Por: Daniel Romero Pernalete - Disculpe que no lo llame presidente ni comandante, porque usted sólo se siente comandante y presidente de quienes aplauden sus tropelías. Formo parte del amplio sector del país que usted ha clasificado como sus enemigos. Haciendo honor a ese estatus, me gustaría amargarle el inicio del año desenterrando un pedacito de esa historia que usted se empeña en omitir o en deformar. ¿Preparado? Érase una vez un venezolano (igual que usted, pero no tan indocto), militar (igual que usted, pero con las botas bien puestas), Presidente de la República (igual que usted, pero con mayúsculas); quien después de catorce años como tal (el mismo tiempo que usted tendría para el momento de hacer sus maletas) fue electo de nuevo para ese cargo a través de los mecanismos formales de aquellos tiempos. El protagonista de este breve relato se sintió emocionado y manifestó su gratitud. Sin embargo, rechazó con reverente sumisión, como él mismo lo expresó, tal designación, pues consideraba que violaba la Constitución vigente en aquel entonces. Nuestro personaje ha podido, acatando el mandato del Congreso, pasar por encima de la Constitución, o mandar a modificarla para aceptar la solicitud del cuerpo legislativo que lo había elegido Presidente de la República. Autoridad no le faltaba. Pero prefirió ser fiel a sus principios y a la Constitución. Dio, en otras palabras, una muestra de integridad, humildad y respeto (no sé si usted conoce el significado de tales conceptos). Pero el rechazo al mando por parte de nuestro personaje no sólo tenía fundamentos constitucionales. Esgrimió también argumentos de vida y de competencia personal. Señaló que su profesión horrible de militar (¡y usó esas mismas palabras!) lo había hecho un soldado, con brazos fuertes para el manejo de las armas pero torpe con el mando civil. Lo confiesa con sinceridad y con rubor. Él estaba convencido de que una República no se puede gobernar como un cuartel ¡Qué lejos está usted de ese señor! Pero nuestro protagonista no se quedó ahí. Y remató su firme posición apelando a algunos valores propios de la democracia moderna: advirtió sobre los peligros del mantenimiento indefinido del poder público en manos de un mismo individuo. ¿No le chillan los oídos, señor Chávez? Finalmente (¡colmo de los colmos!), nuestro personaje hizo referencia, con admiración y respeto, al mismísimo padre de la República americana, a la que consideraba la hermana mayor de la República cuyo mando rechazaba. Si apeláramos a los argumentos que usted emplea, el tipo sería hoy considerado un pitiyanqui con tapa de cuero, un asalariado (¡y de la nómina mayor!) de la CIA, un traidor de la más baja ralea. El héroe de nuestro relato, finalmente, pide al Congreso que acepte su respetuosa negativa. Y manifiesta su disposición de servir a la República desde otros ámbitos distintos al de la Presidencia. Si estuviera aquí y ahora, lo veríamos encabezando el movimiento contra sus pretensiones de perpetuarse en el poder. ¿Conoce usted al personaje, señor Chávez? El protagonista de esta corta historia es Simón Bolívar (el mismo que usted utiliza como excusa para sus excesos). Expresa su posición en una carta al Presidente del Senado de Colombia, fechada 4 de junio de 1826, en respuesta a su escogencia como Presidente de la República. Y lo hace a un septenio del Congreso de Angostura, donde manifestó similares opiniones. Eso da idea de la firmeza y la constancia de sus planteamientos. Y no venga con el cuento,señor Chávez, de que se está usando la palabra de Bolívar fuera de contexto. Usted, señor Chávez, puede seguir promoviendo las trapacerías que quiera. No le van a faltar cómplices que le hagan los mandados ni desprevenidos que le compren sus mentiras. Pero, si tuviera un poquito de respeto por la memoria del Libertador, dejaría de utilizarlo como justificación para sus enfermizas ambiciones de poder. Nos vemos en el referéndum, señor Chávez.
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