Cesar´s Place. Aunque otras historias sitúan su origen en Ensenada, lo que es seguro es que César Cardini patentó la salsa en Los Ángeles en 1948 y desde entonces comenzó a popularizarse en EEUU.

7. Decorar el restaurante con manteles de cuadros rojos y blancos
El cine ha explotado la imagen del típico restaurante italiano con velas, grandes platos de pasta, jarras de vino y manteles ajedrezados en rojo y blanco. Los tres primeros elementos pueden ser ciertos, pero según la Academia Barilla los manteles ajedrezados no son típicos en ningún lugar de Italia.

8. Pedir un capuccino después de comer
En Italia el capuccino sólo se toma en el desayuno, nunca después de las comidas, cuando se toma el café espresso o macchiato (el equivalente a nuestro cortado). No es que no lo sirvan en los restaurantes, pero es algo reservado para los turistas. Hay que recordar que el capuccino es más contundente que nuestro “relajante” café con leche, que en muchos puntos de España está a medio camino entre el macchiato y el capuccino.

9. Buscar los Fettuccine Alfredo en Italia
Aunque los Fettuccine Alfredo sí son una invención italiana, nadie en el país los conoce con ese nombre. La salsa Alfredo es un sencillo acompañamiento para la pasta a base de mantequilla y queso parmesano que se hizo famosa en el restaurante Alfredo alla Scrofa de Roma, propiedad de Alfredo di Lelio.Por alguna razón que desconocemos, la receta se popularizó en EEUU y por ende en el resto del mundo con el nombre que le dio el avezado restaurador, pero se trata sólo de una versión de los tradicionales Fettuccine al burro –es decir, “a la mantequilla”–, uno de los platos básicos de la cocina italiana, que sí se pueden encontrar en cualquier restaurante.

10. Ir a comer solo
El último punto del decálogo de la Academia Barilla –que bien podrían haber titulado “cocina italiana para Dummies”– tiene más que ver con las costumbres de la sociedad italiana que con la comida en sí. Según los chefs de la escuela, en Italia nunca se va a un restaurante solo (algo que, hoy en día, resulta chocante de ser cierto), pues la comida se disfruta siempre en familia o con amigos. “El amor y la familia lo es todo”, concluye el decálogo.

Napoleón

Levantar un andamio no es edificar. 
NAPOLEÓN BONAPARTE

viernes, 20 de septiembre de 2013

Impresiones de un régimen que se autodenomina Socialismo del Siglo XXI

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Por: Xochil Schütz - Poeta alemana
Tomado de: http://prodavinci.com

El viaje para Caracas dura quince horas. Salgo del avión un sábado por la tarde cansada y pegostosa. Antes de presentarme ante los representantes del 10. Festival Mundial de Poesía que me recogerán en el aeropuerto, quiero refrescarme en el baño, pero no tengo tiempo. No he terminado de recorrer la pasarela del avión cuando veo mi nombre en un letrero sostenido por una joven. Paso, conducida por ella, sin tener que hacer la inmensa cola del control de pasaportes, al área VIP del aeropuerto. Está fuertemente vigilada por dos mujeres uniformadas de mirada mordaz.

La sala de aspecto señorial, amoblada con sofás de cuero, tiene aire acondicionado. En las paredes lucen pinturas, la más grande de todas muestra al presidente Hugo Chávez, fallecido en mazo de 2013.

Junto con otros poetas que también esperaban en el área VIP soy conducida a través de la instalaciones del aeropuerto en dirección a la salida. Mi vista se detiene sobre una gigantesca cola de personas esperando. Es ancha y seguro de por lo menos cien metros de largo. La mujer que nos busca me mira y dice: “Esperamos que te guste Venezuela”.

El viaje para Caracas dura cuarenta minutos. Veo montañas y pronto miles de chozas armadas de ladrillos, que se aferran a sus laderas.

