Diego Bautista Urbaneja - dburbaneja@gmail.com - Creo importante no concebir estos años como una "pesadilla". Uno de los problemas de más difícil resolución que van a dejar como legado estos años dominados por la figura de Hugo Chávez, es el problema que es costumbre llamar el reencuentro o la reconciliación nacional. No es necesario insistir en lo que todos sabemos. En cómo los venezolanos nos hemos dividido en bandos de esos que llaman irreconciliables. En cómo Chávez ha hecho de la división entre los venezolanos una de sus marcas de fábrica, una empresa en la que no se nos da tregua. En una nueva situación política que llegará, dos de las primeras dificultades y tareas que tendría esa nueva conducción del país serían la de cómo gobernar una nación tan dividida y la de cómo ir cancelando esa fractura que se ha ido calcificando sin que nada haya puesto mayor obstáculo a ese proceso. Creo que la historia nacional será un instrumento de gran ayuda en esa tarea. Porque la historia nacional es una gran continuidad, donde todos ocupan un lugar, por mucho que algún gobernante o algún líder haya creído que con él comenzó todo, o que los años marcados con su impronta constituyen un período donde se produjeron innovaciones de sin igual profundidad. Lo que está en el fondo de esa gran continuidad es una sucesión de hazañas colectivas de diversa magnitud, que tienen como protagonista al pueblo, a la gente, o como quiera que usted llame a esos millones de personas que con su conducta cotidiana son las que hacen en verdad la historia. Es frecuente que después de cada período histórico el que le sigue intente menospreciar al que le precedió, negándole todo logro. Ciertamente que no todos los gobiernos son iguales en cuanto a lo beneficiosos que fueron para sus países. Pero en general el paso del tiempo alisa los contrastes y los fuertes rechazos y los grandes olvidos dan paso a evaluaciones más equilibradas y a recuerdos más amplios. Poco a poco se van reconociendo los méritos de épocas o gobiernos a los que todo se les negó, y con ese mismo paso los países se reconcilian consigo mismos y los hombres que los habitan encuentran mucho más fácil sentarse a la misma mesa. Pero quizás nunca había estado el país tan dividido como ahora, y por ello se podía dejar que esa labor de equilibramiento histórico se tomara todo su tiempo. En esta ocasión habrá que abordarlo explícitamente y prontamente, porque durante estos años Chávez ha llevado a cabo un intento consciente de fracturar históricamente el país, de negar su continuidad. Con la excepción de algunos puntos por él escogidos -Bolívar, Zamora, don Cipriano- toda la historia nacional es según Chávez el relato de una traición, de una entrega al imperialismo. Hay que luchar porque esa fractura y esa negación no se consume, hay que recordarle al país el largo trayecto, el largo e ininterrumpido esfuerzo del cual es fruto, para bien y para mal. Pero esto que hay que hacer con el pasado que este gobierno niega o maldice, habrá que hacerlo a su vez con estos años recientes. Porque si a la negación que Chávez ha querido hacer del pasado, sigue la que sus reemplazos quieran hacer de los años en lo que él condujo al país, nunca será posible ese reencuentro del que tanto se habla. Por eso creo importante no concebir estos años como una "pesadilla", que no ha significado nada para la construcción nacional y que hubiese sido mejor que nunca hubiera ocurrido. Ocurrieron porque entre todos hicimos que ocurrieran, y entre todos hemos hecho que ocurrieran tal como han ocurrido. Son obra de todos. Ya corresponderá extraer el sentido profundo de esa experiencia, que puede por cierto ser una de las que ha requerido de los militantes normales y corrientes de lado y lado, más esfuerzo, coraje, tenacidad, abnegación, de toda nuestra historia. Pero por ahora la aspiración es más sencilla. Se trata de restablecer el sentido de la continuidad positiva, donde cada período es, ante todo y a pesar de todo, entendido como un eslabón de una cadena que apunta hacia adelante o como algo que tiene que ser convertido en tal eslabón. Un sentido de continuidad donde los gobernantes de turno, los ciudadanos mismos sobretodo, puedan reconocer por igual que tal obra o tal legado viene del gobierno de Medina, o de Pérez Jiménez, o de Betancourt o de Caldera o de Chávez, sin que ello signifique claudicación alguna, sino al contrario, un reconocimiento de lo que los venezolanos como colectividad hemos sido capaces de hacer a lo largo del tiempo. Por allí puede tener comienzo la reconciliación.
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