Por: Ernesto García Mac Gregor - garciamacgregor@gmail.com - Tengo cuarenta y tres años como funcionarios públicos (médico) adscrito al Ministerio de Sanidad y algo menos como profesor de LUZ. En todo ese tiempo han desfilado gobiernos centrales y regionales de diversas ideologías (afortunadamente en el Zulia no hemos tenido que sufrir directamente la tiranía del chavismo) sin que jamás se me hubiese ordenado pensar, actuar, o expresarme de manera diferente. Esto viene a colación, por aquel triste sentimiento de lástima que se experimenta, al contemplar en la TV a tanto profesional o funcionario, vestido de rojo rojito con cachuchita del Psuv, allí sentados en manada, aplaudiendo cuales focas amaestradas los malabarismos verbales de su jefe absoluto. En ocasiones, intelectuales, quienes con risita de utilería y fidelidad perruna, tienen que calarse horas de aburrida ordinariez e infinito mal gusto ¿No les da vergüenza exhibir ese humillante servilismo? Inquisidores del ex gobernador Rosales, haciendo el ridículo en público, repitiendo como loros su cartilla de preguntas preestablecidas. Rectores del CNE, gobernadores, ministros, altos funcionarios oficialistas, tratados como basura por el Presidente. Vilipendiados, amenazados y humillados sin que exista el menor signo de dignidad e integridad entre los acusados. Un Tribunal Supremo de Justicia, cuyos ilustres magistrados, el día de su instalación, corearon al unísono y frente a las cámaras de la televisión: Ug, Ah. Chávez no se va. Un ministro de la Defensa que llama cobardes y burros a la mayoría de sus colegas por haberse identificado con la institucionalidad de la Fuerza Armada, condición por otra parte, exigida por la mismísima Constitución bolivariana. ¿Será posible que durante diez largos años de locuaz charlatanería, Chávez nunca se equivocara en algo? Hay que tener la vocación de siervo bien arraigada para ser siempre eco, nunca voz, y convertir la adulación en la única virtud. ¡Pobres tontos inútiles! Con su bajísimo perfil moral, con aquella pobreza conceptual propia de los mediocres, logran borrar el último vestigio de honradez para sucumbir ante el enriquecimiento a como de lugar. Yo no comprendía, hasta que alguien me explicó, que el sueldo mensual de un magistrado de TSJ era ochenta veces mayor que el mío. Que oiga quien tiene oídos.
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