Cuando le digo a la joven colaboradora del festival que debo cambiar algo de dinero, me exhorta a que los cambie con ella, de forma personal. Quiere viajar a Europa dentro de poco. La entiendo; aunque su abrupta exhortación y algo en su tono de voz me hace desconfiar. Que el gobierno ha establecido una tasa de cambio extremadamente baja, que los venezolanos tienen dificultades para acceder a divisas y que por eso se pagan altos precios por moneda extranjera en el mercado negro, eran cosas que había leído antes de emprender el viaje.

Más tarde, la joven me ofrece canjear mis euros por un precio que en realidad está 80% por debajo del precio promedio del mercado negro e incluso muy por debajo del cambio oficial. Me siento engañada. Me cuesta encontrar el valor para decirle a la joven que me está ofreciendo muy poco dinero. Cuando me oye, hace como si estuviera enterándose de que existe un mercado negro y me monta una escena de gran sorpresa. Poco después me ofrece un tipo de cambio un poco más alto que el anterior y me explica que debido a que ella trabaja para el Gobierno no puede pagar precios de mercado negro. Acepto el trato (que aún es desventajoso) porque temo que en los próximos días tendré que lidiar con frecuencia con esta joven y no quiero arruinar completamente el de por sí ya incómodo ambiente. A pesar de eso no me siento muy bien.

Seis semanas antes. La invitación es formal y amigable. La Casa de las Letras de Caracas me invita a participar en el Festival Mundial de Poesía. Me alegra mucho, pues me gusta viajar. El Ministerio de la Cultura estaba dentro de los patrocinantes. En Alemania el Estado también apoya este tipo de eventos. No creo que la situación amerite mayor precaución. Cuando Hugo Chávez aparecía en los medios alemanes, su autopromoción me parecía incómoda. Ahora está muerto y yo un poco curiosa. ¿Logró algo políticamente? ¿Es tal vez Venezuela un ejemplo de que el socialismo sí puede funcionar?

Acepto la invitación al Festival. Me informo regularmente a través del Internet sobre la situación política del país. Poco a poco comienzo a dudar: La economía está evidentemente en el suelo. Los medios de comunicación, se lamenta la prensa internacional, se encuentran controlados; el último canal de televisión independiente está siendo comprado por el Estado. De pronto leo que militares han torturado a manifestantes críticos al gobierno. No me suena a socialismo. Suena a dictadura. Pienso en cancelar mi participación en el Festival.

“Tú no eres Günter Grass”, me dice mi mejor amiga. “Tu ausencia no tendría ningún efecto. Y tal vez esas personas lo que están necesitando es poesía”.

Decido emprender el viaje. Poco después recibo el programa del Festival. En la primera página luce una imagen de Chávez. ¿Y esto qué es? No tengo nada que ver con este señor y nada de ganas de dejarme instrumentalizar.

También me pone a pensar el hecho de que yo —como poeta— debo abrir el festival. Con la actual situación política del país me parece un dudoso honor. Considero la posibilidad de citar las palabras de Rosa de Luxemburgo en la tarima: “La libertad es siempre libertad para el que piensa diferente”.

“Eres invitada”, me dice alguien. “No puedes ofender a los anfitriones”. Además de estar en contacto con los organizadores del Festival Mundial de Poesía, también estoy en contacto con el director de la biblioteca del Instituto Goethe en Caracas. Uno de mis talleres sobre la poesía slam tendrá lugar allí.

Le escribo que la situación política del país me parece muy interesante. Me responde invitándome a un almuerzo informal con algunos autores críticos al gobierno. Me alegro mucho y me siento aliviada de no ser instrumentalizada por sólo uno de los lados. Sin embargo sigo teniendo una mala sensación respecto a este festival.

