Por: Juan Pablo Vitali - Las viejas leyes de la geopolítica. La geopolítica tiene sus leyes. Todos hemos leído en alguna oportunidad sobre el poder terrestre, el marítimo, sobre el corazón de la tierra, sobre las talasocracias, y todo eso nos resultó muy útil y muy interesante. Pero las leyes de la geopolítica, son materia inerte sin la voluntad humana. Esos núcleos de poder, esas líneas de tensión, todas esas posibilidades, existen para nosotros sólo en potencia, si no las llena y moviliza una voluntad de poder propia, o si detrás de las articulaciones geopolíticas aparentes, no está sino otro poder mayor, que no se manifiesta ante una primera mirada superficial, o no suficientemente profunda. Los grandes bloques geopolíticos. La Unión Europea, el MERCOSUR, son por cierto grandes espacios geopolíticos, pero ¿Quién los une en realidad? Las empresas que extraen el petróleo, que construyen carreteras, que ensamblan automóviles, los bancos que proveen el dinero para esas actividades, y los que emiten las divisas con las cuales se mueve la economía ¿A qué intereses responden? A veces, el análisis de la formación de los grandes bloques geopolíticos, se hace muy a la ligera. El contenido de esas uniones, que entusiasma a tantos, no es el más deseable. Claros ejemplos de ello, son los bloques mencionados: La Unión Europea y el MERCOSUR. La economía globalizada es la que los rige. Los grandes mercados, son parte de la ideología del poder transnacional, y sólo responden a quienes los controlan. Las empresas multinacionales y las finanzas, controlan la economía. La minería, el petróleo, la agricultura, el agua, los mercados inmobiliarios, todos bailan al compás del poder transnacional. Esa es la geopolítica que nos rige. Destruyen nuestro patrimonio y nuestra población, y nos hacen creer que eso es Geopolítica. Nuestra geopolítica. Antes no nos unía un mercado. La hermandad de los antiguos componentes del imperio español, hoy lastimada por la criminalidad de los gobiernos, no se basaba en ningún mercado, sino en la historia común. No necesitamos un intercambio comercial para saberlo. Sabemos que las poderosas empresas brasileñas, se expanden comprando empresas en América del Sur. Se supone que sus capitales son brasileños, pero primero hay que admitir que los capitales tengan patria, y después que realmente sean de origen brasileño. Sabemos que Brasil es desde el principio un gran espacio, desarrollado por una corte pro inglesa, pero no sabemos mucho más de sus intenciones profundas. Algunos de sus pensadores, como Elio Jaguaribe y Moniz Bandeiras, dicen estimar a la Argentina, por ejemplo, pero no sabemos cuál es su real influencia en los intereses que gobiernan al Brasil. Podríamos decir que conocemos su carnaval y algunas de sus playas, pero sería lamentable que esa fuera la base para un destino común. Y conste que no estoy en absoluto en contra de la unidad geopolítica con el Brasil, sólo que es difícil saber cuál será esa unidad, en qué política se basa, más allá de algunos aspectos económicos no siempre claros. Porque un destino común es también un problema espiritual, el contenido de una voluntad común, no algo meramente material. El viejo Carl Schmitt. En última instancia, un destino común, es determinar un enemigo también común, y enfrentarlo codo a codo, y para eso hay que hermanarse más allá de los intereses de algunas empresas, por importantes que ellas sean. Y el MERCOSUR es un mercado, una entidad no ciertamente de orden metafísico, con unas leyes que responden precisamente, a la lógica de un mercado. Aún la Unión Europea, que parece ser un espacio mercantil próspero, es absolutamente dependiente militar y energéticamente, lo que equivale a decir políticamente, en medio de una dolorosa destrucción del espíritu europeo. Quizá eso sea un continente cuando se convierte en un mercado. Ambos son espacios sin alma, por lo tanto, sin destino. Los contenidos los pone otro, llámese imperialismo yanki, poder transnacional o empresas multinacionales. Son luchas de empresas y de capitales, por mantener un sistema de mercado, un materialismo sin alma, en un mundo sumido en la catástrofe. Y a eso hay que agregarle la cultura progresista, que se manifiesta con diversos grados de virulencia, según las necesidades del consumidor. Suena muy feo ser mercosuriano, decir: Yo, de ahora en adelante, soy mercosuriano. Aunque la palabra bien se corresponde con una patria de mercado.No les sentaría muy bien esa denominación, a los gauchos