No siempre he sido una taza para tomar el té. En aquel tiempo, mi Maestro me tomó y empezó a darme golpecitos y moldearme. Fue muy doloroso, y le supliqué que dejara de hacerlo, mas Él se limitó a sonreír y responderme: «¡Todavía no!». Hubo un momento en que no era sino un puñado de arcilla. Luego, me colocó en un torno; allí estuve dando vueltas y vueltas. Me mareé tanto que pensé que no lo iba a contar. Pero entonces por fin me soltó. Y justo cuando pensaba que ya no me iba a pasar nada, mi Maestro me introdujo en un horno. No comprendía por qué tenía intenciones de quemarme; grité y le supliqué que no lo hiciera y que me soltara. Por la puerta del horno alcancé a ver al Maestro, si bien algo borroso. Él sonreía, negaba con la cabeza y decía: «¡Todavía no!» Por fin, volvió y me sacó. Yo me dije: «¡Ah, qué alivio!» De repente, mi Maestro me levantó y empezó a pulirme y cepillarme. «¡Todavía no!» Seguidamente, tomó un pincel y empezó a pintarme de colores. El olor que despedía la pintura era tan fuerte que pensé que me iba a desmayar. Le rogué que no siguiera, pero sin dejar de sonreír, repitió: «¡Todavía no!». Luego me colocó en otro horno. Era el doble de caliente que el primero. Yo tenía la certeza de que me iba a asfixiar. Le imploré. Le supliqué. Lloré, pero Él seguía sonriendo y repitiendo: «¡Todavía no!» Empecé a pensar que no había esperanzas para mí. No aguantaba más. Estaba claro que había llegado mi hora. Decidí rendirme. «¡Ya está!» Entonces se abrió la puerta. Me recogió y me colocó en una repisa para que descansara. Al cabo de un rato, apareció con un espejo y me dijo: «¡Mírate! » Lo hice, y no daba crédito a lo que veía. Me dije: «¡Dios mío! Soy una taza preciosa para té.» El Maestro me explicó: Debes comprender que Yo sabía que te dolía que te diera golpecitos y te moldeara.» «También sabía que el torno te mareaba; pero, si te hubiese dejado tal como eras, te habrías secado y siempre habrías sido un mero puñado de arcilla. No habrías llegado a tener personalidad.» «Sabía que en el primer horno pasaste muchísimo calor. Mas si no te hubiera colocado en él, te habrías deshecho.» «Asimismo, sabía que te molestaba mucho que te puliera y te pintara; pero si no lo hubiese hecho, no habría color en tu vida.» ¡Ah! ¡Y era muy consciente que tu paso por el segundo horno te resultaba muy penoso!» «Pero mira, si no te hubiese metido en él, no serías capaz de soportar las presiones de la vida.» «Como ves, cuando las circunstancias te parecían difíciles en extremo, aún velaba por ti. Siempre supe que llegarías a ser lo que eres en la actualidad. No tendrías resistencia y, por consiguiente, no sobrevivirías mucho tiempo.» ¡El objeto que había ideado desde el primer día en que te puse las manos encima está terminado!» «Tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y Tú el alfarero. Todos somos obra de Tu mano.» Isaías 64:8
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su Comentario