El hotel en el que nos hospedamos queda en el centro de la ciudad. Me dicen que no debo salir sola. Caracas es peligrosa. Se trata del antiguo Hotel Hilton que desde hace años pasó a manos del Gobierno de Chávez. Desde entonces no han limpiado las ventanas, las alfombras están sucias y la ducha de mi habitación no funciona. El servicio de habitación me trae el agua que pedí después de una hora. La siguiente simplemente no me la trae. El agua del chorro no es potable. Tengo sed. Comienzo a comprar agua en la tiendita del hotel, que abre de vez en cuando. En el desayuno evito además comer mantequilla. Está rancia.


De los cuatro ascensores del rascacielos funciona normalmente sólo uno. En consecuencia hay que esperar largos e improductivos ratos durante las horas de mayor afluencia. Cuando los huéspedes del hotel nos enteramos de que había un ascensor que sube a partir del segundo piso (mejor que nada), salimos corriendo en competencia para subir por la escalera.

En otra oportunidad me embuto entre el amasijo de gente aprisionada en el ascensor. La gente se molesta. Si el ascensor llega a quedarse parado a mitad de camino, seguro que me linchan.

A veces subo los 15 pisos a pie. Tengo muchas actividades previstas y no siempre tiempo para esperar.
No necesito lujo, pero este hotel no funciona lo suficiente.

Bienvenida oficial. El domingo en la tarde se nos da una bienvenida oficial a los cincuenta invitados al festival en el patio de un museo cercano al hotel.

No, en realidad no se nos da la bienvenida. Se nos da un discurso en el que se exaltan los logros del gobierno socialista en el área de la cultura. Luego un segundo discurso, en el cual se exaltan los logros del gobierno socialista en el área de la Cultura. Luego un tercer discurso en el que el director de la Casa de las Letras, institución que nos ha invitado, con una mezcla de fervor y vanidad, expone que fue amigo personal de Chávez y lo grande que es el socialismo.

Durante los siguientes ocho días que estaré en Caracas, escucharé antes y durante cada uno de los eventos las palabras “Chávez”, “Comandante”, “Presidente” y “Patria”. Ya en este primer día su uso excesivo hace que mis oídos no las toleren más. Estoy alterada. Perpleja. ¿Qué es esto?

Es lunes por la tarde. Dentro de poco tendrá lugar la inauguración oficial del Festival en el teatro más grande de Suramérica. Se esperan más de dos mil personas. Me preguntan si quiero decir algunas palabras antes de recitar mi poema. De ser afirmativo, debo decir exactamente qué palabras serán.

Respondo que no y me molesto un poco, porque luego del saludo informal que nos hicieron en el teatro, en el que se exaltaron los logros del gobierno en el área cultural del país y se nombró a Chávez al menos diez veces, había pensado de hecho en la posibilidad de decir algo.

Resulta que hay otra presentación antes de la mía: la de Chávez. En una pantalla gigantesca se le ve y se le oye, gesticulando de forma exageradamente sentimental, mientras recita un poema. ¿Este tipo realmente tenía que saber hacer de todo?—pienso. Entonces salgo al escenario. La gigantesca sala está casi vacía. Tal vez unas 300 personas se veían dispersas en ella. De esas 300, a lo largo de la noche, algunas gritan regularmente en coro “Chávez”. Es extraño; tiene un aire de teatro escolar.

Detrás del escenario, para los poetas, hay agua en pequeñas botellas de plástico. Tienen pegada una etiqueta en la que un nombre está impreso en letras gigantes: Chávez. El agua sabe venenosamente a plástico. Tengo sed, pero no me provoca tomarla.

Es martes por la mañana. Junto a mi intérprete voy en un taxi al Instituto Goethe. Allí doy mi primer taller sobre poesía slam. Doce personas, jóvenes en su mayoría, asisten al taller. Hablo sobre la poesía slam, el efecto social y literario que tiene… y que eventualmente no tiene. Escribimos textos acerca de la realidad social, los recitamos al grupo y los discutimos. Todos hablan libremente y ninguno grita “Chávez”. Es sólo luego de que recito mi texto recién redactado, que pregunta si Venezuela se está convirtiendo en una dictadura, que el ambiente cambia: una participante del taller desmiente con ahínco que la libertad de expresión se encuentre limitada en el país. Otros responden con indignación que en la Universidad ya no se puede hablar libremente por miedo a posibles consecuencias. Suena inquietante. No. Suena aterrador.

