sábado, 12 de julio de 2008
Del timbo al tambo
Por: Amèrico Martìn - Es tentador acercarse al meollo de los vertiginosos cambios del gobierno de Venezuela por la vía de las peculiaridades emocionales del presidente Chávez. Psiquiatras venezolanos muy calificados se han prodigado en este sentido y no son pocos los que aceptan sus conclusiones. Aunque respeto mucho esa área del saber estoy poco preparado para aventurar especulaciones a este respecto. He pedido entonces que volvamos a las tradicionales y objetivas armas de la política, que nos proporcionan explicaciones suficientes. En días o semanas y para desconcierto de sus seguidores internos y alarma de los externos, Chávez ha introducido cambios tan considerables y antagónicos en su estrategia que para muchos no son creíbles. Se trata, dicen, de añagazas destinadas a mejorar su zarandeada imagen de cara a las decisivas elecciones del 23 de noviembre de este año. Cuatro meses nada más para que probablemente cambie radicalmente el mapa político y las fuerzas autocráticas sean fuertemente rechazadas por la mayoría de los venezolanos. No es poca cosa lo que ha ocurrido. De la esperanza en una victoria militar de las FARC en Colombia, que catapultaría a Chávez en el hemisferio y el mundo, al llamado que ha dirigido a su secretariado para que deponga las armas, abandone la guerrilla como método y busque un espacio político legal. Paralelamente, de insultar a Uribe con los epítetos más escandalosos y mover tropas venezolanas a la frontera, a darse un próximo abrazo con él y adelantar una amplia colaboración económica, cambiando el epíteto por el adjetivo amigable. La impecable operación de rescate en Colombia hizo enmudecer a quienes querían aparecer como protagonistas de última hora en el necesario diálogo humanitario, y proporcionó una demostración práctica del significado de la política uribista de seguridad democrática, además de la elevada competencia y popularidad de las fuerzas armadas colombianas. Fortalecido Uribe, debilitado y desengañado Chávez, no cabía sino esperar que el bolivariano doblara una apuesta revolucionaria para la que no tiene fuelle interno ni externo, o diera marcha atrás con sus hasta hoy enemigos jurados: Colombia y EEUU. Pues no es menos sorprendente que Chávez hable también de normalizar las relaciones amistosas con la potencia norteña, ''cualquiera que sea su gobierno''. Es una marcha atrás equivalente a la campana que salva al boxeador antes de terminar el conteo. La gran pregunta es: ¿se sostendrá semejante cambio pasada que sea la emergencia? Conociendo a Chávez, muchos lo dudan. Yo prefiero atenerme al peso de los hechos. Más allá de sus convicciones o deseos, Chávez parece haberse estrellado con el fracaso de su política interna y de su política externa, que no es sino proyección de la anterior. Este hombre quiso fundar un socialismo autogestionario, de cooperativas y empresas sociales que sustituirían al ancien régime capitalista. El sector ''social'' de la economía no se interesa en el lucro, la rentabilidad o la competitividad. Por esa razón no puede sobrevivir sin el subsidio crónico. En consecuencia, Venezuela ha caído en la vorágine de las importaciones, en un entorno gravemente inflacionario, dominado por la escasez, el desempleo estructural y la fuga masiva de capitales. No menos despiadado ha sido el traspié del sueño de exportar la revolución, diseñar una integración política más que económica, y hacer del ALBA el centro del conflicto contra EEUU y demás potencias capitalistas. Les parecía esencial apuntalar las FARC y engarzar a la codiciada Colombia en el engranaje revolucionario. El sueño se ha desvanecido. Toda opción política supone un costo. El presidente Chávez no escapa a esa ley. ¿Cuánto tendrá que pagar dentro y fuera de su país?
Mascioli Garcia
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