de Argentina, de Río Grande do Sul, o a los llaneros venezolanos. Una confederación de naciones puede recuperar en un destino común, difícilmente pueda hacerlo un mercado. Porque un mercado es por definición lo que se compra y se vende, o sea, lo opuesto a una patria, aunque por lo que se ve, el concepto de patria ha quedado para algunos fuera de uso. Para qué son los mercados. Los mercados sirven para convertirlo todo en mercancía: las personas, los recursos naturales, el trabajo, la naturaleza, la tecnología, la salud, la cultura, todo tiene un precio de mercado. Eso es lo que mide, lo que determina los valores. Por eso somos todos iguales, sin identidad, sin fe, sin tradición, sin jerarquías, sin nada que nos identifique, a no ser nuestro valor de mercado. Esa voluntad de mercado es la que ocupa hoy los supuestos espacios geopolíticos, y genera la otra fuerza que pretende ocuparlos, en la lógica dialéctica, que es el resentimiento. Ese resentimiento destructivo, que no produce ninguna construcción política coherente para enfrentarlo. Ese odio al que tenemos al lado, porque tiene más, o porque tiene menos, y nos amenaza con sacarnos lo que tenemos, en un enfrentamiento será siempre "por abajo" de quienes manejan los hilos. Si es ideológico, el resentimiento puede convertirse en infantilismo revolucionario, en indigenismo, o simplemente en delincuencia. Los que algo tienen, defenderán el espejismo del mercado, pero serán también sus esclavos, sin llegar a tener nunca lo suficiente, como para evitar los riesgos de vivir en una comunidad de resentidos. ¿Cuál es nuestra Geopolítica? No existe en realidad, una geopolítica en los grandes espacios de Sudamérica. Hay sólo una dialéctica entre el mercado y los resentidos del mercado. Mientras las naciones decaen y las viejas hermandades se pierden, se lucha en la mezquindad, entre los pocos que tienen algo, y los muchos que no tienen y que odian a los que tienen. Ya no hay pueblos hispanoamericanos unidos por la historia. Ya no hay criollos como eje político cultural. Los que nunca fueron indios ahora quieren serlo, volviendo a sus costumbres ancestrales cuando ya no existe su contexto original, mientras esperan el llamado de su promotor internacional, atentos a su teléfono móvil. Otros recuerdan de pronto que son descendientes de europeos para entrar al mercado común europeo, sin tener la más remota idea de lo qué es realmente ser europeo, algo que aún los nacidos en Europa, en su mayoría desconocen. Esa es la opción dialéctica que nos brindan los mercados, porque ellos son los que unen hoy los grandes espacios y les ponen nombres a su medida. Así las antiguas leyes de la geopolítica se convierten en otra cosa: en espacios si, pero con contenidos puestos desde afuera de los territorios y de la identidad de sus comunidades, con criterios ajenos, desligados de los mismos espacios que pretenden unir. Unen destruyendo. Destruyendo a los hombres, al suelo, a la cultura, a las tradiciones, al arte, a la filosofía, a las costumbres, al arraigo, a la familia, a las Patrias. Nos damos cuenta entonces que la antigua geopolítica, la de la guerra, la del heroísmo, la del enfrentamiento de culturas, la que generó frases tales como "el corazón de la tierra", o "las potencias del mar", termina siendo casi una ciencia poética, comparada con los conceptos y valores que se manejan hoy. Porque hoy ya no hay corazón de la tierra ni potencias del mar en el antiguo sentido, sino jugadores anónimos que ganan uniendo o desuniendo a su antojo los espacios, la pura materia inerte, sin una voluntad superior de resistencia, de destino común, de determinación política. Sencilla conclusión. Por eso no es tan imprescindible como nos quieren hacer creer, que los espacios sean unidades mayores, lo realmente importante es cuáles son las reglas que nos imponen para unirlos. Por mi parte, hasta que aclare, prefiero aferrarme a mi viejo destino de argentino, de sanmartiniano, de criollo. Palabras estas más difíciles de convertirlas al mercado, que las que el propio mercado inventa. Y sólo admitiré unirme con las cosas que reconozco como propias: un patriota peruano, un patriota paraguayo, un patriota oriental, un patriota venezolano o colombiano, y porque no, un patriota brasileño, si nuestras patrias no son un mercado, sino una confederación de patrias libres, surgidas de la más profunda entraña iberoamericana, dispuestas a enfrentar, un destino común.
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