Dos jóvenes participantes deciden fundar un slam de poesía. Por supuesto es algo que me alegra.

Después del taller tiene lugar el almuerzo informal con el director de la biblioteca del instituto, su compañera de trabajo y dos artistas críticos al gobierno. Ambos artistas boicotean el festival por ser organizado por el Gobierno. Me entero de que la antes independiente Casa de las Letras, de la que recibí la invitación al Festival, fue tomada desde hace tiempo por personas leales al gobierno. Recuerdo entonces al fervoroso-vanidoso amigo de Chávez que nos “saludó” el domingo y ya no me sorprende nada.

La autora crítica al gobierno me dice que con su arte sólo intenta poner orden en el caos que causa en ella la situación política y social.

Me siento en sintonía con las personas en la mesa y no quiero irme. El almuerzo se extiende. Mi intérprete debe recordarme repetidas veces que ya es hora de partir: debemos regresar al hotel y después seguir a una lectura.

Nos despedimos afectuosamente y corremos bajo la lluvia tropical a lo largo de una calle.

La Limonera. Junto a otros autores un pequeño autobús nos lleva poco después a una lectura en un complejo habitacional en las montañas. El complejo se llama “La Limonera” y al parecer el difunto presidente Chávez ordenó su construcción para familias de bajos recursos que quedaron sin techo debido a catástrofes naturales. A mitad de camino, se sube al autobús un hombre de aspecto atlético y cabello largo. Me aborda llamándome “camarada” y me explica con voz pretenciosa que dentro de poco me encontraré con personas que nunca habían estado en contacto con la cultura. Ahora el socialismo les lleva cultura. Pareciera que estuviese hablando de animales a quienes juntos pudiéramos civilizar. Profundamente conmovido me dice luego que ama a Chávez. Le digo: “Pero parece que no a todo el mundo le pasa lo mismo”. Se molesta y dice fervorosamente: “NOSOTROS lo amamos. 

NOSOTROS lo amamos”. A más tardar en este momento me doy cuenta que la situación en este país es totalmente diferente a todo lo que he conocido hasta ahora.

Las casas del complejo tienen dos años de construidas. Utilizo el diminuto baño de una de las familias que viven allí, porque se pensó en llevarles cultura a estas personas, pero no en poner un baño a disposición de los autores. La puerta del baño tiene ya un enorme agujero. Y la cerradura de la puerta también está dañada, cosa que compruebo unos momentos después: no puedo abrirla. La amable familia necesita largos minutos y la ayuda de herramientas para poder liberarme. Me siento incómoda y desconcertada. No necesito lujo, pero un Estado que ni siquiera puede fabricar puertas y cerraduras que funcionen me parece débil.

El recital de poesía y la apertura de la actividad se retrasan por la misma razón que la inauguración se retrasó: un político socialista, que estaba en el programa, nos hace esperar para terminar no apareciendo.

Hace frío aquí en las montañas. Nadie nos avisó con antelación y ahora morimos de frío. Entretanto ya se hizo de noche. Nadie nos ofrece algo de comer. Tenemos hambre. También tenemos sed, pero nadie nos ofrece algo de beber. De pronto ya no puedo más y colapso. Necesito recostarme.

El recital comienza tarde, pero comienza. Sin mí, pero los escucho. El director de la Casa de las Letras, presente en el evento, entona himnos de alabanza a Chávez. El numeroso público está entusiasmado. Se escuchan los primeros gritos de “Chávez”. Los poetas venezolanos invitados recitan poemas de alabanza a Chávez. Estoy recostada en el asiento de atrás del autobús que nos trajo aquí. Poco antes de mi turno, me obligo a salir del autobús y a subir al pequeño escenario al aire libre. Un pequeñín tambalea al micrófono y dice que Chávez una vez lo abrazó y que lo ama. La multitud está emocionada.

Estoy segura que en cualquier momento en Venezuela Chávez será declarado santo y se convertirá en religión. Tengo la sensación de que nadie me creerá esto en Alemania. Pero en Alemania nadie tiene idea de lo que está pasando aquí.

Ya se hizo de noche. Durante el viaje de regreso al centro de la ciudad, que dura una hora, el socialista de cabello largo que ya había conocido camino a la lectura, reparte clementemente pequeños pedazos de pizza fría y vieja, como si estuviese repartiendo la Sagrada Cena. Siento ganas de reír, pero no puedo. Estoy hambrienta y sobre todo muerta del cansancio.

Miércoles por la tarde. Vamos en taxi a una escuela, en la que daré mi segundo taller. Somos mi intérprete, yo y una mujer hasta ahora desconocida que nos acompaña. Dice trabajar en la Casa de las Letras y tiene un aspecto pedantemente fiel a la línea, tal como me imagino a una funcionaria del Ministerio para la Seguridad del Estado (de la República Democrática Alemana). Me siento incómoda, en el sistema incorrecto y no tengo ganas de conversar. Prefiero ver por la ventana. Al borde de la calle veo repetidamente colas de personas. Que los venezolanos deben hacer cola para comprar papel higiénico, jabón y mantequilla es algo que ya escuché. Que tienen que hacer cola para poder tener un puesto en un autobús era algo que no sabía. Siento compasión, pero al mismo tiempo recuerdo a una venezolana que me dijo que la gente aquí se toma los inconvenientes con humor.

La escuela queda al borde de un barrio. El taxista tiene miedo de atravesarlo. Pasa una hora mientras conseguimos un camino más seguro a nuestro destino. Llegamos demasiado tarde.

Un profesor muy entusiasmado de unos cincuenta años aproximadamente nos espera en la calle. Nos grita permanentemente camino a la escuela como si fuéramos sordos. Entramos a las instalaciones. A causa de su construcción abierta y techos altos, el ambiente es insoportablemente ruidoso. Todo retumba. El profesor tiene que gritar para presentarnos a los estudiantes. La funcionaria socialista que nos acompaña tiene que gritar para alabar al gobierno. Tengo que gritar al recitar mis poemas e intentar conversar con aproximadamente ochenta chicos de trece años.  Es complicado, pero de alguna forma lo logro. Al finalizar el taller, el profesor me acerca una bandeja con pasapalos que los alumnos han preparado para nosotros. Estoy conmovida. Los alumnos son cordiales, quieren autógrafos y tomar fotos de recuerdo con sus teléfonos celulares. Al finalizar, el profesor me entrega solemnemente un montón de hojas metidas en una carpeta pegajosa. “Mis poemas”, me dice. “Puedes publicarlos en Alemania”. Siento que me exige demasiado, al fin y al cabo ni siquiera hablo español.

Otros eventos. Regresamos al hotel y poco después tenemos que seguir a la próxima lectura. Tiene lugar en el patio del Ministerio del Poder Popular para la Educación. Este evento no estaba en el programa del festival que me habían enviado.

Junto a tres autores internacionales hay diez autores venezolanos invitados que alaban a Chávez fervorosamente. El público está entusiasmado. Abandono la tarima antes de tiempo porque simplemente no puedo soportar la propaganda permanente. Me prometo nunca más viajar a una dictadura. Más tarde escucho a una cantante cantar con total entrega una canción de amor para Chávez.

Después de la actividad una mujer del público se acerca a mí. “Obama loco”, dice. Y luego dice: “Merkel loca”. A pesar de que no hablo español, conozco la palabra “loco” y sé lo que significa. La mujer espera que yo por lo menos asienta con la cabeza, expresando que estoy de acuerdo. Cuando en vez de eso digo “No”, me asusto porque siento que me va a atacar físicamente.

Jueves, viernes y sábado se llevan a cabo más recitales. Siempre están invitados, junto a nosotros, los autores internacionales, numerosos autores venezolanos que entonan cantos de alabanza a Chávez y llaman a la lucha de clases. ¿Será que es un intento de impedir que la gente siga dudando del resultado de las elecciones ganadas por el hijo de crianza de Chávez, Nicolás Maduro? ¿O de unirse a la oposición?

Cuando es mi turno en un teatro grande, ante un público bastante numeroso, después de dos horas de “poesía-propaganda”, digo: “Cuando nos amamos, no necesitamos ninguna lucha política”. Más o menos la mitad del público aplaude prudentemente. Los demás hacen un absoluto silencio. Un hombre se enfurece. Mi frase fue decente. Sin embargo, la siento casi peligrosa.

El Gobierno de Chávez comenzó a ofrecer en Caracas un festival gratuito (“la ruta nocturna de los museos”) los fines de semana. Tiene el objetivo de hacer posible a los jóvenes de los barrios el contacto con la cultura, sin costo alguno. Son precisamente este tipo de acciones las que en medio de todo reducen mi incomodidad, me hacen poner en tela de juicio mi creciente rechazo por este Estado. A mí estos festivales me parecen algo bueno. Incluso estoy contenta de presentarme allí.

Por la tarde tengo una entrevista con la televisora cultural más grande del país. Me dicen que debo decir frente a las cámaras lo que significa Chávez para mí. Me rehúso y le explico al empleado de la televisora que la poesía es independiente. Me ven con sorpresa. Una vez más tengo la sensación de estar en un mundo distinto al que conozco.

Aproximadamente tres mil personas, bien dispuestas, asisten en la noche. Están contentos de escuchar, después de la presentación de un grupo musical, poemas en alemán y su traducción. Estoy sorprendida de la increíble recepción que tengo —sin necesidad de exclamar ante el público “Chávez”, “Comandante” o “Presidente”. Los poetas de Francia y Palestina mantienen otra posición: el poeta slam francés es evidentemente fanático de Chávez, la poeta rapera palestina está feliz de que Chávez en algún momento tuvo una posición crítica con respecto a Israel. En general he comprobado que algunos de los autores internacionales sienten entusiasmo o al menos simpatía por Chávez, mientras que otros aún no se han ocupado de informarse sobre la situación política del país.

Como ya antes de emprender este viaje, me gustaría saber si hubo autores que rechazaron la invitación porque no quisieron viajar a este sistema.

Domingo al mediodía. Mi partida se aproxima. La despedida de algunos de los jóvenes colaboradores, quienes nos atendieron en la oficina del festival en el hotel, es cordial, casi familiar. Muchos de ellos fueron francos, comprometidos y bastante encantadores. Me siento irritada una vez más. ¿Es posible que gente tan simpática apoye a una dictadura y que eventualmente la ayude a construir? Ninguno de ellos quiso hablar sobre Chávez sin que yo se lo pidiera. Mi “colaborador favorito”, un verdadero sol, me pide que le recomiende más poetas slam: quiere invitarlos a Venezuela el año que viene, para organizar más talleres y eventos literarios para que la poesía slam sea conocida en el país.

Recuerdo al director de la biblioteca del Instituto Goethe, quien me dijo durante nuestro encuentro el martes, ya en confianza: “Ya escuchaste autores críticos. Pero ve también el otro lado; ellos te invitaron y están muy interesados en el tema de la poesía slam“.

Nos dirigimos en autobús hacia el aeropuerto. Como siempre cuando recorro Caracas, me llaman la atención las innumerables paredes de edificios que tienen grafitis e imágenes que alaban fuertemente a Chávez y a Maduro. La simbología recuerda a la de Corea del Norte, la antigua República Democrática Alemana, la Unión Soviética: los mandatarios se presentan desde una perspectiva que los hace tener un efecto abrumador. Hay que levantar la vista hacia ellos. Estoy feliz de no tener que verlas más. La propaganda es tediosa, parcializada, me altera.

Maduro, quien se aferra al poder, también tiene fama de tedioso. “Ni siquiera le gusta a mi abuela”, me comentó una venezolana. “Y ella fue una verdadera chavista”. Pero en las paredes de los edificios dice: “Chávez dijo que eligieran a Maduro”. Así que. Bueno.

La clase media se desangra bajo la situación política actual, me comentaron convincentemente: trabaja más de lo que es bueno para la salud y de todas maneras el dinero no le alcanza para vivir. Pero la clase baja es inmensa. Y por supuesto prefiere vivir, en vez de en la calle, en uno de los nuevos rascacielos sin ascensor construidos baratamente por el Gobierno. Y si los choferes de metro son presidentes y señoras que limpian influyen de forma decisiva en círculos literarios —y lo pueden hacer en la Venezuela actual, según me informaron de forma muy convincente— estamos frente a una especie de “Sueño Americano” que evidentemente motiva a muchas personas. Irónicamente. Porque se odia a los Estados Unidos.

Tal vez las limosnas y las acciones por los pobres sólo son una forma de tapar el hecho de que el Estado es profundamente corrupto. Esa opinión la escuché muchas veces de venezolanos. No puedo juzgar eso tras apenas unos pocos días en el país.

La joven colaboradora del festival que a mi llegada cambió tan desfavorablemente mi dinero me abraza fuertemente al despedirnos en el aeropuerto y me dice que tenemos que mantenernos en contacto, pase lo que pase. Estoy asombrada. ¿Será que tiene mala conciencia? ¿O tal vez no tiene consciencia de qué es justo y qué no? No lo sé. Más tarde alguien dirá: “Ni lo uno ni lo otro. Está echada a perder. El sistema político la ha deformado tanto que se acostumbró a ser falsa”.

Nosotros los autores no esperamos tanto como los demás viajeros. Pero igual al salir por el aeropuerto tenemos que esperar. Sólo en la cola del control de pasaporte pasamos una hora y media. Cansa. Altera. Otra media hora había pasado cuando revisaron nuestras maletas.

En general: equipaje: Todos tenemos más de lo que teníamos al entrar al país. Nuestros honorarios nos los dieron en efectivo, en moneda local. A causa de las diversas tasas de cambio existentes en el país no se puede cambiar ese dinero en ningún otro país del mundo. Así que no nos quedó otra sino gastar todo el dinero. Por supuesto fue divertido. Pero hubiésemos preferido utilizarlo para pagar nuestro alquiler.

De regreso en casa sigo preguntándome si verdaderamente acabo de visitar una dictadura. La omnipresente propaganda en Caracas me molestó inmensamente. Así como el hecho de que la política dominó de forma casi absoluta al festival, intentando vender propaganda como arte y así degradar al arte al nivel de propaganda. Pero, ¿eso es suficiente para decir que se trata de una dictadura?

Un oriundo, a quien le pregunté si en Venezuela existía una dictadura, gimió: “Ni nosotros mismos lo sabemos”.

Un autor de Haití con quien conversé opinó: “No puedes aplicar a una democracia latinoamericana la misma escala que a una europea” —¿Y por qué no?

La autora crítica al gobierno que conocí en el almuerzo organizado por el Instituto Goethe dijo: “Venezuela es una dictadura del siglo XXI, se oculta detrás de una máscara de democracia”.

No soy inexperta en el tema de entender sistemas políticos. Pero éste no lo entiendo. La sensación de confusión no quiere disiparse. Mientras más intento entenderlo, más tengo la sensación de que en mi cabeza hay un insecto gigante, que no quiere salir. Tal vez su nombre sea, de hecho, “dictadura”.